jueves, 12 de mayo de 2022

Escritos diversos

 La viuda y el juez injusto. Parte 3

Lucas 18:1-5

En el siglo XIX, un viajero de Occidente presenció en Iraq una escena que nos ayuda a entender un poco más lo que había detrás de esta parábola:  Ocurrió en la antigua ciudad de Nisibis, en Mesopotamia. Inmediatamente después de entrar por la puerta de la ciudad, a un lado estaba la prisión, con sus ventanas barradas, por las que los prisioneros sacaban los brazos para pedir limosna. En frente había un gran patio abierto, el tribunal de Justicia de aquel lugar. Al fondo, en un nivel un poco más elevado, estaba el estrado donde se sienta el Kadi o juez, cómodamente instalado entre sus cojines. Estaba rodeado de varios secretarios y otros personajes importantes. El pueblo se amontonaba en la parte inferior del patio, donde había una gran algarabía porque todos clamaban pidiendo que su caso fuera el primero en ser escuchado. Los litigantes más prudentes no se unían a la pelea, sino que intentaban hablar con los secretarios, pasándoles sobornos, a los que eufe-místicamente se llamaba «tasas». Cuando lograban satisfacer la avaricia de los subordinados del juez, uno de ellos se lo comunicaba al Kadi, quien entonces daba paso a los casos de dichos litigantes. Parecía que se daba por sentado que los casos que primero se trataban eran los de los litigantes que habían aportado un soborno más cuantioso. Mientras tanto, una mujer pobre de la multitud no dejaba de interrumpir los procedimientos alzando su voz sin cesar pidiendo justicia. Una y otra vez le ordenaban que se callara y le decían lo molesta que era, pues estaba allí cada día. «іY seguiré viniendo cada día!», decía ella, «іHasta que el Kadi me escuche!». De repente, al finalizar con uno de los casos, el juez dijo de forma impaciente: «¿Qué quiere esa mujer?». Enseguida le contaron su caso. A su hijo se lo habían llevado como soldado, y ella estaba sola y no podía labrar la tierra; sin embargo, el cobrador de impuestos la había obligado a pagar, algo de lo que ella, por ser viuda, estaba exenta. El juez le hizo un par de preguntas y dijo, «Que no pague». Vemos, pues, que su perseverancia tuvo recompensa. Si hubiera tenido el dinero para pagar a los secretarios su caso se habría tratado mucho antes (Tristram, 228ss.). Una larga lista de comentaristas, desde Plummer hasta Jeremias, citan esta historia reconociendo en ella una útil evidencia que nos aporta una información que viene a confirmar la realidad de nuestra historia. No obstante, tanto en el relato de Tristram como en la parábola hay un elemento crucial que ninguno de los comentaristas menciona. Oriente Próximo era y es un mundo de hombres, y las mujeres no estaban entre los hombres que se agolpaban gritando delante del juez. Podemos verlo en los escritos judíos de los tiempos talmúdicos. El tratado Shebuoth dice: ¿No ves que los hombres van a los tribunales? ¿No veis que las mujeres no van? … Quizá digas: «es que no es normal que la mujer vaya, porque “la hija del Rey es todo esplendor” (nota: Sal 45:14; la hija del Rey [= la mujer judía], es modesta, y se queda dentro de casa cuanto más mejor)» (B.T. Shebuoth 30a, Sonc., 167). A la luz de esta reticencia a que las mujeres aparecieran en el tribunal, podemos entender que la presencia de la viuda significa que estaba completamente sola, que en la familia no quedaba ningún hombre que pudiera ir a hablar en su nombre. Esta suposición vendría a subrayar la impotencia de esta mujer. Tomado del libro Las Parábolas de Lucas. Kenneth Bailey

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