Existía la tendencia a relacionar la oración con ciertos lugares, y especialmente con la sinagoga. Es innegablemente cierto que hay algunos lugares en los que se siente a Dios más cerca; pero había algunos rabinos que llegaban hasta a decir que la oración no era eficaz a menos que se ofreciera en el templo o en la sinagoga. Así se produjo la costumbre de ir al templo a las horas de oración. En los primeros días de la Iglesia Cristiana, hasta los discípulos de Jesús pensaban en estos términos, porque leemos que Pedro y Juan se dirigían al templo a la hora de la oración (Hch 3:1 ). Aquí también había un peligro: el de pensar que Dios estaba confinado a ciertos lugares sagrados, y olvidar que toda la Tierra es el templo de Dios. Los más sabios de los rabinos vieron este peligro. Decían: «Dios le dice a Israel: Orad en la sinagoga de vuestra ciudad; si no podéis, orad en el campo; si no podéis, orad en vuestra casa; si no podéis, orad en la cama; si no podéis, meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y guardad silencio.»
El problema de cualquier sistema no está en el sistema, sino en los que lo usan. Uno puede hacer de cualquier sistema de oración un medio de devoción o un puro formulismo, practicándolo rutinaria e inconscientemente. William Barclay
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