sábado, 16 de julio de 2022

Escritos diversos

 ¿Creía la iglesia después de la muerte de los apóstoles que Jesús era Dios? A continuación, las palabras de Ireneo, Obispo de Lion en el año 195 d.C y quién fuera discípulo de Policarpo que a su vez lo fue del apóstol Juan:

El Padre, pues, es Señor y el Hijo es Señor; es Dios el Padre y lo es el Hijo... Así según la esencia de su ser y de su poder, hay un solo Dios; pero, al mismo tiempo, en la administración de la economía de nuestra redención, Dios aparece como Padre y como Hijo. Y dado que el Padre del Universo es invisible e inaccesible a los seres creados, es por medio del Hijo como los destinados a acercarse a Dios deben conseguir el acceso al Padre. David, clara y patentemente, se expresó de este modo a propósito del Padre y del Hijo: Tu trono, oh Dios, permanece para siempre; tú has amado la justicia y detestado la iniquidad, por eso Dios te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros. 

Esto significa que el Hijo, en cuanto Dios, recibe del Padre, es decir, de Dios, el trono de un reino eterno y el óleo de la unción más que sus compañeros. El óleo de la unción es el Espíritu Santo con el que es ungido, y sus compañeros son los profetas, los justos, los apóstoles y todos los que participan del reino, es decir, sus discípulos. Cap 47, Demostración de la enseñanza apostólica. 

Escritos diversos

 En la disputa que tienen algunas doctrinas erradas sobre la trinidad, está el argumento de que los cristianos primitivos no la enseñaron, sin embargo, hay bastante evidencia de lo contrario, en esta ocasión les comparto estas palabras de Ireneo Obispo de Lión, quien fuera discípulo de Policarpo, y éste a su vez del apóstol Juan. A continuación describe al Espíritu Santo como persona y al mismo Jesús como Dios, leamos:

*Por esto dice el Espíritu Santo por medio de David*: Dichoso el hombre que no ha caminado en el consejo de los impíos (Sal 1,1), es decir, en el consejo de los pueblos que no conocen a Dios; de hecho, impíos son aquellos que no veneran a Aquél que es, por naturaleza, Dios. *De ahí que el Verbo dice a Moisés: Yo soy el que soy* (Ex 3,14). De esta forma los que no veneran a Aquél que verdaderamente es, son impíos.

Escritos diversos

 Ireneo de Lyon (ca. 130-202). lreneo fue el más grande de los teólogos del segundo siglo y obispo de esa ciudad en Galia. Probablemente nació en Asia Menor, que en aquel tiempo era una de las regiones que tenía el mayor número de cristianos y de iglesias. De muchacho escuchó los sermones de Policarpo, obispo de Esmirna. Fue sucesor de Fotino en la sede episcopal de Lyon, durante el reinado de Marco Aurelio. Envió misioneros a Galia, combatió el gnosticismo, e hizo repetidos viajes a Roma procurando mantener la paz entre esta y Asia, calmando la tormenta suscitada con la condena del obispo Victor (montanista) y de aquellos que no seguían el calendario latino en la celebración de la Pascua. En todo esto, Ireneo se muestra como un profundo conocedor de la iglesia y su testimonio cristiano en sus días. Su experiencia pastoral tanto en el este como en el oeste, en contextos rurales como urbanos, lo califica como uno de los testigos más adecuados del cristianismo de su tiempo.

Ireneo fue un fiel testigo de la tradición. Vivió una generación de por medio de la edad apostólica y conoció a los discípulos de los apóstoles. Su teología es fiel al cristianismo histórico, y su obra escrita representa un intento de defender esa fe de las amenazas de las herejías, especialmente el gnosticismo. Ireneo demuestra ser un teólogo sumamente capaz y un investigador puntilloso de las doctrinas y prácticas de sus adversarios gnósticos. En sus argumentos, el Espíritu Santo ocupa un lugar fundamental. En su obra Exposición de la predicación apostólica, que es un tratado apologético, Ireneo presenta la regla de fe mencionando al Espíritu profético, y lleva sus funciones más allá de las reconocidas en el Antiguo Testamento.

"El tercer punto en la regla de nuestra fe es el Espíritu Santo,

a través de quien los profetas profetizaron, y los padres aprendieron las cosas de Dios, y los justos son guiados en el camino de la rectitud; y quien al final de los siglos se derramó de manera nueva sobre la humanidad en toda la tierra, renovando a los hombres para Díos". La obra del Espíritu fue fundamental en la unción del Hijo Encarnado. Una frase característica de Ireneo es: "El Padre ungió, el Hijo fue ungido, el Espíritu fue la Unción." De este modo, "el Espíritu de Dios descendió sobre Él, [el Espíritu] de Él que había sido prometido por los profetas que lo ungiría,

para que nosotros, recibiendo de la abundancia de su unción,

pudiésemos ser salvos". Tomado del libro La acción del Espíritu Santo en la historia. Pablo Deiros 

lunes, 11 de julio de 2022

Escritos diversos

 Leemos en el evangelio que, cuando la madre virgen estaba "desposada con José, antes de que viviesen juntos sea halló que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería denunciarla, resolvió dejarla secretamente" (Mt 1:18-19). La narración implica una distinción entre desposorio y matrimonio - estando José en aquel tiempo desposado, pero no realmente casado con la madre virgen-. Incluso en el Antiguo Testamento se hace una distinción entre desposorio y matrimonio. Lo primero quedaba señalado por el presente de desposorio (o Mohar, Gn 34:12;Ex 22:17;1Sam 18:25), que el padre, sin embargo, dispensaría en ciertas circunstancias. Desde el momento de su desposorio, la mujer era tratada como si estuviera realmente casada. La unión no podía ser disuelta, excepto por un divorcio formal; la infidelidad era considerada adulterio; y la propiedad de la mujer venía a posesión de su desposado, a no ser que renunciara expresamente a ella (Kidd IX 1). Tomado del libro Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo. Alfred Edersheim

sábado, 9 de julio de 2022

Escritos diversos

 El CRISTIANISMO DEL SIGLO II. El testimonio cristiano a comienzos del siglo II estaba bien establecido, especialmente en Asia Menor. Las comunidades cristianas se encontraban bien organizadas e iban madurando rápidamente, mientras su mensaje se esparcía de manera notable no solo dentro de todo el Imperio Romano sino bastante más allá de sus fronteras. Con entusiasmo desbordante, los creyentes confesaban su fe acompañados de señales, prodigios y maravillas obradas por el Espíritu Santo. No obstante, este avance notable no se daba sin dificultades. Problemas de afuera y problemas de adenrro parecían amenazar el desarrollo del testimonio cristiano, si bien estas dificultades fortalecían a los testigos. De afuera comenzaban a sentirse las presiones del Estado romano, que veía en los cristianos a una secta que seguía una superstición extravagante y despreciaba a las religiones reconocidas. De adentro se levantaban voces, disidentes algunas y herejes otras, que ponían en peligro la fe cristiana tal como la habían enseñado los apóstoles de Jesús. Frente a todos estos ataques, los cristianos se vieron forzados a definir cuáles iban a ser sus escrituras sagradas, cuál iba a ser su regla o confesión de fe, cómo iba a definirse su ministerio, qué actitud debían asumir frente al Estado y sus persecuciones, qué disciplina habrían de imponer, y varias otras cuestiones de suma importancia. Como veremos más adelante, de particular preocupación resultaron los movimientos heterodoxos y disidentes, especialmente aquellos que en su fe y su práctica ponían un fuerte énfasis sobre la acción poderosa del Espíritu Santo. No obstante esto, y a pesar de las severas reacciones en contra del montanismo y de sus aparentes exageraciones carismáticas, las iglesias no dejaron de experimentar poderosas manifestaciones del Espíritu Santo. Tampoco se inhibieron en razón de la oposición y ataques de que eran objeto por parte de pensadores paganos o los rumores y calumnias de todo tinte que se circulaban a nivel popular en el Imperio Romano. A riesgo de parecer ridículos en sus prácticas e ingenuos con sus ideas, los cristianos del segundo siglo respondieron con sensibilidad a las operaciones sobrenaturales del Espíritu. Esto está atestiguado por varios de los más destacados padres de la iglesia y otros testimonios a lo largo del siglo Il. Tomado del libro La acción del Espíritu Santo en la historia. Pablo Deiros 

Escritos diversos

 Melitón de Sardis (m. 177). Sí cabe recordar a Melitón de Sardis, quien puede haber sido el sucesor del "ángel" de la iglesia de Sardis, a quien se envía un mensaje en Apocalipsis 3.1-6. Es muy probable que conociera a Policarpo y a su discípulo lreneo.(Melitón escribió una Apología dirigida a Marco Aurelio (ca. 170), en la que se refiere a la crueldad imperial. Por la profundidad de su pensamiento se lo conocía como "el fílósofo", y se lo incluye entre los apologistas. Murió mártir, bajo Marco Aurelio.) De él se dice que "vivió enteramente en el Espíritu Santo", Jerónimo cita a Tertuliano según una obra perdida de este (Sobre el éxtasis), en la que el padre de Cartago se refiere a Melitón como alguien a quien muchos consideraban un poderoso profera. Este es el lugar oportuno para considerar la relación entre los ministerios carismáticos y residentes en las iglesias, a la luz del caso de Melitón y su posición como profeta y obispo al mismo tiempo. Evidentemente, en él se daban al mismo tiempo la autoridad del obispo con la pasión del profeta. Ya en la Didaché se pueden ver en operación estos dos niveles de ministerio: los oficiales locales (obispos y diáconos) ejerciendo también dones espirituales como profetas y maestros. Probablemente Melitón es un ejemplo de este matrimonio de un ministerio carismático y otro administrativo. Seguramente Melitón, al igual que sus maestros Policarpo e lreneo, sostenía firmemente la necesidad de un ministerio pastoral reconocido y bien establecido, con obispos fuertes a la cabeza. Pero, al mismo tiempo, se nos presenta como un profeta, capaz de hablar bajo la guía y control del Espíritu Santo. Este doble papel es importante porque pone de manifiesto que, al menos en Asia Menor, hacia fines del segundo siglo, mientras lentamente se iba constituyendo un clero reconocido en las comunidades cristianas, los dones del Espíritu seguían todavía en vigencia. Como concluye Congar, a la luz del caso de Melitón: «la afirmación del papel de los obispos no difumina en absoluto la vía carismática de la Iglesia. Eran hombres espirituales en el sentido en que habla san Pablo (l Corintios 2.10-15) y san Ireneo después de él: "El apóstol llama atinadamente espirituales a aquellos que han recibido el don del Espíritu y se conducen rectamente en todo"» tomado del libro La acción del Espíritu Santo en la historia. Pablo Deiros 

Escritos diversos

 Teófilo de Antioquía (130-190). Nació en un hogar pagano y se convirtió por el estudio cuidadoso de las Escrituras. En 168 fue nombrado obispo de Antioquía. Escribió varias obras contra las herejías de sus días,

comentarios de los evangelios y del libro de Proverbios. Lo único que nos queda de su producción literaria son tres libros, que están dirigidos a su amigo Autólico. Cabe destacar que Teófilo es el primer autor cristiano que aplica la palabra "trinidad" a la Deidad. Teófilo relata su conversión a Cristo en estos términos: "No seas, pues, incrédulo, sino cree. Porque tampoco yo en otro tiempo creía que ello hubiera de ser; mas ahora, tras haberlo bien considerado, lo creo, y porque juntamente leí las sagradas Escrituras de los santos profetas, quienes, inspirados por el Espíritu de Dios, predijeron lo pasado tal como pasó, lo presente tal como sucede y lo por venir tal como se cumplirá. Teniendo, pues, la prueba de las cosas sucedidas después de haber sido predichas, no soy incrédulo, sino que creo y obedezco a Dios." Teófilo menciona al Espíritu Santo por nombre solo en relación con la obra de la creación y la inspiración. En cuanto a las manifestaciones del Espíritu, la que menciona en particular es, como es obvio en su tiempo, la profecía. Como indica Swete: "De la obra del espíritu de profecía, Teófilo, al igual que otros escritores cristianos de su tiempo, habla con total convicción", El cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento prueba que los profetas anticiparon el futuro por la inspiración del Espíritu Santo. Según Teófilo, estos hombres de la antigüedad fueron «portadores del Espíritu» o «aquellos que son llevados [inspirados] por el Espíritu», al igual que los autores de los Evangelios. De hecho, Teófilo es el primer escritor que enseña claramente la inspiración divina del Nuevo Testamento. Sin embargo, no hace otra referencia a la obra del Espíritu en la Iglesia de sus días, fuera de la declaración de que los cristianos son guiados por la Palabra santa y enseñados por la Sabiduría. Pero debe tenerse en cuenta que su libro está dirigido a paganos y probablemente no consideró oportuno ser explícito sobre estas cuestiones. Como ocurre en otros casos del segundo siglo, este autor destaca la importancia del don profético, especialmente su ejercicio en el Antiguo Testamento. Pero se muestra cauteloso en describir su ejercicio en sus propios días. Es dificil suponer que Teófilo haga una valoración tan alta de este don, si el mismo no fuese relevante en la iglesia de sus días. Por otro lado, argüir la ausencia o cesación de este carisma a partir del relativo silencio de Teófilo en cuanto al mismo, es no tomar en serio su aprecio cierto por el don profético. Además, tal argumento cesacionista no haría justicia con el propósito con el que Teófilo escribe ni el carácter apologético de su obra dirigida a no creyentes. Muy probablemente, si el apóstol Pablo en lugar de escribir su primera epístola a "la iglesia de Dios que está en Corinto" (1 Corintios 1.2), la hubiese dirigido a los "indoctos o incrédulos" (1 Corintios 14.23) de aquella ciudad, jamás hubiese escrito los capítulos 12 a 14. Tomado del libro La acción del Espíritu Santo en la historia. Pablo Deiros