Lc 17:7-10 ¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.
En una era tecnológica en la que contamos con la semana de cuarenta horas, los sindicatos y el derecho a vacaciones, el mundo de esta parábola nos parece no solo distante, sino también injusto. Después de un largo día de trabajo en el campo, un trabajador debería poder esperar que se apreciara su trabajo y debería tener derecho a recibir alguna recompensa. Pero Jesús construye su parábola sobre un patrón de funcionamiento muy extendido y aceptado en Oriente Próximo. La relación entre amo y siervo, tanto en aquellos tiempos como en la actualidad, conlleva aceptar la autoridad, y obedecer a dicha autoridad. Pero los que no somos de esa cultura debemos tener en cuenta la seguridad que ese tipo de relación ofrecía al siervo, y también el sentido de valía y significado que le otorgaba al hombre que trabajaba para un gran señor. Debido a nuestra cultura moderna, normalmente no alcanzamos a ver estas cualidades de sentido, valía y seguridad que forman parte de esta relación. El siervo ofrece lealtad, obediencia y trabajo duro, pero, al trabajar para un señor importante, los beneficios mencionados arriba eran enormes. Por ello, esa relación entre el señor y el siervo es realmente apropiada para ilustrar la relación del creyente con Dios y con su Hijo/agente único. Jeremias ha demostrado de forma convincente que la expresión introductoria (17:7) tis ex humon («quién de ustedes») es una expresión que solo usa Jesús y que busca una respuesta negativa (Jeremias, Parábolas, 127ss., p. 103 de la edición en inglés; Bailey, Poet, 12ss.). Está claro que ninguna persona de Oriente Próximo se podía imaginar a un siervo que esperara honores especiales por cumplir con su deber. El amo no está en deuda con él por el trabajo hecho en el campo. Tengamos en cuenta que la comida (a la que hace referencia en v. 8 con el verbo deipneso, «yo ceno») no es a las ocho de la noche, sino hacia las tres de la tarde (Jeremias, Palabras, 44ss. de la edición en inglés). Por tanto, no estamos ante una larguísima jornada de trabajo impuesta por un señor desalmado, sino ante una jornada relativamente normal. La idea no es si el amo permite o no que el siervo descanse y coma, sino si el amo le da ciertos privilegios al siervo que cumple con su deber diario. La respuesta que cualquier persona de Oriente Próximo daría es: «іClaro que no!». Tomado del libro Las Parábolas de Lucas. Kenneth Bailey
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