Si bien el antiguo Israel no consideró la predicación a las naciones como parte de su misión histórica, los judíos de los últimos siglos antes de nuestra era sí comenzaron trabajo misionero en el sentido estricto. El principal factor histórico que llevó a los judíos a realizar este tipo de trabajo fue la diáspora. La dispersión del pueblo de Israel por distintas partes del mundo le llevaba a establecer contacto con otras
naciones, y era de esperarse que se comenzase entonces el intento de convertir a los paganos. Aunque la principal razón que llevó a los judíos de Alejandría a traducir el Antiguo Testamento al griego parece
haber sido el hecho de que el conocimiento del hebreo comenzaba a hacerse cada vez más escaso entre los propios judíos, esta versión griega
del Antiguo Testamento pronto vino a ser un instrumento misionero formidable. El mundo grecorromano, ansioso de recibir del Oriente algo de su antigua sabiduría, especialmente en materias religiosas, era un campo fértil para este tipo de misiones. En los comienzos mismos de nuestra era, en la obra de Filón de Alejandría, tenemos un testimonio de cómo algunos judíos trataban de hacer su fe más fácilmente aceptable a las personas cultas del mundo grecorromano mediante ínterpretaciones alegóricas que servían para aproximar el mensaje del Antiguo Testamento a las enseñanzas de los viejos filósofos griegos. La labor proselitista del judaísmo se extendió aún después de los comienzos de
la era cristiana, por espacio de cuatro o cinco siglos más, y hubo momentos y lugares en que el proselitismo judío fue uno de los grandes rivales de la expansión cristiana. Empero es necesario señalar siempre que el judaísmo, aun en el período de su mayor avance misionero, no pensaba en las misiones
como un aspecto fundamental de su propia esencia. En esto consiste una de las diferencias fundamentales entre el Israel del Viejo Testamento y la Iglesia cristiana, en la que el impulso misionero es parte
de su misma esencia. Historia de las misiones. Justo L. González
Los viajes del apóstol Pablo son de todos conocidos, y no hay razón alguna para ofrecer aquí una reseña de ellos. Baste decir que el apóstol Pablo llevó el Evangelio a Chipre, a varias de las ciudades del Asia Menor, a Macedonia, a las principales ciudades de Grecia, a Roma y
quizá hasta a España. Acerca de sus métodos, lo más notable es que, aunque Pablo se consideraba apóstol a los gentiles, por lo general se acercaba primero a la sinagoga de cada ciudad y allí enseñaba y predicaba el Evangelio. En algunos casos, como en el de Atenas, trataba de encontrar puntos de contacto entre su mensaje y la cultura del lugar. Siempre se ocupaba de la edificación posterior de las iglesias que había fundado y muy especialmente de sanar las divisiones que en ellas aparecían... Sabemos que Pablo no fue el único misionero cristiano de los tiempos neotestamentarios porque el libro de los Hechos y las epístolas paulinas mencionan diversos episodios en los que aparecen otros misioneros. Bernabé y Marcos fueron a la isla de Chipre. La Primera Epístola de Pablo a los Corintios habla acerca del judío alejandrino Apolos, quien laboraba en Corinto. Además, antes de que Pablo llegase a Roma, ya existía una iglesia cristiana en esa ciudad. Aún más, en el pequeño puerto italiano de Puteoli había ya cristianos que acudieron a recibir a Pablo cuando llegó de camino hacia Roma. Todo esto ha de recordarnos que el apóstol Pablo es sólo uno -aunque quizá el más importante- de los muchos cristianos que durante el siglo 1 contribuyeron a hacer llegar su fe a distintas regiones del mundo... Solamente en el caso del apóstol Pedro podemos decir que existen razones para creer en la veracidad de la visita a Roma que la tradición le atribuye. De hecho, esta tradición es tan antigua que aparece reflejada ya en el Nuevo Testamento, y la mayor parte de los antiguos escritores eclesiásticos se hace eco de ella. Como parte de la misma tradición, el martirio de Pedro en Roma debe darse por cierto. Esto no quiere decir, sin embargo, que Pedro haya fundado la iglesia de Roma, pues la Epístola de Pablo a los Romanos parece implicar que hubo en Roma una iglesia cristiana aún antes de las visitas de Pedro y Pablo. En todo caso, el hecho es que a fines del siglo 1 había cristianos en todas las principales regiones del nordeste del Mediterráneo, y que esta expansión se había llevado a cabo sin un plan o estrategia misionera prefijada. Historia de las Misiones. Justo L. González
Si bien es poco lo que sabemos acerca de la expansión misionera del cristianismo durante el período apostólico, es mucho menos lo que sabemos acerca de ella en el período que sigue inmediatamente a los últimos libros del Nuevo Testamento. Esto era de esperarse, pues éste es precisamente el período de las grandes persecuciones, y a una iglesia perseguida se le hace difícil conservar y transmitir la historia de sus orígenes en cada región. Además, buena parte de la expansión del cristianismo durante este período tuvo lugar, no sólo a través de la obra de misioneros dedicados exclusivamente a la tarea de la evangelización, sino sobre todo a través del testimonio de comerciantes, soldados y esclavos que por una u otra razón viajaban entre las distintas regiones del Imperio. El cristianismo hacía su entrada en una nueva provincia de manera humilde y oscura, y cuando la Iglesia en esa provincia lograba suficiente madurez para producir literatura o algún otro monumento que pudiese quedar para la posteridad, ya sus orígenes habían sido olvidados. Además, la investigación de los orígenes del cristianismo se dificulta frecuentemente debido al modo en que las generaciones posteriores de cristianos, siguiendo la tendencia de la época a hacer de los apóstoles personajes ideales, buscaban el medio de atribuir los orígenes del cristianismo en su ciudad a algún varón apostólico, lo cual sirvió de génesis a más de una tradición legendaria que resulta difícil separar de la verdad histórica. Historia de las misiones. Justo L. González
Al terminar el período neotestarnentario, la Iglesia cristiana se extendía a allende Palestina y Siria hacia el Asia Menor y hasta Grecia y Roma. Más allá de la capital imperial no llegan nuestros datos pues, aunque hay noticias de un viaje de Pablo a España, nada se sabe acerca de sus resultados, y es posible que tal viaje nunca se haya realizado. Sin embargo, a fines del siglo II -y sobre todo a mediados del III- aparecen en la historia repetidas pruebas de que la nueva fe se había extendido por toda la cuenca del Mediterráneo, y que lograba adeptos sobre todo en las grandes ciudades, donde pronto surgieron comunidades cristianas de importancia. a)EGIPTO. En el Egipto, y sobre todo en la ciudad de Alejandría, pronto apareció una iglesia floreciente que algunos dicen fue fundada por San Marcos, aunque este dato carece por completo de confirmación histórica. En todo caso, a mediados del siglo II la comunidad cristiana de esa ciudad contaba ya con pensadores de la importancia de Panteno y, poco después, de Clemente y Orígenes. Además -y esto es señal de la pujanza del cristianismo en esa ciudad-fue en Alejandría que el gnosticismo hizo algunos de sus más serios esfuerzos por asimilar en su seno al cristianismo, sobre todo en los sistemas de Basilides y Valentín. Historia de las misiones. Justo L. González
b) AFRICA DEL NORTE. En la parte occidental del norte de Africa -lo que los Romanos llamaban Africa- y sobre todo en la ciudad de Cartago, aparece también el cristianismo a fines del siglo II. Cuando este cristianismo cartaginés asoma por primera vez a las páginas de la historia tiene ya tal madurez que resulta necesario suponer que había sido fundado por lo menos varias décadas antes. De hecho, es en Cartago, y no en Roma, que surge la primera literatura cristiana en lengua latina -con Tertuliano- y fue también Cartago, con Tertuliano y Cipriano, el centro del pensamiento teológico occidental durante todo el período que nos ocupa -y años después con la persona cimera de San Agustín-. ¿Cómo llegó el cristianismo al norte de África?¿Quiénes lo llevaron? ¿De dónde venían? No lo sabemos. Tradicionalmente se ha pensado que fue de Roma que el cristianismo fue llevado a Cartago. Sin embargo, un estudio más detenido de los datos que se hallan a nuestra disposición parece indicar que fue del Oriente -y quizá de Frigia. "Al parecer, fue más tarde que las circunstancias políticas y culturales llevaron a la Iglesia africana a establecer relaciones más estrechas con Roma, y a olvidar sus antiguos lazos con el mundo griego." Historia de las misiones. Justo L. González
c) ESPAÑA. Los orígenes del cristianismo en España, así como la historia de la Iglesia española en los primeros siglos, nos son totalmente desconocidos. Aparte de la posibilidad de que Pablo haya visitado la Península Ibérica, existen leyendas que afirman que el apóstol Santiago laboró en tierras de España, y que Pedro envió siete obispos a la misma región. El hecho es que la Iglesia española, si bien parece haber sido fundada por lo menos a fines del siglo II, no produjo durante todo este período monumento alguno -ya sea literario, artístico o de otra índole- que nos permita afirmar que haya existido en la Península Ibérica, y antes de la segunda mitad del siglo III, un cristianismo pujante. Sin embargo, el sínodo de Elvira -alrededor del año 300- muestra que el cristianismo se había extendido tan al norte como Asturias y tan al este como Zaragoza, aunque su fuerza mayor parece haberse concentrado en lo que hoy es Andalucía. Historia de las misiones. Justo L. González
d) LAS GALIAS. Desde LA segunda mitad del siglo II -y quizá desde antes- el cristianismo penetró en las Galias. En el año 177 se desató una persecución en las ciudades de Lyon y Vienne, lo cual prueba que ya en esa fecha existían comunidades cristianas en esas ciudades. Poco después, y en la ciudad de Lyon, el obispo lreneo, quizá el más grande teólogo de este período, es testimonio de la fuerza del cristianismo en esta región, no sólo numérica, sino también intelectualmente. El hecho de que la literatura procedente de las ciudades de Lyon y Vienne haya sido escrita en griego, los nombres griegos de los mártires de esas ciudades, y el origen del propio Ireneo, que era oriundo del Asia Menor, hacen suponer que el cristianismo llegó a esta región traído por inmigrantes cristianos procedentes del Asia Menor o al menos del Oriente, y que durante algún tiempo su fuerza mayor estuvo entre los habitantes de lengua griega. Sin embargo, el propio lreneo da a entender que los cristianos de Lyon -o al menos él mismo- se ocupaban también de evangelizar a los habitantes de origen celta. Cuando en el año 314 se reunió un sínodo en Arlés, al sur de Francia, acudieron a él obispos, no sólo de toda la Galia, sino hasta de las Islas Británicas. De este modo, antes de comenzar el siglo IV, ya el cristianismo había rodeado la cuenca del Mediterráneo, y se encontraba representado en todas las regiones principales del Imperio. Historia de las misiones. Justo L. González
e) LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO EN LOS TERRITORIOS EN QUE HABÍAN LABORADO LOS APÓSTOLES. Además, en las zonas en que los apóstoles y sus contemporáneos habían ya llevado el cristianismo en el siglo primero, la Iglesia continuó su labor misionera, dirigiéndose ahora sobre todo a ciertas ciudades y pueblos de menor importancia adonde el cristianismo no parece haber llegado antes. Así, por ejemplo, afirma Latourette que a mediados del siglo III parece haber habido en Italia unos cien obispos. En la península balcánica el progreso del cristianismo parece haber sido mucho más lento, y lo mismo puede decirse de la población semítica de Siria y Palestina. En Asia Menor, sin embargo, el progreso fue sorprendente, y pronto hubo, no sólo comunidades en sitios bastante apartados, sino también gran número de miembros en esas comunidades. Testimonio de ello es la correspondencia entre Plinio y Trajano, en la que aquél llega a afirmar que en Bitinia -adonde nunca llegó apóstol alguno- los templos paganos "estaban casi desiertos". Afortunadamente, sabemos algo más acerca de la labor misionera en Asia Menor debido a los datos y obras que se conservan de Gregorio de Neocesarea. Historia de las misiones. Justo L. González
LOS MÉTODOS EMPLEADOS DURANTE ESTE PERÍODO. Al estudiar los métodos empleados durante este período, tropezamos con la misma dificultad que ya hemos encontrado al tratar de descubrir los orígenes del cristianismo en las distintas regiones del Imperio: nuestros materiales son harto escasos, y los que tenemos representan sólo un sector de la vida total de la Iglesia. En efecto, de este período se conservan extensas apologías en pro del cristianismo, así como varias obras por las que podemos saber acerca de ciertas conversiones particulares; pero la casi totalidad de estos testimonios nos sirve sólo para saber cómo las personas más cultas y los espíritus más refinados llegaban al cristianismo, y nada nos dice acerca de la inmensa mayoría de los conversos -esclavos, artesanos y mujeres, de cuya conversión nada sabemos-. Por esta razón, nuestra exposición será necesariamente más extensa en lo que se refiere a la expansión del cristianismo y su propaganda por medios intelectuales. Esto no ha de tomarse como un reflejo de la realidad histórica, en la que la polémica culta y el argumento filosófico eran sólo una pequeña fracción del testimonio cristiano. Hecha esta aclaración, podemos discutir algunos de los métodos que los cristianos de este período empleaban para propagar su fe. Historia de las misiones. Justo L. González
a) LA POLÉMICA CONTRA EL JUDAÍSMO. El método que aparece una y otra vez en los documentos que han llegado hasta nosotros es el de la polémica y el argumento lógico. Este tipo de argumentación se empleaba ya en el período neotestamentario, sobre todo frente a los judíos, haciéndoles ver cómo Jesús era el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. Durante el período que se extiende entre el fin del siglo primero y la conversión de Constantino, continúa esta polémica antijudía, pero la polémica frente a la religión y la filosofía paganas viene a ocupar el primer lugar. Esto es señal de que la Iglesia, convencida ya de que los judíos no habrían de convertirse, vuelve su ímpetu misionero hacia los gentiles. La Iglesia del siglo VI es ya una Iglesia de gentiles, y buena parte de su polémica con los judíos no lleva ya el propósito de convencer, sino sólo de aplastar a una religión rival del cristianismo. Como testimonio de la polémica con los judíos, tenemos obras tales como el Diálogo con Trifón de Justino, el tratado Contra los judíos de Tertuliano, y el sermón del mismo título atribuido a Cipriano, además de la llamada Epístola de Bemabé. De todas estas obras, sólo el Diálogo de Trifón parece basarse en un verdadero encuentro entre un judío y un cristiano, y en un esfuerzo de éste último por convencer a aquél. Las otras son ataques al judaísmo como doctrina, y no diálogos con los judíos. En todo caso, el argumento fundamental de los cristianos frente a los judíos es el del cumplimiento de ciertas profecías en la persona de Jesús, especialmente en lo relativo a su nacirmento y su muerte. Además -también al igual que ciertos escritores del Nuevo Testamen- los polemistas cristianos de este período apelan a la tipología, afirmando que ciertos acontecimientos del Antiguo Testamento eran señales, "tipos" o figuras de lo que habría de ocurrir en el Nuevo. Por último, otros escritores cristianos, y muy especialmente los alejandrinos, apelan a la alegoría, negando a menudo el carácter histórico de las narraciones del Antiguo Testamento, y haciendo de ellas alegorías referentes a las enseñanzas del Nuevo. Algunos cristianos -como Marción- negaban la validez del Antiguo Testamento, y pretendían que el cristianismo era algo tan radicalmente nuevo que no podía ser el cumplimiento de las antiguas promesas hechas a los judíos. La inmensa mayoría de los cristianos rechazó tal posición, que pronto fue considerada herética. Historia de las misiones. Justo L. González.
b) LA POLÉMICA CONTRA El CULTO PAGANO. Frente a los paganos, la polémica cristiana tenía que luchar en dos frentes: el del culto y el de la filosofía. Frente al culto pagano, los cristianos enseñaban un monoteísmo moral, y con ello se hacían eco de los ataques que los propios filósofos paganos venían haciendo a la pluralidad de los dioses, y sobre todo a las historias inmorales que de ellos se contaban. Al aparecer el cristianismo en el Imperio Romano, ya hacía siglos que los más refinados entre los filósofos griegos habían comenzado a expresar dudas acerca de los dioses del Olimpo, y sobre todo acerca de las cosas que de ellos se contaban. Así, por ejemplo, Jenófanes de Colofón había dicho que "Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses todo cuanto es vergonzoso y poco honesto entre los mortales, robos, adulterios y engaños", y que "si los bueyes y caballos o leones tuviesen manos, y pudieran pintar con sus manos, y producir obras de arte como los hombres, los caballos pintarían a sus dioses como caballos, y los bueyes como bueyes...". Sin embargo, este tipo de crítica, corriente entre los hombres cultos, no había llegado aún a las masas, y el culto a los dioses del Olimpo -y a otros de naturaleza semejante, pero de origen distinto- gozaba aún de suficiente arraigo para requerir su refutación por parte de los cristianos. De hecho, como veremos en la próxima sección de este capítulo, el culto pagano perduraba aún dentro del Imperio Romano cuando las invasiones de los bárbaros trajeron un nuevo influjo del paganismo. Al igual que los filósofos paganos, los cristianos atacaban a estos dioses, primero, por su impotencia y su carácter de creación humana; y, segundo, por los hechos inmorales que se les atribuían. Como ejemplo de esto podemos tomar a Arístides, quien, a mediados del siglo II, escribió las siguientes palabras acerca de la impotencia de los dioses: "Viendo a sus dioses aserrado por sus artífices, y desbastados, y acortados, y cortados, y quemados, y figurados, y por ello transformados en toda figura, y ora que envejecen consumidos por el largo tiempo, ora que se funden o se hacen pedazo ¿cómo no comprendieron de ellos que no son dioses? Y aquellos que no han podido proveer a la salvación de sí mismos, ¿cómo pueden tener cuidado de los hombres?" Y, señalando la inmoralidad de los dioses griegos, dice: "Mas he aquí que, habiendo los griegos establecido leyes, no han caído en la cuenta de que con sus leyes condenan a sus dioses. Si, en efecto, sus leyes son justas, son perversos sus dioses, los cuales han transgredido las leyes, porque matan unos a otros, y practican la magia, y cometen adulterio, y se dan a la rapiña y al robo y yacen con varones, con todas sus otras hazañas; que si sus dioses han hecho bien estas cosas, tal como lo escriben, son perversas las leyes de los griegos, porque no han sido establecidas según la voluntad de los dioses. Y en esto, todo el mundo ha errado." Historia de las misiones. Justo L. González
c) EL ENCUENTRO CON LA FILOSOFÍA PAGANA. En cuanto a su posición frente a la filosofía pagana, los cristianos de este período -como los de todas las épocas- no estaban de acuerdo entre sí. Todos veían en el cristianismo una verdad superior, revelada por Dios, y a la que ningún filósofo, por muy acertado que fuese su pensamiento, hubiera podido llegar. El punto de desacuerdo estaba en el valor que debía atribuirse a la filosofía, pues unos veían en ella el ayo que conducía a Cristo. -Justino, Clemente, Orígenes- y otros veían sólo una oposición radical entre el pensamiento filosófico y la verdad cristiana -Taciano, Hermias, Tertuliano-; unos veían en la filosofía un instrumento necesario para la exégesis bíblica, y otros veían en ella el origen de toda herejía; unos afirmaban que Jesucristo era el Señor tanto de Atenas como de Jerusalén, y otros se preguntaban: "¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué la Academia con la Iglesia?" Quienes veían una oposición total entre la doctrina filosófica y la verdad revelada, tenían entre los propios filósofos el mejor medio de atacar la filosofía, pues ya los escépticos -especialmente los de la Academia- habían mostrado las contradicciones entre los diversos filósofos, y habían utilizado tales contradicciones como prueba de la imposibilidad de llegar a un conocimiento cierto. Siguiendo la pauta trazada por estos filósofos, algunos cristianos se dedicaron a desprestigiar la filosofía a base de sus contradicciones. Uno de éstos fue Hermias, quien en su Escarnio de los filósofos paganos, se burla de ellos como sigue: "Si han hallado la verdad, estén o pónganse de acuerdo y yo les creeré de mil amores; pero si me tiran del alma y me la arrastran unos a una naturaleza y otros a otra, unos a una sustancia y otros a otra, y me la transforman de materia en materia, confieso que me siento molesto por este fluctuar de las cosas. Hay un momento en que soy inmortal y me alegro; al poco rato me convierto en mortal y rompo en llanto; luego me disuelvo en átomos, me convierto en agua, me convierto en aire, me convierto en fuego. Sin embargo, la inmensa mayoría de los cristianos -o al menos de los cristianos cuyas opiniones nos son conocidas a través de sus obras- veía un valor positivo en la filosofía pagana. Como ejemplo de esta posición podemos tomar a Justino Mártir, autor cristiano de la segunda mitad del siglo II. A fin de mostrar a las personas cultas entre los gentiles que el cristianismo no se opone a la civilización y filosofía helénica, sino que las complementa y supera, Justino apela a la doctrina del logos o Verbo. Este término podía ser de gran valor, pues era uno de los temas fundamentales de la filosofía pagana, se aplicaba a Jesucristo en el Evangelio de Juan, y ya antes -con Filón de Alejandría- había servido de puente entre la filosofía griega y la religión judaica. Siguiendo la tradición de los filósofos griegos, Justino afirma que todo conocimiento que los hombres poseen es producto del logos o principio racional del universo. Pero -apelando ahora al Cuarto Evangelio, y a su uso del término logos- Justino afirma también que ese logos que es el principio racional del universo es el mismo que se encarnó en Jesucristo. Luego, la verdad que los filósofos conocieron no es otra que la verdad cristiana, con la sola salvedad que Platón y sus colegas sólo conocieron al Verbo "en parte", mientras que los cristianos conocen al Verbo "entero". Los filósofos conocían sólo las verdades que el Verbo les revelaba, mientras que los cristianos conocen al Verbo mismo. Luego, todo cuanto hay de bueno en la cultura y filosofía paganas pertenece a los cristianos: . . . quienes vivieron conforme al Verbo, son cristianos, aún cuando fueron tenidos por ateos, como sucedió entre los griegos con Sócrates, Heráclito y otros semejantes, y entre los bárbaros con Abrahán, Ananías, Azarías y Misael, y otros muchos cuyos hechos y nombres, que sería largo enumerar, omitimos por ahora. De suerte que también los que anteriormente vivieron sin razón, se hicieron inútiles y enemigos de Cristo y asesinos de quienes viven con razón; mas los que conforme a ésta han vivido y siguen viviendo son cristianos y no saben de miedo ni turbación. De este modo la polémica cristiana, tanto frente al judaísmo como frente al paganismo, busca rumbos que le permitan afirmar el señorío de Jesucristo sobre todo cuando existe -en estos casos, el Antiguo Testamento y la cultura helenista- sin abandonar la afirmación fundamental de que el mismo que es el Señor eterno se ha llegado a los hombres de manera única y particular en Jesucristo. Historia de las misiones. Justo L. González
d) EL CONTACTO PERSONAL ENTRE INTELECTUALES. Resulta interesante notar, sin embargo, que toda esta argumentación servía de canal para la propagación del Evangelio sólo cuando iba acompañada por el testimonio personal del cristiano. No tenemos noticias de personas que se hayan convertido al cristianismo leyendo el Diálogo con Trifón o las Apologias de Justino -y esto resulta mucho más notable si recordamos el hecho de que tenemos noticias de conversiones filosóficas mediante la lectura de los libros de los filósofos- pero sí sabemos de varias ocasiones en que discusiones personales de esta índole llevaron a alguien a convertirse al cristianismo. El propio Justino da fe de la importancia de este método de discusión y testimonio directo entre cristianos y paganos al afirmar que su conversión se debió a un encuentro de esta clase, cuando un anciano venerable, tras mostrarle la insuficiencia del platonismo, le mostró el camino de la "verdadera filosofía". Ya hemos visto el caso de Gregorio de Neocesarea y su hermano Atenodoro, cuya conversión tuvo lugar a través del contacto personal con Orígenes. Algo parecido parece haber sucedido en los casos de Clemente de Alejandría -gracias a la influencia personal de su maestro Panteno- y de Cipriano de Cartago -a través del sacerdote Ceciliano. Y, si el Octavio de Minucio Félix narra un acontecimiento histórico, también allí tenemos un ejemplo de intento de lograr una conversión a través de la discusión directa y personal de los valores y doctrinas del cristianismo frente al paganismo. Historia de las misiones. Justo L. González
e) LAS ESCUELAS CRISTIANAS. Las más de las veces tales encuentros no se dejaban simplemente al azar, sino que los cristianos fundaban escuelas que tenían a menudo funciones catequéticas, pero a las que podían dirigirse los paganos cultos que querían saber más acerca del cristianismo, o que simplemente querían atacarlo disputando con sus más destacados portavoces. Como ejemplo de este tipo de escuela, que seguía el molde de la antigua Academia de Atenas tenemos la que fundó Justino en Roma y que luego dirigió su discípulo Taciano, y la famosísima de Alejandría, relacionada con los nombres de Panteno, Clemente, Orígenes, Heraclas y otros, y a la que acudía a veces lo más selecto de la nobleza y la intelectualidad paganas. Tales escuelas jugaron un papel importantísimo en la expansión del cristianismo, pues muchos paganos que acudían a ellas se convertían, además de que pronto se volvieron centros de donde salían cristianos preparados para llevar sobre sus hombros la responsabilidad de predicar y extender el conocimiento del Evangelio -de los cuales Gregorio de Neocesarea es un magnífico ejemplo. Por otra parte, la literatura que se producía en estas escuelas -y sobre todo en la de Alejandría- servía de fuente de conocimientos a cristianos menos ilustrados que debían enfrentarse con paganos que de otro modo hubieran podido vencerles en la controversia. Historia de las misiones. Justo L. González
f) EL TESTIMONIO DE LOS CRISTIANOS INCULTOS. Este tipo de testimonio directo y personal, en que la polémica se mezclaba con el ferviente deseo de ver la conversión del interlocutor, no siempre tenía lugar en el nivel elevado de los filósofos y rétores, sino que muchas veces -quizá las más- tenía lugar entre esclavos, mujeres y artesanos. Prueba de ello es el siguiente texto de Celso, quien veía en la pobreza e ignorancia de los cristianos un argumento en contra de la veracidad de su fe: "¿Qué hacen los feriantes, los saltimbanquis? ¿Se dirigen a los hombres sensatos para espetarles sus soflamas? No. Pero si divisan en alguna parte a un grupo de niños, de cargadores, de gentes groseras, allí es donde plantan sus tablados, exponen su industria y se hacen admirar. Lo mismo ocurre en el seno de las familias. Se ven pelaires, zapateros, bataneros, gentes de extrema ignorancia y desprovistas de toda educación que, en presencia de los maestros, se guardan muy bien de abrir la boca; pero si pillan privadamente a los hijos de la casa o mujeres que no tienen más inteligencia que ellos mismos, se ponen a decirles maravillas. Sólo a ellos hay que creer; los padres, los preceptores son unos locos que ignoran el verdadero bien y son incapaces de enseñar. Sólo ellos saben cómo hay que vivir; a los niños les irá bien si les siguen y por su medio la felicidad visitará a toda la familia. Si mientras están perorando, sobreviene alguna persona seria, uno de los preceptores o el padre mismo, los más tímidos se callan; los descarados no dejan de exhortar a los niños a que sacudan el yugo, insinuándoles calladamente que no quieren enseñarles nada ante el padre de ellos o ante el preceptor, para no exponerse a la brutalidad de esas gentes corrompidas que los harían castigar. Los que tienen interés en saber la verdad, abandonen a sus preceptores y a sus padres y vengan con las mujeres y la chiquillería al gineceo o al puesto del zapatero o a la tienda del batanero, para aprender allí la vida perfecta. Ved ahí cómo se las arreglan para ganar adeptos. No exagero y en mis acusaciones no salgo un ápice de la verdad." Es una verdadera desventura el que, dado su propio carácter, el trabajo de tales cristianos no nos sea mejor conocido, pues sin duda descubriríamos que su contribución a la expansión del cristianismo fue mucho mayor que lo que los textos parecen indicar, y hasta mayor que las de las escuelas y de los cristianos cultos. Historia de las misiones. Justo L. González
g) LOS MILAGROS. Entre estas personas -y también entre muchas de las personas más cultas del Imperio- los milagros eran un factor importante. Si bien no sabemos cuántos de los hechos prodigiosos que se cuentan de Gregorio de Neocesarea son acontecimientos históricos, resulta claro que todos cuantos se dedicaron a narrar su vida veían en sus milagros uno de los instrumentos más poderosos para lograr la conversión de los paganos. Durante los últimos años de este período aparecen en la literatura cristiana numerosos evangelios y libros de hechos de uno u otro apóstol, y casi todos subrayan lo milagroso como si esto fuera una de las principales garantías de la veracidad del cristianismo. Historia de las misiones. Justo L. González
i) EL CULTO. Otro factor que es necesario mencionar, aunque por razón de su escasa importancia como instrumento directo para la expansión del cristianismo, es el culto divino. Como señala Bardy, los cultos orientales que invadían el Imperio a principios de nuestra era --el de Atis y Cibele, el de Isis y Osiris, el de Dionisio,etc.- ofrecían una liturgia fascinante y conmovedora. Frente a esto, la liturgia cristiana -a la que en todo caso no se permitía a los paganos asistir- era en extremo sencilla. Resulta claro que, a diferencia de lo que ha llegado a ser costumbre en muchas iglesias del siglo XX, en la Iglesia primitiva el culto no tenía el más mínimo propósito de servir de ocasión para la conversión de los no cristianos. El trabajo que hoy llamamos "evangelístico" se realizaba fuera del culto, en los sitios donde la vida común llevaba a los cristianos a establecer contacto con los no creyentes. Historia de las misiones. Justo L. González
j) Los MISI0NEROS. Algo semejante sucede con la práctica de enviar misioneros, aunque en este caso sí es cierto que la Iglesia de los primeros siglos tenía por costumbre enviar misioneros a otros sitios. Ya hemos mencionado el caso de la Iglesia de Antioquía, que envió a Pablo y sus acompañantes. En el período que estamos estudiando, merece la pena citarse el caso de Panteno, quien hizo un viaje hacia el Oriente -¿hasta Arabia o hasta la India?- como "heraldo del Evangelio de Cristo". Además, obras tales como la Didajé y el "Contra Celso" de Orígenes, dan a entender que había un buen número de personas dedicadas exclusiva o casi exclusivamentea ir de lugar en lugar predicando el Evangelio, como antes lo había hecho Pablo. Sin embargo, al parecer una buena parte del trabajo de estas personas consistía en visitar sitios en que ya existían iglesias, y ayudarlas y fortalecerlas en su trabajo -o a veces crearles problemas que antes no tenían, como resulta claro al leer la Didajé. La mayor parte de la expansión del cristianismo en los siglos que anteceden a Constantino tuvo lugar, no gracias a la obra de personas dedicadas exclusivamente a esa tarea, sino gracias al testimonio constante de cientos y miles de comerciantes, de esclavos y de cristianos condenados al exilio que iban dando testimonio de Jesucristo donde quiera que la vida les llevaba, y que iban creando así nuevas comunidades en sitios donde los misioneros "profesionales" no habían llegado aún. Y, una vez sembrada la semilla, el trabajo más digno de notarse no fue tampoco el de los predicadores que visitaban la comunidad para predicarle unos pocos días, sino el de hombres que, como Gregorio de Neocesarea, vivían junto a su pueblo y se sentían responsables, no sólo de su pequeña grey, sino también de toda la comunidad no cristiana en que ella había surgido. Historia de las misiones. Justo L. González
k) RESUMEN: LA ACTITUD DE LOS CRISTIANOS HACIA EL PAGANISMO. Podemos decir que el cristianismo avanzó a pasos agigantados por la cuenca del Mediterráneo gracias a los factores y métodos misioneros que acabamos de discutir. Pero todo esto de nada hubiera servido de no ser por el modo admirable en que la Iglesia y los cristianos combinaban una flexibilidad sorprendente con la más estricta rigidez. Si el cristianismo hubiese seguido el camino del sincretismo, acogiendo en su seno toda clase de doctrinas de diversos orígenes y con diversos sentidos, quizá hubiera parecido más atrayente a algunos -y en esto radicaba la gran atracción del gnosticismo cristiano- pero hubiera acabado por desaparecer como desaparecieron todos los sincretismos de la época: esfumado en la vaguedad de sus doctrinas. Si, por el contrario, el cristianismo se hubiese mostrado radicalmente inflexible, como si sólo la Iglesia y la tradición veterotestamentaria poseyesen la verdad, y como si toda verdad pagana tuviese que ser necesariamente falsedad, se le hubiera hecho imposible a un pagano helenista hacerse cristiano sin al mismo tiempo abandonar todo rasgo de helenismo y aprender a pensar como un hebreo. Al colocarse en el justo medio entre estos dos extremos, siendo inflexible en lo esencial y acomodándose en lo periférico a la cultura y las tradiciones del mundo grecorromano, la Iglesia tomó la actitud que mejor podía servir a la expansión del cristianismo, y al mismo tiempo reflejaba, siquiera imperfectamente, el amor del Señor que aún "siendo en forma de Dios" tomó "forma de siervo" por amor de los hombres. Historia de las misiones. Justo L. González
B. EL IMPERIO CRISTIANO Y LA SUPRESION DEL PAGANISMO. PARTE 1.
1. La Conversión de Constantino.
La conversión de Constantino es uno de esos pocos grandes acontecimientos que parecen ser como hitos gigantescos que se alzan en medio del camino de la historia, señalando nuevos rumbos y abriendo nuevas posibilidades. Quizá por eso mismo es también uno de los acontecimientos más discutidos en la historia de la Iglesia. Para unos, fue el comienzo de esa perversión del carácter del cristianismo que a la postre requeriría la Reforma del siglo XVI. Para otros, fue el triunfo de la Iglesia perseguida sobre sus persecutores, la rendición de la resistencia pagana y la máxima expresión de la pujanza de la Iglesia de los primeros siglos. Ambas interpretaciones son parcialmente correctas, pues un acontecimiento del orden de la conversión de Constantino no podía sino tener grandes consecuencias para la vida de la Iglesia -consecuencias tanto positivas como negativas, así como consecuencias postivas con inmensas potencialidades negativas. Hay algo en lo que casi todos los historiadores más serios concuerdan: Constantino se convirtió -y se convirtió sinceramente- en el año 312. (J. Burckhardt, (Die Zeit Konstantins des Grossen, p. 334) juntamente con un buen número de historiadores del siglo XIX, pensaba que Constantino no se había convertido sino por razones de conveniencia política, y ponía en duda su sinceridad al proclamarse cristiano. Sin embargo, como afirma A. H. M. Jones, ( Constantine and the Conversion o/ Europe, p. 73), "Constantino hubiera tenido que ser un prodigio intelectual para haber sido un racionalista en la época en que vivió, y el hecho es que, hasta donde es posible penetrar en su intelecto, parece haber sido un hombre de mente sencilla".) La divergencia de opiniones gira alrededor del modo en que Constantino veía el cristianismo que había aceptado, y alrededor de las consecuencias que su conversión tuvo para la Iglesia. Historia de las misiones. Justo L. González
EL IMPERIO CRISTIANO Y LA SUPRESION DEL PAGANISMO. PARTE 2.
En todo caso, el hecho es que, hasta donde llegan nuestras noticias, Constantino siempre se sintió inclinado hacia el monoteísmo. Durante los primeros años después de su coronación por los soldados de su difunto padre, cuando aún era sólo César de las Galias, Constantino hizo acuñar sus monedas en honor al Sol Invicto. Por otra parte, si el testimonio de los escritores cristianos del propio siglo IV -y especialmente Eusebio- es fidedigno, el padre de Constantino, Constancio Cloro, siempre trató a los cristianos con benevolencia, y hasta es posible que haya habido cristianos en su propia familia. Eusebio, quizá llevado por su entusiasmo hacia Constantino, o tal vez basándose en hechos reales, afirma que Constancio Cloro acostumbraba rogar al Salvador. Por último, todo parece indicar que aún antes de la visión celestial y la batalla del Puente Milvio, Constantino se hacía acompañar de algunos obispos, y sobre todo de Osio de Córdoba, quien más tarde se daría a conocer como uno de los consejeros favoritos del Emperador. Luego, aunque Constantino después diría que su conversión se debió a una visión celestial, y aunque sus biógrafos siempre trataron de subrayar el carácter repentino de esa conversión, no cabe duda de que muchos factores habían ido conduciendo al César de las Galias al punto en que estuvo preparado para su visión. (Si bien los dos escritores antiguos más dignos de crédito -Eusebio y Lactancio, ambos relacionados directamente con el Emperador- no concuerdan en todos los detalles de la conversión de Constantino, sí están de acuerdo en afirmar que, en vísperas de la batalla del Puente Milvio, Constantino tuvo una visión -ya sea en sueños, ya en el cielo- en la cual se le prometía que bajo el signo de Cristo sería vencedor. Al otro día, Constantino hizo confeccionar un estandarte adornado de piedras preciosas, y en el que resaltaba el monograma con la chi y la rho, representando las dos primeras letras del nombre de Cristo. Además, ordenó que sus soldados pintasen sobre sus escudos el mismo monograma. Como es sabido, las tropas de Constantino derrotaron decisivamente a las de Magencio, y éste murió ahogado al caer al río.) Historia de las misiones. Justo L. González
EL IMPERIO CRISTIANO Y LA SUPRESION DEL PAGANISMO. PARTE 3.
No cabe duda de que la conversión de Constantino fue algo radicalmente distinto de lo que generalmente entendemos por conversión, y muy especialmente de lo que sucedía en aquella época cuando alguien se convertía. En época de Constantino, era la Iglesia, o al menos algún cristiano estrechamente relacionado con la Iglesia, quien servía de agente para la conversión de un pagano; luego el converso se ponía a la disposición de la Iglesia, a fin de ser instruido en las cosas de la fe; por último, se unía a la Iglesia y se sometía a su jerarquía, que debía dirigir su vida cristiana. El caso de Constantino es distinto. Según Eusebio, él mismo decía que su conversión se debía, no tanto a una conversación o polémica con algún cristiano, como a una visión directa que Dios le había proporcionado. A la usanza de los antiguos emperadores, él tenía una misión, una misión dada por el Dios de la Iglesia y que por ello se relacionaba con la misión de ésta última; pero dada directamente, por lo que no dependía de, ni se sometía a, la organización de la Iglesia. Por otra parte, Constantino veía al Cristo a quien ahora servía, no tanto como un Salvador de los poderes del pecado y la muerte, sino más bien como el Vencedor que le daría la victoria, aquí en la tierra, sobre sus enemigos, primero Magencio y después Licinio. A cambio de esto, Constantino debía honrarle -sobre todo mediante el uso del símbolo que representaba su nombre- y contribuir al crecimiento de su Iglesia. "El cristianismo de Constantino no estaba envuelto en la gloria del verdadero espíritu cristiano, sino en la oscuridad de la superstición. Pero es un gran error negar la sinceridad y urgencia de sus convicciones religiosas" (Alfoldí, The Conversion..., p.23. Naturalmente, esto no quiere decir que Constantino no fuese el genio calculador por el que siempre se le ha tomado. Si bien estaba convencido de que era a Cristo que debía la victoria del Puente Milvio, y por tanto la posesión de Roma, sabía también que le sería imposible gobernar si se declaraba cristiano inmediata y abiertamente. Era demasiado el odio que sus predecesores habían sembrado contra los cristianos; y el paganismo, decadente y todo como estaba, era aún una fuerza que debía tenerse en cuenta -sobre todo en Roma, donde los senadores y demás aristócratas veían en el paganismo una parte fundamental del viejo sistema de vida que ellos representaban y defendían. Por consiguiente, Constantino optó por una política lenta y moderada, que comenzó garantizando sólo la tolerancia a los cristianos, pero que terminó siendo una política de apoyo decidido y abierto a los propósitos de la Iglesia.). La vieja Roma fue siempre el principal obstáculo con que tropezó la política religiosa de Constantino a favor del cristianismo. En aquella ciudad las antiguas clases gobernantes veían con recelo todo intento de abandonar el culto a los dioses, que era parte de sus tradiciones ancestrales. Constantino siempre respetó el Senado y sus prerrogativas, y -aun después de haberse declarado cristiano abiertamente- no rechazó el título de Pontifex Maximus que ese cuerpo le daba. Por esta razón la política religiosa de Constantino, que en el Oriente era decididamente favorable a los cristianos, en el Occidente era más moderada y estaba dispuesta a hacer concesiones a los paganos. Historia de las misiones. Justo L. Gonzále
EL IMPERIO CRISTIANO Y LA SUPRESION DEL PAGANISMO. PARTE 4.
Esta situación cambió radicalmente cuando, en el año 324, Constantino comenzó a construir una "Nueva Roma" junto al Bósforo, donde antes se alzaba la antigua Bizancio. A partir de este momento, y cada vez más con el progreso de la nueva capital y con el establecimiento en ella de un nuevo Senado, Constantino se siente libre de la obligación de ceder ante la presión del Senado romano. En el año 325, llega hasta el extremo de colocar la vieja capital bajo la autoridad de un gobernador cristiano -acción tan mal recibida que dos años después el Emperador juzgó conveniente nombrar un gobernador pagano-. Durante este período la política de Constantino se hace cada vez más recia para con el paganismo. Los viejos templos son destruidos, y sus tesoros se incorporan a las arcas imperiales. Se establecen límites y exigencias a los cultos paganos. Se prohíbe el culto de Venus -quizá por motivos morales más que religiosos. Por otra parte, el culto al propio Emperador no desaparece del todo, sino que sólo se le priva de algunas de sus características más repugnantes a la conciencia cristiana, y a la muerte de Constantino en el año 337 sus hijos no se oponen a su apoteosis, decretada por el viejo Senado romano. ¿Cuáles fueron las consecuencias de todo esto para la expansión del cristianismo? Es difícil saberlo a ciencia cierta. No cabe duda de que el prestigio que le prestaba la persona del Emperador debe haber despertado interés hacia el cristianismo. Los lugares de adoración se hacían cada vez más pequeños ante el influjo de los conversos. Al principio, la Iglesia mantuvo su antigua costumbre de preparar a los conversos para el bautismo a través de un largo período de prueba y de instrucción catequética. Con el correr de los años tal período se hizo cada vez más breve, y la instrucción más superficial, hasta llegar a las conversiones en masa de principios de la Edad Media. Como es de suponerse, esto no podía tener lugar sino en menoscabo de la dedicación personal de los cristianos, sobre todo en lo que a la vida ética se refiere, pues en el campo doctrinal la Iglesia desarrolló medios para mantener la adhesión casi absoluta de sus fieles. Historia de las misiones. Justo L. Gonzále
EL IMPERIO CRISTIANO Y LA SUPRESION DEL PAGANISMO. PARTE 5.
Esto no quiere decir que el resultado de la conversión de Constantino haya sido puramente negativo. Por el contrario, el siglo que sigue a tal acontecimiento es el Siglo de Oro de la historia de la Iglesia. Personajes tales como Atanasio, Basilio el Grande, Ambrosio, Jerónimo y Agustín son testimonio de la pujanza literaria e intelectual de la Iglesia liberada del azote de las persecuciones. Las grandes basílicas y obras de arte son ejemplo del modo en que los cristianos tomaron lo mejor de la cultura conquistada y lo pusieron al servicio de su Señor. La organización eclesiástica que logró desarrollarse gracias a la protección imperial resultó ser el único poder capaz de rescatar la cultura grecorromana tras las invasiones de los bárbaros. Por último, el siglo que siguió a la conversión de Constantino vio misioneros tales como Ulfilas y Martín de Tours. Naturalmente, la conversión del Emperador planteaba problemas que hasta entonces habían sido desconocidos para la Iglesia. ¿Debía el Emperador estar supeditado a la Iglesia, o viceversa? ¿Debía el Emperador utilizar su poder en pro de los principios cristianos? ¿Cómo se entendía la responsabilidad del Emperador para con sus súbditos paganos? ¿Debía la Iglesia utilizar su influencia sobre el Emperador para lograr un orden social más justo? ¿Podían los cristianos aceptar privilegios de parte del Estado? ¿Implicaría una traición a los principios evangélicos el dejar de ser la Iglesia perseguida para convertirse en la Iglesia apoyada en el poder imperial? Todos éstos son problemas a que la Iglesia de los siglos cuarto y siguientes tuvo que enfrentarse. Son también problemas harto difíciles, pues en cada caso existen fuertes argumentos en pro de soluciones contradictorias. Si el Emperador utilizaba su poder a favor de sus principios cristianos, se corría el peligro de que la Iglesia llegase a fundamentar su esperanza, no en Dios, sino en su poder político y económico. Si, por el contrario, el Emperador separaba su fe de su oficio de gobierno, esto implicaba que su fe quedaba reducida a un aspecto de su vida, que era una fe parcial que podía ser restringida a alguna fase de la vida humana, excluyéndola de las demás. Luego, ni una ni otra solución era adecuada, y se hacía difícil determinar qué debían hacer la Iglesia y el Estado ante la conversión del Emperador. Empero una cosa resultaba clara e indudable: la conversión del Emperador, como la conversión de todo ser humano, debía ser recibida con regocijo por los cristianos, a pesar de los problemas -a menudo insospechados- que tal conversión podría plantear. Historia de las misiones. Justo L. González
2. LOS HIJOS DE CONSTANTINO.
Si bien Constantino nunca se volvió intolerante para con el paganismo, sus tres hijos y sucesores -Constantino II, Constancio y Constante- siguieron frente a los viejos cultos una política cada vez más rígida. En el año 341 se prohibieron los sacrificios, y en el 354 Constancio ordenó que todos los templos paganos fuesen clausurados. Aunque estas leyes no se cumplieron a cabalidad en todo el Imperio, sí sirvieron para estimular acciones violentas contra los paganos por parte de algunos funcionarios civiles que -como el general Artemio en el Egipto- procuraban para sí el favor imperial. Además, bajo el amparo de tales leyes muchos dirigentes cristianos se dedicaron a destruir templos paganos y construir iglesias sobre sus ruinas. Por otra parte, el gobierno de los hijos de Constantino, y sobre todo de Constancio cuando éste quedó como único emperador, no estuvo a la altura del de su padre. Constancio hizo asesinar a la mayoría de sus familiares, y cometió tantos crímenes como creyó necesarios para sostenerse en el poder. Los intelectuales paganos veían en el cristianismo, y sobre todo en la nueva política imperial, un peligro que amenazaba a la vieja cultura, que parecía desaparecer bajo el peso de la nueva religión. Las clases bajas veían con desagrado la desaparición de juegos, fiestas y representaciones que la Iglesia condenaba. El propio cristianismo parecía haber perdido su pujanza, dividido como estaba a causa de las controversias donatista y arriana -además de otros cismas locales como el de Antioquía-. Frente a tal situación, descrita en los más sombríos colores por los historiadores de la época, era de esperarse una reacción pagana. Historia de las misiones. Justo L. González
3. LA REACCIÓN PAGANA: JULIANO.
Esta reacción -que ya se había vislumbrado en el intento de usurpar el trono por parte de Magencio- se hizo sentir con el advenimiento al trono del emperador Juliano. Aunque la historia -llevada por el excesivo celo de algunos cristianos- le conoce como "el Apóstata", lo cierto es que Juliano, aunque llegó a bautizarse y hasta era lector en el culto público, nunca parece haber sido cristiano de convicción. El único cristianismo que Juliano conoció fue el intelctualismo arriano, cargado de silogismos y carente del sentido del misterio de lo divino, y manchado además por el hecho de que su principal defensor, Constancio, había hecho asesinar a cuantos Juliano pudo haber amado. Durante los años que precedieron a su rápido ascenso a la púrpura, Juliano se dedicó a estudiar las obras clásicas de la antigüedad y a iniciarse en las religiones de misterio que aún subsistían en el mundo mediterráneo. De este modo, y a través de repetidas experiencias místicas y revelaciones por medio de oráculos, Juliano llegó a una posición religiosa en la que lo mejor de la filosofía clásica se unía al misticismo de los misterios y a algunas enseñanzas morales tomadas del cristianismo. Para él, tal religión estaba íntimamente unida a los valores de la antigüedad clásica, y defendiendo la una creía defender los otros. Con este propósito, y llevado por la convicción de que había sido elegido por los dioses para restaurar su culto, Juliano promulgó toda una serie de leyes en contra del cristianismo, y se dedicó además a organizar el viejo culto pagano siguiendo el ejemplo de la Iglesia. Todos los privilegios que Constantino y sus hijos habían concedido a los cristianos, y especialmente al clero, fueron revocados. Se prohibió a los cristianos enseñar literatura y filosofía clásicas. Aunque no se ordenó persecución alguna, en varios lugares el populacho cometió atrocidades contra los cristianos. Por otra parte, Juliano reorganizó el paganismo y le dio un nuevo impulso. Él mismo tomó de nuevo el viejo título imperial de Pontiiex Maximus, y colocó en cada provincia un Sumo Sacerdote bajo cuya dirección estaba todo el culto pagano. Bajo él, todos los demás sacerdotes debían llevar vidas intachables y, además de celebrar el culto, debían dedicarse a enseñar al pueblo el amor entre los hombres. Por último, el propio Juliano se dedicó a escribir contra los cristianos, a quienes llamaba "galileos". El proyecto de Juliano estaba destinado al fracaso. Si bien era cierto que el cristianismo no había arraigado aún en las conciencias del pueblo, no era menos cierto que el viejo paganismo, con sus sacrificios y su alto concepto de la naturaleza humana, estaba en franca decadencia. En Antioquía el populacho se burlaba no sólo de la religión de Juliano, sino también de su moral de carácter estoico. El ideal religioso de la época no era ya el hombre templado de Marco Aurelio y los estoicos, sino el asceta sufrido del monaquismo cristiano. En el campo de la liturgia, el culto cristiano tenía más atracción que los sacrificios que en todas partes se celebraban por orden de Juliano. Por último, la Iglesia produjo pensadores, escritores y predicadores muy superiores a los que Juliano pudo reclutar de entre los paganos. Cuando en el año 363 Juliano cayó herido de muerte por una lanza persa, lo inevitable siguió su curso: a la breve reacción pagana siguió un período de ininterrumpido avance por parte de los cristianos frente al paganismo. Historia de las misiones. Justo L. Gonzále
4. El IMPERIO CRISTIANO.
Joviano y Valentiniano I, sucesores de Juliano, volvieron a la vieja política de apoyar a la Iglesia, aunque tolerando siempre la existencia y práctica de los cultos paganos. Fue Graciano, debido en parte a la influencia de Ambrosio de Milán, quien dio nuevo ímpetu a la política de colocar al paganismo bajo condiciones cada vez más difíciles. Cuando se le ofreció como era costumbre ofrecerlo a los emperadores - el título de Pontifex Maximus-, lo rechazó. Más tarde hizo retirar del Senado el altar a la Victoria que Juliano había hecho reconstruir. A esto se opuso la inmensa mayoría del Senado, pero sus protestas fueron inútiles y ni siquiera se les concedió audiencia ante el Emperador. A la muerte de Graciano, los paganos apelaron a la justicia de Valentiniano II, pero Ambrosio intervino de nuevo y logró el fallo del Emperador en contra de los paganos. Con el advenimiento de Teodosio al trono imperial, el paganismo recibió un golpe de muerte. Teodosio se creía llamado a defender la ortodoxia frente a las herejías, y el cristianismo frente al paganismo. En el año 391, el Emperador prohibió los sacrificios a los dioses paganos, y ordenó que los antiguos templos fuesen clausurados o dedicados a usos seculares. Al año siguiente,otro edicto prohibió, no ya el culto público, sino hasta la práctica privada de la religión pagana, estableciendo penas para quienes se atreviesen a adorar a los genios y dioses domésticos. Pero lo que más daño hizo al paganismo fue la tendencia de las autoridades a ver con complacencia, o al menos con indiferencia, los excesos que los cristianos cometían contra los paganos. En Alejandría el obispo Teófilo -conocido por su falta de escrúpulos y de caridad para con sus adversarios- provocó a los paganos a una lucha desigual cuyo resultado fue la destrucción del antiquísimo y monumental templo de Serapis. En otras regiones del Imperio -y sobre todo en Siria- otros acontecimientos semejantes privaron al paganismo de algunos de sus más venerados templos. Cuando en el Occidente el pagano Arbogasto hizo coronar emperador a Eugenio, éste hizo ciertas concesiones a la aristocracia pagana de Roma, y hubo un breve despertar del paganismo, sobre todo en la capital. Tras la batalla del río Frígido, que resultó en la derrota aplastante de Arbogasto y Eugenio, Teodosio puso fin al efímero renacimiento pagano en Roma, aunque es necesario señalar que no se dieron en esa ciudad los actos de violencia que habían tenido lugar en algunas regiones del Oriente. Historia de las misiones. Justo L. González
5. EL FIN DE LA EDAD ANTIGUA.
Después de la muerte de Teodosio en el año 395, se nos hace necesario distinguir entre el Occidente y el Oriente en lo que al avance del cristianismo y la supresión del paganismo se refiere. En el Oriente, el Imperio Romano subsistió mil años más, y en él se estableció una unión estrecha entre Iglesia y Estado en la que aquélla quedaba sometida a éste. En lo que aquí nos concierne, podemos decir que en el Oriente el paganismo siguió decayendo por razones de su propia debilidad interna combinadas con la presión del Estado y la Iglesia. El último reducto importante del viejo paganismo fue la Academia de Atenas, clausurada en el año 529 por orden de Justiniano. A partir de esa fecha, el viejo culto pagano no parece haber subsistido sino en algunas pequeñas comunidades geográficamente aisladas del resto del mundo. En el Occidente, el avance del cristianismo se vio detenido por las invasiones de los bárbaros, que irrumpieron en el Imperio aprovechando la decadencia que siguió a la muerte de Teodosio. La inmensa mayoría de esos bárbaros era pagana, y casi todos los que eran cristianos eran de convicción arriana. Como es de suponerse, esto planteó un gran reto para la Iglesia establecida en los territorios que los bárbaros conquistaban, pues tanto si éstos eran paganos como si eran arrianos era necesario traerles a la fe ortodoxa. El modo en que la Iglesia se enfrentó a este reto pertenece a otro capítulo de esta historia. Historia de las misiones. Justo L. González
6. LA OBRA MISIONERA DESPUÉS DE LA CONVERSIÓN DE CONSTANTINO.
Nuestra exposición a partir de la conversión de Constantino puede haber creado en la mente del lector la idea equivocada de que, una vez que los emperadores se declararon cristianos, la Iglesia dejó en manos del estado la tarea de forzar la conversión de los paganos. Es cierto que sabemos más acerca de las medidas oficiales para propiciar la "conversión" al cristianismo - o al menos para debilitar el culto pagano - que acerca de los cristianos que se dedicaron a propiciar la conversión de los paganos por medios menos espectaculares o menos violentos. Sabemos, sin embargo, que en la misma época en que los emperadores se esforzaban por destruir el paganismo mediante edictos y prohibiciones, había cristianos que se dedicaban al mismo fin por otros medios. Ambrosio de Milán, además de abogar por que se aplicase la presión imperial frente al paganismo, se dedicó a predicar a los paganos, y tenemos noticias de varias conversiones que tuvieron lugar a través de él -entre otras, la de San Agustín, aunque el propio Ambrosio no parece haberse percatado de ello-. Otros se dedicaron a continuar la larga tradición de apologías cristianas frente al paganismo, y entre ellos merecen citarse a Lactancio, Eusebio de Cesarea, Agustín y Juan Crisóstomo. Otros, en fin, laboraban en lugares más apartados de los centros del pensamiento, y se dedicaban sobre todo a la predicación y la polémica directa y espontánea, a fin de lograr conversos para la fe cristiana. A modo de ejemplo, tomaremos, entre los arrianos, a Ulfilas, y entre los ortodoxos, a Martín de Tours. Historia de las misiones. Justo L. González
a) ULFILAS. Es poco o nada lo que se sabe acerca de la infancia y la conversión de Ulfilas, pues los pocos datos que poseemos se hallan envueltos en la leyenda. Sabemos que a la edad de treinta años se le consagró "obispo de los godos", y que después de algún tiempo, con el permiso imperial, se trasladó al sur del Danubio con un grupo de cristianos de origen godo. Su importancia para nuestra historia radica principalmente en el hecho de que, a fin de traducir la Biblia al godo, Ulfilas preparó un alfabeto capaz de simbolizar los distintos sonidos de esa lengua. Hasta el día de hoy se conservan fragmentos de una traducción de la Biblia al godo que bien puede ser la del propio Ulfilas. En todo caso, es importante señalar que tenemos aquí una de las primeras muestras -si no la primera- de una labor que continuaría hasta el siglo veinte, es decir, la de reducir un idioma a la escritura a fin de poder traducir la Biblia a él. Por otra parte, la tradición concede especial importancia a Ulfilas porque se supone que fue a través de sus labores que los godos se convirtieron al cristianismo arriano. Sin embargo, lo más probable es que -aunque Ulfílas ocupó un papel importante en ello - los godos se hayan convertido al arrianismo, no a través de la obra de un misionero particular, sino más bien a través de innumerables contactos con el Imperio en un período en que éste estaba dominado por el arrianismo -es decir, bajo Constancio-. Durante el reinado de Constancio y después bajó Valentiniano II y su madre Justina, el arrianismo gozó de gran favor en la corte imperial, y fue precisamente durante esos períodos que los godos tuvieron más contacto con el Imperio. Historia de las misiones. Justo L. González
b) MARTÍN DE TOURS. De Martín de Tours se conservan numerosas biografías que, como es de suponerse, se hacen más legendarias a medida que se hacen más tardías. Ya la más antigua, escrita por Sulpicio Severo, parece mezclar la leyenda con la historia. Todo esto, sin embargo, es testimonio de la importancia de Martín y del impacto que su vida hizo sobre sus contemporáneos y sus sucesores. Martín nació en Panonia alrededor del año 316, de padres paganos que pronto vieron con desagrado las inclinaciones de su hijo hacia el cristianismo. A fin de evitar que Martín se hiciera cristiano, su padre le hizo alistarse en el ejército a la edad de quince años. A los dieciocho, siendo aún soldado, Martín fue bautizado, y permaneció en el ejército dos años más. Al abandonar el ejército, el joven Martín se dirigió a la ciudad de Poitiers, donde se adentró en los misterios del cristianismo bajo la hábil dirección del famoso obispo y teólogo Hilario. Tras ser ordenado exorcista por el propio Hilario, Martín decidió visitar a sus padres en Panonia. Al cruzar los Alpes fue atacado por bandidos, y se dice que su trato con ellos fue tal que el bandido que le guardaba se convirtió y abandonó su profesión. En Panonia, Martín logró la conversión de su madre, pero no la de su padre. Debido a su cálida defensa de la fe nicena, Martín fue expulsado de su ciudad natal, donde dominaba el arrianismo. A esto siguió una larga serie de peregrinaciones, interrumpidas por breves períodos de quietud monástica. Por fin, al cambiar la situación política del Imperio, que había colocado la Iglesia en manos de los arrianos, Martín decidió regresar a Poitiers, a donde regresaba también el obispo Hilario, quien, como Martín, se encontraba en el exilio debido a su firme posición anti-arriana. Después de pasar algún tiempo en Poitiers, Martín fue consagrado al oficio episcopal en la ciudad de Tours. Puesto que su humildad le hubiera llevado a rechazar tal cargo, fue necesario recurrir a la astucia y la fuerza para obligarle a aceptarlo. Aun entonces Martín se negó a vivir en la ciudad, rodeado de comodidades y bullicio, y se retiró a las afueras, donde llevaba una vida reposada de la que sólo se apartaba para cumplir con sus deberes episcopales. En Tours, Martín se hizo rodear de un grupo de monjes a quienes dirigió en una labor incesante de predicación y de destrucción de antiguos templos paganos. Sobre las ruinas de esos templos se construían entonces iglesias, a fin de que los demonios que antes habitaban tales lugares no pudiesen volver. En ocasiones Martín lograba que los propios paganos accediesen a la destrucción de sus templos. Tal fue el caso de la comunidad que tenía por costumbre venerar, entre otras cosas, un viejo árbol. A fin de mostrar el poder de su Dios, Martín se hizo atar en el sitio preciso en que el árbol caería si se le cortaba, y retó a los propios paganos a hacer caer el árbol sobre él. Aguijoneados por tal osadía, los paganos echaron abajo su árbol sagrado, esperando que aplastara a Martín. De un modo inexplicable el árbol cayó en la dirección opuesta de aquélla en que estaba Martín. Ante tal milagro, varios paganos se convirtieron, y aun los que no lo hicieron no opusieron resistencia alguna cuando Martín echó abajo su templo y construyó una iglesia sobre sus ruinas. No siempre los métodos de Martín eran violentos. A menudo su arma principal fue un valor inquebrantable, como en el caso del bandido que ya hemos relatado o en la ocasión en que un grupo de paganos le atacó y el propio Martín ofreció su cuello para que le decapitasen. Ante tal prueba de valor, los paganos no se atrevieron a usar de violencia con él. En todo caso, el hecho es que Martín, por uno u otro medio, contribuyó a la expansión del cristianismo en los alrededores de la ciudad de Tours. Cuando se le consagró obispo, es posible que no haya habido sino una comunidad cristiana de mediano tamaño en la ciudad misma, y no cabe duda de que en las regiones circundantes dominaba el paganismo. A su muerte, la Iglesia se había extendido hacia los campos, y el paganismo había perdido mucho de su arraigo. Estos son sólo dos de los muchos misioneros que es de suponerse se dedicaron a la expansión del cristianismo entre los paganos al mismo tiempo que las autoridades civiles se esforzaban por completar la cristianización del Imperio. No cabe duda de que, si los documentos y demás pruebas históricas no se hubiesen perdido a través de los siglos, tendríamos noticias de centenares de cristianos que llevaron a cabo un trabajo semejante al de Ulfilas y Martín de Tours. Historia de las misiones. Justo L. González
C. LA EXPANSION DEL CRISTIANISMO FUERA DEL IMPERIO ROMANO. También fuera del Imperio Romano se extendió el cristianismo en los siglos que siguen al período apostólico.
1. EL CRISTIANISMO EN EDESA. La ciudad de Edesa, en la frontera misma entre los imperios romano y persa, fue testigo de la primera conversión de un gobernante -posiblemente Abgaro IX-, quien gobernó a fines del siglo II y principios del III. Posteriormente, y a fin de establecer una conexión directa entre Jesucristo y el cristianismo de Edesa, se forjó la leyenda de una correspondencia entre Abgaro IV -contemporáneo de Jesús- y el Salvador. Lo cierto parece ser que el cristianismo llegó a Edesa a mediados del siglo II procedente de Antioquía, de donde poco después obtuvo la sucesión apostólica a través del obispo Serapión. En todo caso, al echar raíces en Edesa el cristianismo se desligó cada vez más del helenismo y se unió a la población y la cultura siríacas. "Este era el centro de un tipo siríaco de cristianismo, en cierta manera diferente del que prevalecía en el mundo helenista, y que se extendió hacia Mesopotamia y las fronteras persas". Historia de las misiones. Justo L. González
2. EL CRISTIANISMO EN ARMENIA. PARTE 1. De entre todos estos países, fue en Armenia, y sobre todo a través de la obra de Gregorio el Iluminador, que el cristianismo logró sus conquistas mayores y más permanentes. Durante siglos, la posición geográfica de Armenia, entre el Imperio Persa y el Imperio Romano, la hizo presa de repetidas invasiones, en las que uno u otro imperio hacía valer la superioridad de sus armas. En esta lucha constante, la política romana de conceder a Armenia cierta independencia, y de proteger a sus soberanos legítimos frente a las ambiciones persas, hizo que el sentimiento popular se inclinase más hacia Roma que hacia Persia. Un episodio importante de esta agitada historia de Armenia es la lucha del rey Tiridates III (también llamado Tradt o Tirdat) por recuperar el trono que le había sido arrebatado por las tropas persas de Sapor -episodio que nos interesa aquí por cuanto se relaciona estrechamente con la obra de Gregorio el Iluminador y la conversión de Armenia al cristianismo. Las tropas persas aprovecharon la muerte del rey Cosroes -asesinado por emisarios persas- para invadir a Armenia, y el pequeño heredero del trono, Tiridates, se vio forzado a pedir asilo allende las fronteras del Imperio Romano. El emperador Valeriano intentó detener los avances persas, pero fue derrotado y hecho prisionero, con lo cual Armenia quedó bajo el dominio de Persia hasta que años más tarde el joven Tiridates, con el apoyo del emperador Licinio, se presentó ante las fronteras de Armenia para reclamar el trono que le correspondía por herencia. El pueblo le recibió gozoso, pues el yugo persa era pesado, y en todo caso el Imperio Persa atravesaba momentos difíciles que no le permitían oponer resistencia efectiva a la reconquista de Armenia. Cuando los persas salieron de la guerra civil en que estaban envueltos, el nuevo rey, Narsés, invadió a Armenia e hizo huir de nuevo a Tiridates, quien volvió a refugiarse en la corte de los emperadores romanos. A esto siguió una guerra entre Roma y Persia en la que esta última se vio obligada a pedir un tratado de paz por el cual Roma ganó varias provincias y Tiridates recuperó su trono. A partir de esta última guerra, Armenia conservó su independencia hasta que, después de la muerte de Tiridates, Persia volvió a hacer de ella una provincia suya. Historia de las misiones. Justo L. González
CONSIDERACIONES GENERALES. A pesar de la escasez de datos que hace tan difícil su estudio, el periodo que acabamos de discutir(siglo I al IV d. C) es uno de los más interesantes en la historia de la expansión del cristianismo. Es interesante, en primer lugar, por el inusitado alcance de esa expansión. Al terminar el período apostólico, la fe cristiana estaba representada sólo por pequeñas minorías en algunas de las principales ciudades de la cuenca oriental del Mediterráneo. Ahora, tras sólo cuatro siglos de historia, esa misma fe se ha adueñado del Imperio Romano y de los estados de Edesa y Armenia, y se ha extendido también hacia el Oriente -hasta la India- y hacia el sur -hasta Abisinia-. Excepto en los siglos XVI y XIX, el cristianismo no ha gozado de otro período de expansión como el de aquellos primeros siglos. En segundo lugar, el período que acabamos de estudiar es interesante por los métodos misioneros que en él se emplearon. Una de las características más notables de este período es la ausencia casi total de "misioneros" -es decir, de personas enviadas por la iglesia para propagar su fe-. También es de notarse la poca importancia que tienen la predicación y el culto cristianos en la conversión de los paganos. Quizá estas dos características se deban a que la Iglesia genuinamente misionera no trata de descargar esa responsabilidad concentrándola sobre unos pocos misioneros o sobre un momento particular de su vida, sino que se hace toda ella instrumento de su vocación misionera. Por último, este período es interesante por el modo en que en él se plantea el problema de las relaciones entre la Iglesia y la sociedad civil, que es uno de los problemas cruciales que se plantea al siglo XX. La Iglesia no es una agencia de poder político o de presión social. Pero, si la Iglesia cree en el señorío de Jesucristo por sobre la totalidad del mundo, ha de esperar que ese señorío sea servido aun por las agencias del poder político y de la presión social. Estos dos polos en la vida de la Iglesia plantean una paradoja que se hace especialmente notable en períodos como el nuestro, cuando los cambios sociales y políticos se suceden con desconcertante rapidez. Antes del siglo XX, nunca se ha planteado este problema como en el siglo IV, cuando la conversión de Constantino lo presentó a la Iglesia de manera tan súbita que ésta apenas supo qué responder. Quizá el estudio y la reflexión acerca de la conversión de Constantino y de sus implicaciones para la Iglesia puedan servirnos para enfrentarnos a nuestra responsabilidad en un siglo en que estamos presenciando un proceso inverso en la vida de los Estados. Historia de las misiones. Justo L. González
4. LAS MISIONES MEDIEVALES.
A. DESDE LA IRRUPCION DE LOS BARBAROS HASTA EL AVANCE DEL ISLAM
1. La Reconquista de lo que había sido el Imperio Romano. Desde sus orígenes el Imperio Romano se vio constantemente amenazado por la presencia de los "bárbaros" en sus fronteras. En Europa, el Danubio y el Rin servían de límites naturales que contenían el ímpetu de los germanos y eslavos. En las Islas Británicas, donde no había tales fronteras naturales, se construyeron fortificaciones para impedir la invasión del territorio romano por parte de los escotos y pictos. En África del Norte y Egipto se repetían los encuentros bélicos con los moros y nubios. En el Oriente, el gran enemigo de Roma era el Imperio Persa, al parecer más temible que los bárbaros, pero que en realidad lo era menos. Persia podía muy bien invadir el Imperio y arrebatarle tres o cuatro provincias, como lo hizo en repetidas ocasiones, pero no se trasladaría en masa hacia el territorio romano dejando detrás su lugar de origen, como tendían a hacerlo los bárbaros: Por estas razones, la porción oriental del Imperio Romano no se vería seriamente amenazada en tanto no apareciesen otros nómadas -los árabes- capaces de invadir y conquistar tanto el Imperio Persa como buena parte del Imperio Romano. El Occidente, por el contrario, se veía amenazado por un enemigo harto volátil y cuyo objetivo final -aunque quizá inconscientemente- era establecerse dentro de los límites del Imperio. Si bien desde tiempos de Marco Aurelio comenzó una serie de pequeñas guerras de fronteras que debilitaban el Imperio, no fue sino en el siglo IV -y sobre todo después de la muerte de Teodosio- que las legiones romanas se mostraron incapaces de contener las olas sucesivas de bárbaros que penetraron el Imperio a través de todas sus fronteras en la Europa occidental. Durante siglos de prosperidad y relativa seguridad, el Imperio y sus habitantes se habían acostumbrado a la vida muelle y carente de peligros. Puesto que los antiguos habitantes del Imperio no querían ir al campo de batalla, se acudió a la solución fácil -pero suicida- de colmar las legiones de bárbaros dispuestos a luchar por el Imperio. Pronto la defensa de Roma contra los bárbaros estuvo en manos de los propios bárbaros. Unos como defensores de Roma y otros como sus invasores -y muchos alternadamente a título de ambas cosas- los pueblos bárbaros fueron instalándose y estableciendo reinos propios dentro del territorio del Imperio. Este proceso fue lento y -aunque hubo momentos de gran significación histórica, como el saqueo de Roma por Alarico en el año 41O, o la deposición del emperador Rómulo Augústulo por Odoacro en el 476- la mayor parte de las personas a quienes tocó vivir en esa época no se percató de la importancia de lo que estaba sucediendo. Historia de las misiones. Justo L. González
a) EL RETO DE LOS BÁRBAROS A LA ROMANITAS CRISTIANA. Desde el punto de vista de la historia de la civilización, las invasiones de los bárbaros presentaban un gran reto. A través de siglos de desarrollo cultural, había aparecido en el mundo lo que los contemporáneos llamaban Romanitas -esa herencia grecorromana que constituía la civilización más elevada que Europa había conocido-. Era la propia Romanitas la que había hecho posible la riqueza que los bárbaros ambicionaban, y uno de los motivos que les impulsaban hacia el territorio romano era el de hacerse partícipes de ella. Sin embargo, esos mismos bárbaros, con sus costumbres distintas de las romanas y su falta de comprensión de los verdaderos fundamentos de la Romanitas, amenazaban de muerte aquello de que deseaban adueñarse. Desde el punto de vista de la historia de las misiones, las invasiones de los bárbaros presentaban también un reto. La inmensa mayoría de los pueblos que se establecieron en los antiguos territorios imperiales era pagana; y los que eran cristianos habían sido convertidos a través de su contacto con los arrianos y seguían la doctrina arriana, que los demás cristianos consideraban herética. Algunas de las regiones en las que el cristianismo había logrado propagarse con más efectividad -las Galias, Italia, España, el Africa del Norte- se vieron ahora pobladas por nuevas gentes entre las que era necesario emprender de nuevo la obra misionera. Para los cristianos de la época, el reto a la civilización y el reto al cristianismo eran una y la misma cosa. Para ellos, el Imperio Romano era obra de Dios mismo, que en su providencia lo había establecido como trasfondo y vehículo para la transmisión del Evangelio. Si ahora Dios permitía que ese imperio fuese amenazado por la barbarie, ello era también parte del plan divino para la redención del mundo, pues así los bárbaros podían encontrar acceso a la Iglesia. Pero era también parte del plan de Dios el que esos bárbaros encontraran acceso a la Iglesia haciéndose partícipes de la Romanitas. Es por esta razón que a través de todo este período la obra misionera de la Iglesia se une a su obra civilizadora, y a la par que se busca convertir a los bárbaros se busca romanizarlos. Empero esto no quiere decir que los cristianos viesen en su religión un modo de salvar la Romanitas, sino que por el contrario estaban dispuestos a que la propia estructura de la civilización fuese destruida si Dios decidía utilizar ese medio para la evangelización de los bárbaros. Así, Orosio, el español discípulo de Agustín, decía: "Si sólo para esto los bárbaros fueron enviados dentro de las fronteras romanas, para que por todo el Oriente y el Occidente la Iglesia de Cristo se llenase de hunos y suevos, de vándalos y borgoñones, de diversos e innumerables pueblos de creyentes, loada y exaltada ha de ser la misericordia de Dios porque han llegado al conocimiento de la verdad tantas naciones que no hubieran podido hacerlo sin esta ocasión, aunque esto sea mediante nuestra propia destrucción". La reconquista por parte de la Iglesia del territorio perdido a causa de las invasiones de los bárbaros comenzó el mismo día en que se hizo necesaria. Los pueblos paganos que se establecían en territorio romano pronto comenzaban a adaptarse a las costumbres y creencias de sus vecinos conquistados, de modo que la conversión de los bárbaros paganos avanzó rápidamente. Algo más lenta fue la conversión al catolicismo de los bárbaros que eran arrianos antes de atravesar las fronteras del Imperio -godos, lombardos y vándalos- pero también ésta era de esperarse debido a la tendencia de los bárbaros a aceptar las costumbres de los Romanos. Historia de las misiones. Justo L. González
b) LA CONVERSIÓN DE LOS PAGANOS. Si bien la conversión de los bárbaros paganos comenzó a principios del siglo V, y pueblos como los suevos y borgoñones pronto contaron con gran número de cristianos, el paso decisivo, tanto por su importancia inmediata como por sus consecuencias a través de los siglos, fue la conversión de los francos, cuyo punto culminante fue el bautismo de Clodoveo en el año 496. Fue en el año 481 que Clodoveo llegó a ser rey de los francos salios. Este no era un reino de gran extensión o poderío, y durante cinco años el joven rey pareció contentarse con él. Pero en el año 486 Clodoveo emprendió una serie de campañas militares que rápidamente extendieron las fronteras de su reino. En el año 493, Clodoveo tomó por esposa a una princesa católica, Clotilde, hija de Chilperico, rey de los borgoñones. Aunque hacía ya años que el rey de los francos se había mostrado respetuoso hacia el cristianismo y sus obispos, al parecer fue Clotilde quien más influyó en su conversion, Primero Clodoveo consintió en que sus hijos fuesen bautizados, y fue sólo algún tiempo más tarde que él mismo recibió el bautismo. La ceremonia tuvo lugar en Rheims el día de Navidad del año 496, y varios nobles: -y a la larga todo el pueblo- siguieron a su rey a la pila bautismal. "Al parecer, los motivos que impulsaron a Clodoveo a aceptar el bautismo fueron más políticos que religiosos -aunque no debemos olvidar la influencia de Clotilde. En efecto, la Iglesia podía ser un gran aliado en las conquistas que Clodoveo se proponía, y sobre todo en la organización del naciente imperio franco. Para ello era necesario que el Rey fuese cristiano y que sus acciones pudiesen interpretarse como inspiradas por su fe. Al aceptar el bautismo, y al instar a sus súbditos a seguir su ejemplo -aunque no por medios violentos- Clodoveo aceptaba e invitaba el apoyo que la Iglesia, y sobre todo sus obispos, podían prestar a sus propósitos políticos. Es necesario señalar que, aun sin el acontecimiento notable del bautismo de Clodoveo, los francos, como los demás pueblos bárbaros que habían invadido el Imperio, hubieran acabado por aceptar el cristianismo como parte de la cultura romana a que tendían a conformarse. Por otra parte, sin embargo, el bautismo de Clodoveo es importante porque señala el comienzo del gran Reino Franco, que llegaría a constituir un nuevo imperio. En ese imperio los hombres del siglo IX creyeron ver un nuevo despertar del desaparecido Imperio Romano de Occidente, y fue a través de su influencia que el cristianismo logró algunos de sus más grandes avances geográficos. La historia de ese Imperio Franco y de su importancia para la expansión del cristianismo pertenece a otra sección de este capítulo. Historia de las misiones. Justo L. González
e) LA CONVERSIÓN DE LOS ARRIANOS. Aunque estaba destinado a desaparecer, el arrianismo se mostró más resistente ante la fe ortodoxa que los viejos cultos paganos. Aparte de los vándalos, que pronto atravesaron el estrecho de Gibraltar y se establecieron en el norte de Africa, y cuya persuasión arriana continuó hasta las conquistas musulmanas, los principales pueblos arrianos que se establecieron en los antiguos territorios del Imperio Occidental fueron los ostrogodos, los lombardos y los visigodos. Los ostrogodos dejaron de ser un reto para los cristianos ortodoxos cuando cedieron la hegemonía de Italia a los lombardos. Estos, por su parte, pronto comenzaron a recibir la influencia de sus vecinos católicos y de las princesas católicas que se casaban con sus reyes, y acabaron aceptando la fe nicena. En cuanto a los visigodos, al principio fueron tolerantes con los católicos -los ostrogodos también lo habían sido- aunque no por ello dejó de haber persecuciones y presión de diversas formas para inducir a los ortodoxos a hacerse arrianos. Sin embargo, todo esto terminó cuando, en el año 589 el rey Recaredo -cuyo difunto padre había perseguido a los ortodoxos- abrazó la fe nicena. Aun entonces el arrianismo no desapareció en España, sino que perduró hasta que la invasión musulmana puso fin al reino godo en la Península. Historia de las misiones. Justo L. González
3. LAS MISIONES ORIENTALES. a) EL CRISTIANISMO ORTODOXO. Durante el período que va desde la caída de Roma hasta el avance del Islam, el Imperio Romano de Oriente es una de las grandes potencias del mundo, sin más rival verdaderamente temible que la vecina Persia. Este imperio incluye buena parte del norte de Africa, el Mediterráneo oriental y la porción sudoriental del continente europeo, y es él el principal foco de actividad misionera en el Oriente. Fue durante el reinado de Justiniano que el Imperio recobró los territorios del norte de Africa que habían sido conquistados por los vándalos. Inmediatamente comenzó la tarea de reconstruir la Iglesia ortodoxa de esa región, que había quedado sofocada debido a la fe arriana de los invasores vándalos. También durante el reinado de Justiniano, el cristianismo se extendió hacia el sur de Egipto, en la región de Nubia, donde laboraron varios misioneros tanto ortodoxos como monofisitas. En sus fronteras, Justiniano logró la conversión de algunos pueblos del Cáucaso y de numerosos hérulos. Por último, y siguiendo en ello la política establecida por sus predecesores, Justiniano promulgó e hizo aplicar leyes contra los paganos, con lo cual provocó numerosas pero superficiales conversiones a la fe cristiana. Historia de las misiones. Justo L. González
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