Ya hemos dicho que Dios creó la totalidad del mundo con su palabra, su entendimiento y su poder. También entre vuestros sabios se dice que el lógos — es decir la palabra y el pensamiento— muestra ser el artífice del Universo. Zenón lo señala como hacedor que lo ha formado todo, dándole un orden: a él se le dan los nombres de fatalidad, dios, mente de Júpiter, destino inflexible de todas las cosas. Cleantes lo atribuye todo a un espíritu del que afirma que penetra el Universo. Nosotros en cambio, a la palabra, al pensamiento y al poder por medio de los cuales afirmamos que Dios lo ha creado todo, le atribuimos una sustancia propia espiritual en la que reside la palabra cuando pronuncia, el pensamiento cuando ordena, y el poder cuando realiza. Decimos que éste procede de Dios y que ha sido engendrado por procedencia, y por tanto se llama Hijo de Dios, y Dios, por la unidad de sustancia; pues Dios también es espíritu. También cuando el rayo sale del sol es una parte del todo; pero el sol estará en el rayo porque es un rayo de sol, y no separado de la sustancia sino que se extiende, como la luz que se prende de la luz. Permanece íntegra y sin perder nada la materia matriz, aunque se tomen de ella muchos mugrones que tienen su misma cualidad. Así también lo que ha salido de Dios es Dios, e Hijo de Dios, y los dos son Uno. Así, espíritu nacido del espíritu, Dios de Dios, distinto por la medida, numéricamente distinto por el grado, no por la esencia, que procede de la matriz, sin separarse de ella. Así pues, este rayo de Dios, como antes siempre se anunciaba, descendiendo hacia una Virgen y encarnándose en su seno, nace hombre y al mismo tiempo Dios. La carne unida al espíritu se alimenta, crece, habla, enseña, actúa, y es Cristo. Apologético capítulo 21. Tertuliano, año 197.
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