domingo, 17 de abril de 2022

Escritos diversos

 LA PRUDENCIA DEL MENSAJERO DEL REY

Mateo 10:23

Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Os aseguro que no completaréis vuestro recorrido a las ciudades de Israel antes que llegue el Hijo del Hombre.

Este pasaje aconseja una prudencia cristiana y sabia. En los días de persecución siempre amenazaba al testigo cristiano un cierto peligro. Siempre hubo algunos que cortejaban el martirio; habían llegado a tal intensidad de entusiasmo fanático e histérico que hacían lo que fuera para convertirse en mártires de la fe. Jesús era sabio. Les dijo a Sus hombres que no tenía que haber un desperdicio caprichoso de vidas cristianas; que no debían malgastar sus vidas sin necesidad ni sentido. Como ha dicho alguien, la vida de todo testigo cristiano es preciosa, y no hay que tirarla por la borda. "La bravata no es el martirio.» A menudo los cristianos tenían que morir por su fe, pero no debían perder sus vidas de una manera que no ayudaba realmente a la fe. Como se dijo en tiempo posterior uno debe contender legalmente por la fe.

Cuando Jesús decía esto, estaba hablando de una manera que los judíos reconocerían y entenderían. No ha habido nunca ningún pueblo que haya sido más perseguido que los judíos; y ningún pueblo ha tenido nunca más claro en qué consistían los deberes del mártir. La enseñanza de los grandes rabinos era muy clara. Cuando era una cuestión de santificación pública o profanación abierta del nombre de Dios, la obligación estaba clara: había que estar dispuesto a dar la vida. Pero cuando esa declaración pública no estaba en cuestión; uno podía salvar la vida quebrantando la Ley; pero no había justificación posible para cometer idolatría, adulterio o asesinato.

El caso que los rabinos citaban era el siguiente: Supongamos que a un judío le detiene un soldado romano que se pone a decirle burlonamente y sin otra intención que la de humillar y dejar por tonto a un judío: «Come de este cerdo.» En tal caso el judío puede comer, porque «las leyes de Dios se dan para la vida y no para la muerte.» Pero supongamos que el romano dice: «Come de este cerdo en señal de que abjuras del judaísmo; come de este cerdo en señal de que estás dispuesto a dar culto a Júpiter y al emperador,» entonces el judío debe morir antes que comer. En cualquier tiempo de persecución oficial el judío debe morir antes que abjurar de su fe. Como decían los rabinos: «Las palabras de la Ley son solamente firmes para el hombre que está dispuesto a morir por ellas.»

Al judío se le prohibía perder la vida en un acto innecesario de martirio; pero cuando era cuestión de verdadero testimonio, tenía que estar preparado a morir.

Haremos bien en recordar que, aunque estamos obligados a aceptar el martirio por nuestra fe, se nos prohíbe cortejar el martirio. Si el sufrir por la fe nos llega en el cumplimiento de nuestro deber, hay que aceptarlo; pero no hay que invitarlo innecesariamente; el invitarlo causa más daño que bien a la fe que confesamos. El constituirse a uno mismo como mártir es muy corriente en todos los asuntos humanos.

Se ha dicho que hay a veces más heroísmo en atreverse a huir del peligro que en esperarlo. Requiere verdadera sabiduría el reconocer cuándo hay que escapar. André Maurois, en Por qué cayó Francia, cuenta una conversación que tuvo con Winston Churchill. Hubo un tiempo al principio de la II Guerra Mundial cuando Gran Bretaña parecía extrañamente inactiva e indispuesta a actuar. Churchill le dijo a Maurois: «¿Ha observado usted los hábitos de las langostas?» «No,» respondió Maurois a esta sorprendente pregunta. Churchill prosiguió: «Bueno, pues si tiene usted oportunidad, estúdielas. En ciertos períodos de su vida la langosta pierde su caparazón protector. Cuando está mudando el caparazón hasta el más bravo crustáceo se retira a una grieta de la roca y espera pacientemente hasta que el nuevo caparazón haya tenido tiempo de salirle. Tan pronto como esta nueva armadura está fuerte, sale de su escondite y vuelve a ser el luchador dueño de los mares. Inglaterra, por culpa de ministros imprevisores, ha perdido su caparazón; debemos esperar en nuestra gruta hasta que esté fuerte de nuevo.» Ese era un tiempo en el que la inacción era más sabia que la acción; y cuando el huir era más sabio que el atacar.

Si uno es débil en la fe, hará bien en evitar las discusiones acerca de cosas dudosas, y no lanzarse a ellas. Si uno sabe que es vulnerable a cierta tentación, hará bien en evitar los lugares en que puede esperar que se le presente, y no frecuentarlos. Si uno sabe que hay personas que le ponen nervioso y le fastidian y que le provocan a lo que no debe hacer, será sabio evitar esa compañía en vez de buscarla. El valor no es la temeridad; no es nada bueno correr riesgos innecesarios; la gracia de Dios no está para proteger a los temerarios sino a los prudentes. William Barclay 

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