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domingo, 17 de abril de 2022

Escritos diversos

 LA BARRERA INSUPERABLE

Mateo 5:23-24

Así que, si estás trayendo tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; y luego vienes a presentar tu ofrenda.

Cuando Jesús dijo esto, estaba simplemente recordándoles -a los judíos un principio que ellos conocían muy bien y que nunca deberían haber olvidado. La idea detrás del sacrificio era muy sencilla: si una persona hacía algo malo, su acción interrumpía su relación con Dios, y el sacrificio tenía por finalidad restaurar esa relación.

Pero hay que notar dos cosas muy importantes. La primera es que nunca se creyó que el sacrificio pudiera expiar un pecado deliberado, que los judíos llamaban "el pecado de una mano alta.» Si una persona cometía un pecado sin darse cuenta, o impulsado por un momento de pasión que quebrantaba su dominio propio, el sacrificio era efectivo; pero si uno cometía un pecado deliberada, desafiante, insensiblemente y con los ojos abiertos, entonces el sacrificio era impotente para expiar.

La segunda es que para ser efectivo, un sacrificio tenía que incluir la confesión del pecado y el verdadero arrepentimiento; y el verdadero arrepentimiento incluía el propósito de rectificar cualesquiera consecuencias hubiera tenido el pecado. El gran Día de la Expiación se celebraba para expiarlos pecados de toda la nación, pero los judíos sabían muy bien que ni siquiera los sacrificios del Día de la Expiación se le podían aplicar a nadie a menos que antes estuviera reconciliado con su prójimo. La interrupción de la relación entre el hombre y Dios no se podía subsanar a menos que se hubiera sanado la que había entre hombre y hombre. Si una persona estaba haciendo una ofrenda por el pecado, por ejemplo, para expiar un robo, la ofrenda se creía que era totalmente ineficaz hasta que se hubiera restaurado la cosa robada; y, si se descubría que la cosa robada no se había restaurado, entonces había que destruir el sacrificio como inmundo y quemarlo fuera del templo. Los judíos sabían muy bien que tenían que hacer todo lo posible para arreglar las cosas a nivel humano antes de poder estar en paz con Dios.


En cierto sentido, el sacrificio era sustitutivo. El símbolo de esto era que, cuando la victima estaba a punto de ser sacrificada, el adorador ponía sus manos sobre la cabeza del animal apretando bien hacia abajo, como para transferirle su propia culpa. Cuando lo hacía decía: «Te suplico, oh Dios; he pecado, he obrado perversamente, he sido rebelde; he cometido ... (aquí el oferente especificaba sus pecados); pero vuelvo en penitencia, y sea esto mi cobertura.»

Para que un sacrificio fuera válido, la confesión y la restauración tenían que estar implicadas. El cuadro que Jesús está pintando es muy gráfico. El adorador, desde luego, no hacía su propio sacrificio; se lo traía al sacerdote, que era el que lo ofrecía en su nombre. Un adorador ha entrado en el templo; ha pasado por la serie de atrios: el Atrio de los Gentiles, el de las Mujeres, el de los Hombres. A continuación se encontraba el atrio de los sacerdotes, en el que no podían entrar los laicos. El adorador se queda a la verja, dispuesto a entregarle su victima al sacerdote; pone las manos sobre el animal para hacer su confesión; y entonces se acuerda de que ha roto con su hermano, del mal que le ha hecho; si su sacrificio ha de ser válido, debe volver y arreglar la ofensa y restaurar el daño, o no servirá de nada.

Jesús deja bien claro este hecho fundamental: No podemos estar en paz con Dios, a menos que lo estemos con nuestros semejantes; no podemos esperar el perdón a menos que hayamos confesado nuestro pecado, no sólo a Dios, sino también a los hombres, y a menos que hayamos hecho todo lo posible para evitar sus consecuencias prácticas. Algunas veces nos preguntamos por qué hay una barrera entre nosotros y Dios; a veces nos preguntamos por qué nuestras oraciones parece que no sirven para nada. La razón podría ser muy bien que somos nosotros los que hemos levantado esa barrera al estar desavenidos con nuestros semejantes, o porque hemos ofendido a alguno y no hemos hecho nada para rectificar. William Barclay 

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