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sábado, 25 de junio de 2022

Escritos diversos

 El Cesacionismo. Parte 3.

Según algunos, toda inspiración del Espíritu terminó una vez que las escrituras del Nuevo Testamento quedaron terminadas y su canon fue establecido. La fuerte convicción de Lutero y del protestantismo en general sobre la autoridad de la Biblia ha continuado hasta nuestros días entre los evangélicos. Pero en algunos casos, el énfasis sobre la proclamación de la Palabra ha ido acompañado de un concepto cesacionista en cuanto a los dones y otras manifestaciones del Espfriru Santo. Se afirma que las señales, prodigios y maravillas que ocurrieron durante el primer siglo cristiano, según testifica el Nuevo Testamento, ya no ocurren o han dejado de ser necesarios. Se dice que con el completamiento de los escritos neotestamentarios y la fijación de su canon ya tenemos todo lo que hace falta para la fe y la práctica cristianas. Por otro lado, tales manifestaciones carismáticas quizás fueron necesarias para autenticar los comienzos del testimonio cristiano en el mundo, pero al haber encontrado su lugar en la historia, el cristianismo ya no requiere de tales demostraciones de poder. Su poder ahora está en el testimonio fiel de la Iglesia, en conformidad con la Palabra escrita en la Biblia.

Vinson Synan concluye: "A través de los siglos, entonces, 

la cristiandad, en sus ramas católica romana y protestante, 

adoptó el concepto de que los dones sobrenaturales y espectaculares del Espíriru habían terminado con la iglesia temprana y que, con el completamiento del canon inspirado de las escrituras, jamás volverían a ser necesarios". Como se indicó, esta posición ha tenido voceros desde la Reforma hasta nuestros días. Entre los más recientes cabe mencionar a Benjamín B. Warfield (1851·1921), profesor de teología en el Seminario Teológico de Princeton. Warfield se oponía terminantemente a todo tipo de experiencia religiosa que pretendiera algún grado de revelación o inspiración divina. De igual modo, descalificaba el ejercicio de todo don espiritual especial. Para él este tipo de experiencias eran pobres substitutos subjetivos de la autoridad e integridad de las Escrituras. Warfield admitía que se podía caracterizar a la iglesia apostólica como una iglesia en la que operaban los milagros y otras manifestaciones del Espíritu. Pero, se pregunta: "¿Cuanto tiempo continuó este estado de cosas?" Su respuesta es: "Esta fue la peculiaridad característica de específicamente la iglesia apostólica, y, por lo tanto, pertenecía exclusivamente a la edad apostólica... Estos dones... fueron distintivamente la autenticación de los apóstoles. Fueron parte de las credenciales de los apóstoles como los agentes autorizados de Dios para la fundación de la Iglesia. Su función, pues, los confina distintivamente a la iglesia apostólica, y necesariamente pasaron con ella." Según Warfield, si hubo algún tipo de manifestación de tipo sobrenatural, esta no debe ser considerada como acción del Espíritu Santo, sino como supersticiones propias de la cultura greco-romana pagana inyectadas dentro de la iglesia. Si bien es cierto que muchas supersticiones paganas se introdujeron en la Iglesia alrededor y antes del año 200, esto no es un argumento convincente para descalificar la validez y operación de los dones y manifestaciones del Espíritu para ese tiempo, ni fundamento para afirmar que los mismos cesaron con el fin de la era apostólica. Como se verá más adelante, las operaciones del Espíritu fueron muy importantes en el período apostólico, pero no estuvieron limitadas al mismo. Lo que Pablo afirma en 1Corintios 13:8-12, no fundamenta la cesación de los carismas con el fin de la era apostólica o el completamiento del canon, como afirma Warfield, sino que señala a la Segunda Venida de Cristo como el tiempo cuando la necesidad del ministerio de los dones llegará a su fin. La información histórica sugiere que el flujo inicial de la obra poderosa del Espíritu sobrevivió a los apóstoles por varias generaciones. Tomado del libro La acción del Espíritu Santo en la historia. Pablo Deiros 


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