la liturgia judía proveía oraciones fijas para todas las ocasiones. Sería difícil encontrar un suceso o una situación de la vida que no tuviera su fórmula de oración particular. Había oraciones para antes y después de cada comida; en relación con la luz, el fuego, el rayo; al ver la luna nueva, cometas, lluvia, tempestad, el mar, lagos, ríos; al recibir buenas noticias, al estrenar nuevos muebles, al entrar o salir de una ciudad, etc., etc. Todo tenía su oración. Está claro que aquí hay algo infinitamente precioso. Revela la intención de que todo lo que suceda en la vida se traiga a la presencia de Dios. Pero, precisamente porque las oraciones se prescribían tan meticulosa y literalmente, todo el sistema se prestaba al formulismo, y el peligro era que se musitaran las oraciones dándoles muy poco sentido. La tendencia era repetir rutinariamente la oración correcta en el momento correcto. Los grandes rabinos lo reconocían y trataban de evitarlo. «Si una persona -enseñaban- dice sus oraciones para salir del paso, eso no es orar.» "No consideres la oración un deber formal, sino un acto de humildad para obtener la misericordia de Dios.» Rabí Eliezer estaba tan preocupado con el peligro del formulismo que tenía la costumbre de componer una oración nueva todos los días, para que fuera siempre algo fresco. Está muy claro que esta clase de peligro no está confinada a la religión judía. Hasta los que empiezan siendo momentos devocionales pueden acabar en el formalismo de un punto rígido y ritualista del horario. William Barclay
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