domingo, 18 de junio de 2023

Escritos diversos

 CONSIDERACIONES GENERALES. A pesar de la escasez de datos que hace tan difícil su estudio, el periodo que acabamos de discutir(siglo I al IV d. C) es uno de los más interesantes en la historia de la expansión del cristianismo. Es interesante, en primer lugar, por el inusitado alcance de esa expansión. Al terminar el período apostólico, la fe cristiana estaba representada sólo por pequeñas minorías en algunas de las principales ciudades de la cuenca oriental del Mediterráneo. Ahora, tras sólo cuatro siglos de historia, esa misma fe se ha adueñado del Imperio Romano y de los estados de Edesa y Armenia, y se ha extendido también hacia el Oriente -hasta la India- y hacia el sur -hasta Abisinia-. Excepto en los siglos XVI y XIX, el cristianismo no ha gozado de otro período de expansión como el de aquellos primeros siglos. En segundo lugar, el período que acabamos de estudiar es interesante por los métodos misioneros que en él se emplearon. Una de las características más notables de este período es la ausencia casi total de "misioneros" -es decir, de personas enviadas por la iglesia para propagar su fe-. También es de notarse la poca importancia que tienen la predicación y el culto cristianos en la conversión de los paganos. Quizá estas dos características se deban a que la Iglesia genuinamente misionera no trata de descargar esa responsabilidad concentrándola sobre unos pocos misioneros o sobre un momento  particular de su vida, sino que se hace toda ella instrumento de su vocación misionera. Por último, este período es interesante por el modo en que en él se plantea el problema de las relaciones entre la Iglesia y la sociedad civil, que es uno de los problemas cruciales que se plantea al siglo XX. La Iglesia no es una agencia de poder político o de presión social. Pero, si la Iglesia cree en el señorío de Jesucristo por sobre la totalidad del mundo, ha de esperar que ese señorío sea servido aun por las agencias del poder político y de la presión social. Estos dos polos en la vida de la Iglesia plantean una paradoja que se hace especialmente notable en períodos como el nuestro, cuando los cambios sociales y políticos se suceden con desconcertante rapidez. Antes del siglo XX, nunca se ha planteado este problema como en el siglo IV, cuando la conversión de Constantino lo presentó a la Iglesia de manera tan súbita que ésta apenas supo qué responder. Quizá el estudio y la reflexión acerca de la conversión de Constantino y de sus implicaciones para la Iglesia puedan servirnos para enfrentarnos a nuestra responsabilidad en un siglo en que estamos presenciando un proceso inverso en la vida de los Estados. Historia de las misiones. Justo L. González  

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