Así es que Jesús nos advierte de la fragilidad de tres clases de placeres y posesiones.
(i) Nos advierte de la brevedad de los placeres que se desgastan y quedan tan inservibles como la ropa vieja. Los trajes y vestidos más lujosos, con o sin polillas, acaban por desintegrarse. Todos los placeres puramente físicos tienen la característica de desgastarse. Cada vez que se disfrutan, satisfacen menos que la anterior. Se necesita más para producir el mismo efecto. Son como las drogas, que pierden su efecto inicial y se hacen cada vez menos efectivas. Uno tendría que ser estúpido para buscar su sumo bien en cosas que cada vez resultan menos rentables.
(ii) Nos advierte de la fragilidad de los placeres que se corroen. El granero está expuesto al acecho de las ratas y los ratones, que lo mordisquean y roen todo. Hay ciertos placeres que pierden inevitablemente su atractivo conforme avanza la edad. Puede que sea porque se es físicamente menos capaz para disfrutar; o porque se madura algo y ciertas cosas dejan de satisfacer. Una persona no debería nunca entregarle su corazón a placeres que los años van a desvanecer; debería encontrar su delicia en las cosas cuyo atractivo el tiempo es impotente para erosionar.
(iii) Nos advierte de lo inseguros que son los placeres que se nos pueden robar. Eso pasa con todas las posesiones materiales: no hay ni una entre ellas que sea segura; y, si uno edifica su felicidad sobre ellas, está edificando sobre una base que no es estable ni segura. Supongamos que uno organiza su vida de tal manera que su felicidad depende de su posesión de dinero; supongamos que llega una quiebra, y se despierta una mañana para descubrir que su dinero ya no vale nada. Entonces, con su dinero, se ha desvanecido su felicidad.
Si una persona es prudente, edificará su felicidad sobre cosas que no puede perder, y que son independientes de los azares y avatares de la vida. Bums escribió de las cosas transitorias:
Los placeres son cual las amapolas: al tomarlas, su flor se desvanece; o cual la nieve al caer sobre el arroyo: blanca un instante, pronto desaparece.
Una persona cuya felicidad dependa de cosas así, está condenada a una desilusión trágica. Cualquier persona cuyo tesoro consista en cosas, está abocada a perderlo, porque las cosas no son estables, ni duran para siempre. William Barclay
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