Hola mis hermanos bendiciones, les comparto este texto del siglo segundo donde muestra la comprensión que tenían en ese tiempo acerca de los demonios y su relación con los ídolos y dioses:
En efecto, afirmamos que existen ciertas sustancias espirituales. Y no es nuevo el nombre: los filósofos saben de daemones, ya que el propio Sócrates contaba con el parecer de su daemon. ¿Y cómo no, si se dice que desde su infancia se le había adherido un demonio que le desviaba del bien?. Los conocen todos los poetas y hasta el vulgo ignorante los emplea a menudo cuando maldice. Pues también, como por una intuición inmediata de su alma, nombra a Satanás, príncipe de este maldito linaje, con acento de execración. Tampoco Platón negó que existieran los ángeles. Hasta los magos atestiguan la realidad de ambos. Pero el modo en que, de algunos ángeles corrompidos por su propia voluntad, surgió el linaje más corrompido de los demonios, condenado por Dios juntamente con sus promotores y con aquel a quien hemos llamado príncipe, se conoce por el relato de la Sagrada Escritura. Ahora bastará con exponer su forma de actuar. Su actividad consiste en destruir al hombre; así, la maldad de sus espíritus desde el comienzo se propuso la perdición del hombre. Y así, ciertamente, infligen a los cuerpos enfermedades y algunos accidentes desgraciados, y además violentan al alma con extravíos repentinos y extraordinarios. Su asombrosa penetración y sutileza les capacita para alcanzar las dos sustancias del hombre. Mucho pueden las fuerzas de los espíritus, de manera que —siendo invisibles e imperceptibles— se hacen presentes por sus efectos más que por sus acciones: cuando no sé qué oculto soplo arruina las frutas y frutos en flor, o los hace morir en germen, o los daña al crecer; o cuando el aire, viciado de modo inexplicable, expande sus emanaciones pestilente. No de otro modo el mismo respirar de los demonios y de los ángeles produce por un oscuro contagio la corrupción de la mente con locuras, vergonzosas insensateces o crueles pasiones y variados errores; entre ellos principalmente aquel que recomiendan esos dioses a unas mentes cautivadas y embaucadas para que les proporcionen los alimentos que necesitan: el olor del humo y la sangre de las víctimas ofrecidas a sus estatuas e imágenes. ¿Y qué pasto más codiciado por ellos que el apartar al hombre de la meditación sobre la verdadera divinidad mediante los engaños de la falsa adivinación? Voy a explicar cómo son éstos y cómo actúan. Todo espíritu tiene alas, tanto los ángeles como los demonios; por tanto, en un mismo momento están en todas partes. El orbe entero es para ellos un solo lugar. Con la misma facilidad que saben dónde se hace algo, lo anuncian. Su agilidad se tiene por divinidad porque no se conoce su naturaleza. A veces quieren parecer autores de aquellas cosas que anuncian; y lo son ciertamente algunas veces, cuando se trata de males; de bienes, nunca. Los decretos de Dios los conocieron en otro tiempo al proclamarlos los profetas, y ahora los captan cuando se leen en voz alta. Así, tomando de ahí algunas profecías, emulan a la divinidad robándole el don de profecía. Cuál es su talento para adecuar las ambigüedades de los oráculos a tenor de los acontecimientos, lo saben los Cresos, lo saben los Pirros. Por lo demás, el oráculo pitio anunció que se cocía una tortuga con carne de cordero y lo hizo del modo como he dicho más arriba: en un momento se había desplazado a Lidia. Por habitar en el aire y estar cercanos a los astros y en contacto con las nubes, alcanzan un saber acerca de los fenómenos celestes que van a ocurrir, de manera que incluso anuncian las lluvias que ellos ya perciben. Sin duda son benéficos con respecto a los remedios para las enfermedades; primero, en efecto, las provocan y, después, prescriben remedios novedosos o antitéticos para que se crea el milagro; así que cuando cesan de producir daño dan la impresión de que han curado. Pero ¿a qué voy a extenderme acerca de los demás ardides o incluso acerca del poder de engañar que tienen los espíritus, cuando pronuncian oráculos, cuando realizan prodigios tales como las apariciones de los Cástores y el agua llevada en una criba y la nave arrastrada por un cinturón y la barba que se enrojece al tocarla, consiguiendo, así, que se tome a las piedras por dioses y no se busque al verdadero Dios? Y bien, si también los magos producen apariciones de fantasmas, evocando las almas de los difuntos; si se somete a encanto a los niños para que profeticen; si simulan muchos prodigios a base de engaños propios de charlatanes, si también envían sueños, contando con la ayuda del poder de ángeles y demonios a los que invocan, y consiguen que profeticen hasta las cabras y las mesas, ¿cuánto más este poder se afanará en actuar según su iniciativa y en interés propio, cuando así ayuda al interés ajeno? Pero, si los ángeles y los demonios actúan lo mismo que los dioses vuestros, ¿dónde está entonces la primacía de la divinidad, a la que debe considerarse superior a todo poder? ¿No será más adecuado pensar que son ellos los que se hacen pasar por dioses, al producir efectos que obligan a que se les considere dioses, en vez de pensar que los dioses son iguales a los ángeles y a los demonios? O a lo mejor los distingue la diferencia de lugares, de manera que en los templos consideráis dioses a los mismos a quienes en otros lugares no los llamáis así; como si fuesen locuras distintas la del que sobrevuela las torres sagradas y la del que salta por encima de los tejados de la vecindad, y como si se considerase violencia distinta la del que se corta las venas de los brazos y la del que se corta la garganta. Comparable es el resultado de la locura y uno solo es el principio que provoca el atentado. Pero hasta aquí las palabras; a partir de ahora demostraremos con hechos que es una sola la naturaleza que corresponde a ambos nombres. Que se presente aquí mismo ante vuestro tribunal alguien de quien conste que está poseído por el demonio; si cualquier cristiano le ordena hablar, aquel espíritu se confesará demonio, cosa que corresponde a la realidad; del mismo modo que, en otro lugar, se confesará dios, cosa que es falsa. De igual modo, que se haga venir a alguno de los que se considera que son poseídos por un dios, uno de esos que aspirando sobre los altares absorben el poder divino por el olor, que se curan eructando, y que, jadeando, profetizan. Si esa misma virgen Celeste prometedora de lluvias, si este mismo Esculapio, inventor de fármacos que devolvió la vida a Socordio, Tanacio y Asclepiódoto, que iban a morir al día siguiente, si ellos no confiesan que son demonios, no atreviéndose a mentir a un cristiano, derramad allí mismo la sangre de aquel insolente cristiano. ¿Qué más patente que este hecho? ¿Qué más seguro que esta prueba? La sencillez propia de la verdad está por medio; su poder le asiste; no habrá lugar para la sospecha. Diríais que sucede algo mágico o alguna otra ilusión si vuestros ojos y oídos os lo permitieran. Pero ¿qué puede objetarse frente a lo que se manifiesta con desnuda sinceridad? Y si son verdaderamente dioses, ¿por qué fingen ser demonios? ¿Acaso para obedecemos? Luego entonces, vuestros dioses están sometidos a los cristianos; y de ningún modo puede considerarse como divinidad la que está sometida a un hombre; y, lo que es más deshonroso, a uno que es su enemigo. Si, en caso contrario, son demonios o ángeles, ¿por qué se atribuyen en otro lugar una actuación que corresponde a los dioses? Pues, del mismo modo que los que son tenidos por dioses no querrían llamarse a sí mismos demonios, si fueran verdaderamente dioses, es decir, no se degradarían, asimismo también, aquellos a quienes claramente conocéis como demonios no se atreverían a actuar en otro lugar como si fueran dioses, si es que existieran de verdad los dioses cuyos nombres usurpáis; porque, sin duda, temerían abusar de la majestad de quienes son superiores y temibles. Por tanto, no existe esa divinidad que sostenéis; porque, si existiera, ni sería fingida por los demonios, ni sería negada por los dioses y, puesto que coinciden una y otra parte en negar que sean dioses, reconoced que no hay más que un linaje: el de los demonios, de una y otra parte. Buscad ahora nuevos dioses, porque los que teníais por tales sabéis ya que son demonios. Pero, también gracias a nosotros, no sólo los mismos dioses vuestros os descubren que ni existen ellos ni otros semejantes, sino que también conoceréis inmediatamente quién es verdaderamente Dios; y que aquel es el iónico al que confesamos los cristianos, a quien se debe creer y adorar como está dispuesto en la fe y en el culto de los cristianos. Os dirán asimismo quién es aquel «Cristo con su leyenda»: si un hombre de común condición, si un mago, si después de la crucifixión fue robado dél sepulcro por los discípulos; si ahora, en fin, está en los infiernos, o si más bien en los cielos, de donde vendrá acompañado de un terremoto universal, con horror del orbe y con el llanto de todos, pero no de los cristianos. Poder de Dios, espíritu de Dios, inteligencia de Dios, Hijo de Dios y sustancia de Dios. Que ellos se rían con vosotros de todo lo que vosotros os reís; que nieguen que Cristo juzgará a todas las almas desde el comienzo del mundo después de resucitar sus cuerpos; que digan, si quieren, que este tribunal ha tocado en suerte, según la opinión de Platón y de los poetas, a Minos y a Radamanto. Que refuten por lo menos el oprobio de su ignominia y su condena; que nieguen que son espíritus inmundos, cosa que debió deducirse ya hasta de sus alimentos, de la sangre y el humo de las malolientes piras de animales y de las impurísimas lenguas de sus vates; que nieguen que por su malicia están ya condenados antes del día del juicio con todos sus adoradores y sus servidores. Todo este dominio y poder nuestros sobre ellos toman su fuerza del nombre de Dios que pronunciamos, y de recordarles qué castigos les va a mandar Dios por medio de Cristo, juez: porque temen a Cristo en Dios y a Dios en Cristo, se someten a los que sirven a Dios y a Cristo. Así, al tocarlos nosotros o al soplar sobre ellos, prendidos por la visión y la representación de aquel fuego, obedeciendo nuestro mandato, salen, contra su voluntad, de los cuerpos, sufriendo y enrojeciendo ante vuestra presencia. Creedles cuando dicen la verdad sobre sí mismos, ya que los creéis cuando mienten. Nadie miente para su deshonra, sino más bien para conseguir estima. Más dignos de crédito son cuando confiesan en contra suya que cuando niegan en favor suyo. Por último, estos testimonios de vuestros dioses con frecuencia han promovido nuevos cristianos: ¡cuántas veces, al creerles a ellos, hemos creído también por Cristo en Dios! Ellos mismos encienden la fe en nuestras Escrituras, ellos mismos edifican la confianza en nuestra esperanza, Les ofrecéis, según creo, la sangre de los cristianos. No querrían perderos a vosotros que les sois tan provechosos, tan serviciales, aunque no fuera más que para que no los abandonéis una vez hechos cristianos, si les fuera posible mentir ante un cristiano que quiere probaros la verdad. Apologético capítulo 22 - 23. Tertuliano, año 197.
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