b) MARTÍN DE TOURS. De Martín de Tours se conservan numerosas biografías que, como es de suponerse, se hacen más legendarias a medida que se hacen más tardías. Ya la más antigua, escrita por Sulpicio Severo, parece mezclar la leyenda con la historia. Todo esto, sin embargo, es testimonio de la importancia de Martín y del impacto que su vida hizo sobre sus contemporáneos y sus sucesores. Martín nació en Panonia alrededor del año 316, de padres paganos que pronto vieron con desagrado las inclinaciones de su hijo hacia el cristianismo. A fin de evitar que Martín se hiciera cristiano, su padre le hizo alistarse en el ejército a la edad de quince años. A los dieciocho, siendo aún soldado, Martín fue bautizado, y permaneció en el ejército dos años más. Al abandonar el ejército, el joven Martín se dirigió a la ciudad de Poitiers, donde se adentró en los misterios del cristianismo bajo la hábil dirección del famoso obispo y teólogo Hilario. Tras ser ordenado exorcista por el propio Hilario, Martín decidió visitar a sus padres en Panonia. Al cruzar los Alpes fue atacado por bandidos, y se dice que su trato con ellos fue tal que el bandido que le guardaba se convirtió y abandonó su profesión. En Panonia, Martín logró la conversión de su madre, pero no la de su padre. Debido a su cálida defensa de la fe nicena, Martín fue expulsado de su ciudad natal, donde dominaba el arrianismo. A esto siguió una larga serie de peregrinaciones, interrumpidas por breves períodos de quietud monástica. Por fin, al cambiar la situación política del Imperio, que había colocado la Iglesia en manos de los arrianos, Martín decidió regresar a Poitiers, a donde regresaba también el obispo Hilario, quien, como Martín, se encontraba en el exilio debido a su firme posición anti-arriana. Después de pasar algún tiempo en Poitiers, Martín fue consagrado al oficio episcopal en la ciudad de Tours. Puesto que su humildad le hubiera llevado a rechazar tal cargo, fue necesario recurrir a la astucia y la fuerza para obligarle a aceptarlo. Aun entonces Martín se negó a vivir en la ciudad, rodeado de comodidades y bullicio, y se retiró a las afueras, donde llevaba una vida reposada de la que sólo se apartaba para cumplir con sus deberes episcopales. En Tours, Martín se hizo rodear de un grupo de monjes a quienes dirigió en una labor incesante de predicación y de destrucción de antiguos templos paganos. Sobre las ruinas de esos templos se construían entonces iglesias, a fin de que los demonios que antes habitaban tales lugares no pudiesen volver. En ocasiones Martín lograba que los propios paganos accediesen a la destrucción de sus templos. Tal fue el caso de la comunidad que tenía por costumbre venerar, entre otras cosas, un viejo árbol. A fin de mostrar el poder de su Dios, Martín se hizo atar en el sitio preciso en que el árbol caería si se le cortaba, y retó a los propios paganos a hacer caer el árbol sobre él. Aguijoneados por tal osadía, los paganos echaron abajo su árbol sagrado, esperando que aplastara a Martín. De un modo inexplicable el árbol cayó en la dirección opuesta de aquélla en que estaba Martín. Ante tal milagro, varios paganos se convirtieron, y aun los que no lo hicieron no opusieron resistencia alguna cuando Martín echó abajo su templo y construyó una iglesia sobre sus ruinas. No siempre los métodos de Martín eran violentos. A menudo su arma principal fue un valor inquebrantable, como en el caso del bandido que ya hemos relatado o en la ocasión en que un grupo de paganos le atacó y el propio Martín ofreció su cuello para que le decapitasen. Ante tal prueba de valor, los paganos no se atrevieron a usar de violencia con él. En todo caso, el hecho es que Martín, por uno u otro medio, contribuyó a la expansión del cristianismo en los alrededores de la ciudad de Tours. Cuando se le consagró obispo, es posible que no haya habido sino una comunidad cristiana de mediano tamaño en la ciudad misma, y no cabe duda de que en las regiones circundantes dominaba el paganismo. A su muerte, la Iglesia se había extendido hacia los campos, y el paganismo había perdido mucho de su arraigo. Estos son sólo dos de los muchos misioneros que es de suponerse se dedicaron a la expansión del cristianismo entre los paganos al mismo tiempo que las autoridades civiles se esforzaban por completar la cristianización del Imperio. No cabe duda de que, si los documentos y demás pruebas históricas no se hubiesen perdido a través de los siglos, tendríamos noticias de centenares de cristianos que llevaron a cabo un trabajo semejante al de Ulfilas y Martín de Tours. Historia de las misiones. Justo L. González
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