domingo, 27 de noviembre de 2022

Escritos diversos

 EL IMPERIO CRISTIANO Y LA SUPRESION DEL PAGANISMO. PARTE 5.

Esto no quiere decir que el resultado de la conversión de Constantino haya sido puramente negativo. Por el contrario, el siglo que sigue a tal acontecimiento es el Siglo de Oro de la historia de la Iglesia. Personajes tales como Atanasio, Basilio el Grande, Ambrosio, Jerónimo y Agustín son testimonio de la pujanza literaria e intelectual de la Iglesia liberada del azote de las persecuciones. Las grandes basílicas y obras de arte son ejemplo del modo en que los cristianos tomaron lo mejor de la cultura conquistada y lo pusieron al servicio de su Señor. La organización eclesiástica que logró desarrollarse gracias a la protección imperial resultó ser el único poder capaz de rescatar la cultura grecorromana tras las invasiones de los bárbaros. Por último, el siglo que siguió a la conversión de Constantino vio misioneros tales como Ulfilas y Martín de Tours. Naturalmente, la conversión del Emperador planteaba problemas que hasta entonces habían sido desconocidos para la Iglesia. ¿Debía el Emperador estar supeditado a la Iglesia, o viceversa? ¿Debía el Emperador utilizar su poder en pro de los principios cristianos? ¿Cómo se entendía la responsabilidad del Emperador para con sus súbditos paganos? ¿Debía la Iglesia utilizar su influencia sobre el Emperador para lograr un orden social más justo? ¿Podían los cristianos aceptar privilegios de parte del Estado? ¿Implicaría una traición a los principios evangélicos el dejar de ser la Iglesia perseguida para convertirse en la Iglesia apoyada en el poder imperial? Todos éstos son problemas a que la Iglesia de los siglos cuarto y siguientes tuvo que enfrentarse. Son también problemas harto difíciles, pues en cada caso existen fuertes argumentos en pro de soluciones contradictorias. Si el Emperador utilizaba su poder a favor de sus principios cristianos, se corría el peligro de que la Iglesia llegase a fundamentar su esperanza, no en Dios, sino en su poder político y económico. Si, por el contrario, el Emperador separaba su fe de su oficio de gobierno, esto implicaba que su fe quedaba reducida a un aspecto de su vida, que era una fe parcial que podía ser restringida a alguna fase de la vida humana, excluyéndola de las demás. Luego, ni una ni otra solución era adecuada, y se hacía difícil determinar qué debían hacer la Iglesia y el Estado ante la conversión del Emperador. Empero una cosa resultaba clara e indudable: la conversión del Emperador, como la conversión de todo ser humano, debía ser recibida con regocijo por los cristianos, a pesar de los problemas -a    menudo insospechados- que tal conversión podría plantear. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 EL IMPERIO CRISTIANO Y LA SUPRESION DEL PAGANISMO. PARTE 4.

Esta situación cambió radicalmente cuando, en el año 324, Constantino comenzó a construir una "Nueva Roma" junto al Bósforo, donde antes se alzaba la antigua Bizancio. A partir de este momento, y cada vez más con el progreso de la nueva capital y con el establecimiento en ella de un nuevo Senado, Constantino se siente libre de la obligación de ceder ante la presión del Senado romano. En el año 325, llega hasta el extremo de colocar la vieja capital bajo la autoridad de un gobernador cristiano -acción tan mal recibida que dos años después el Emperador juzgó conveniente nombrar un gobernador pagano-. Durante este período la política de Constantino se hace cada vez más recia para con el paganismo. Los viejos templos son destruidos, y sus tesoros se incorporan a las arcas imperiales. Se establecen límites y exigencias a los cultos paganos. Se prohíbe el culto de Venus -quizá por motivos morales más que religiosos. Por otra parte, el culto al propio Emperador no desaparece del todo, sino que sólo se le priva de algunas de sus características más repugnantes a la conciencia cristiana, y a la muerte de Constantino en el año 337 sus hijos no se oponen a su apoteosis, decretada por el viejo Senado romano. ¿Cuáles fueron las consecuencias de todo esto para la expansión del cristianismo? Es difícil saberlo a ciencia cierta. No cabe duda de que el prestigio que le prestaba la persona del Emperador debe haber despertado interés hacia el cristianismo. Los lugares de adoración se hacían cada vez más pequeños ante el influjo de los conversos. Al principio, la Iglesia mantuvo su antigua costumbre de preparar a los conversos para el bautismo a través de un largo período de prueba y de instrucción catequética. Con el correr de los años tal período se hizo cada vez más breve, y la instrucción más superficial, hasta llegar a las conversiones en masa de principios de la Edad Media. Como es de suponerse, esto no podía tener lugar sino en menoscabo de la dedicación personal de los cristianos, sobre todo en lo que a la vida ética se refiere, pues en el campo doctrinal la Iglesia desarrolló medios para mantener la adhesión casi absoluta de sus fieles. Historia de las misiones. Justo L. González 

domingo, 16 de octubre de 2022

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 EL IMPERIO CRISTIANO Y LA SUPRESION DEL PAGANISMO. PARTE 3.

No cabe duda de que la conversión de Constantino fue algo radicalmente distinto de lo que generalmente entendemos por conversión, y muy especialmente de lo que sucedía en aquella época cuando alguien se convertía. En época de Constantino, era la Iglesia, o al menos algún cristiano estrechamente relacionado con la Iglesia, quien servía de agente para la conversión de un pagano; luego el converso se ponía a la disposición de la Iglesia, a fin de ser instruido en las cosas de la fe; por último, se unía a la Iglesia y se sometía a su jerarquía, que debía dirigir su vida cristiana. El caso de Constantino es distinto. Según Eusebio, él mismo decía que su conversión se debía, no tanto a una conversación o polémica con algún cristiano, como a una visión directa que Dios le había proporcionado. A la usanza de los antiguos emperadores, él tenía una misión, una misión dada por el Dios de la Iglesia y que por ello se relacionaba con la misión de ésta última; pero dada directamente, por lo que no dependía de, ni se sometía a, la organización de la Iglesia. Por otra parte, Constantino veía al Cristo a quien ahora servía, no tanto como un Salvador de los poderes del pecado y la muerte, sino más bien como el Vencedor que le daría la victoria, aquí en la tierra, sobre sus enemigos, primero Magencio y después Licinio. A cambio de esto, Constantino debía honrarle -sobre todo mediante el uso del símbolo que representaba su nombre- y contribuir al crecimiento de su Iglesia. "El cristianismo de Constantino no estaba envuelto en la gloria del verdadero espíritu cristiano, sino en la oscuridad de la superstición. Pero es un gran error negar la sinceridad y urgencia de sus convicciones religiosas" (Alfoldí, The Conversion..., p.23. Naturalmente, esto no quiere decir que Constantino no fuese el genio calculador por el que siempre se le ha tomado. Si bien estaba convencido de que era a Cristo que debía la victoria del Puente Milvio, y por tanto la posesión de Roma, sabía también que le sería imposible gobernar si se declaraba cristiano inmediata y abiertamente. Era demasiado el odio que sus predecesores habían sembrado contra los cristianos; y el paganismo, decadente y todo como estaba, era aún una fuerza que debía tenerse en cuenta -sobre todo en Roma, donde los senadores y demás aristócratas veían en el paganismo una parte fundamental del viejo sistema de vida que ellos representaban y defendían. Por consiguiente, Constantino optó por una política lenta y moderada, que comenzó garantizando sólo la tolerancia a los cristianos, pero que terminó siendo una política de apoyo decidido y abierto a los propósitos de la Iglesia.). La vieja Roma fue siempre el principal obstáculo con que tropezó la política religiosa de Constantino a favor del cristianismo. En aquella ciudad las antiguas clases gobernantes veían con recelo todo intento de abandonar el culto a los dioses, que era parte de sus tradiciones ancestrales. Constantino siempre respetó el Senado y sus prerrogativas, y -aun después de haberse declarado cristiano abiertamente- no rechazó el título de Pontifex Maximus que ese cuerpo le daba. Por esta razón la política religiosa de Constantino, que en el Oriente era decididamente favorable a los cristianos, en el Occidente era más moderada y estaba dispuesta a hacer concesiones a los paganos. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 EL IMPERIO CRISTIANO Y LA SUPRESION DEL PAGANISMO. PARTE 2.

En todo caso, el hecho es que, hasta donde llegan nuestras noticias, Constantino siempre se sintió inclinado hacia el monoteísmo. Durante los primeros años después de su coronación por los soldados de su difunto padre, cuando aún era sólo César de las Galias, Constantino hizo acuñar sus monedas en honor al Sol Invicto. Por otra parte, si el testimonio de los escritores cristianos del propio siglo IV -y especialmente Eusebio- es fidedigno, el padre de Constantino, Constancio Cloro, siempre trató a los cristianos con benevolencia, y hasta es posible que haya habido cristianos en su propia familia. Eusebio, quizá llevado por su entusiasmo hacia Constantino, o tal vez basándose en hechos reales, afirma que Constancio Cloro acostumbraba rogar al Salvador. Por último, todo parece indicar que aún antes de la visión celestial y la batalla del Puente Milvio, Constantino se hacía acompañar de algunos obispos, y sobre todo de Osio de Córdoba, quien más tarde se daría a conocer como uno de los consejeros favoritos del Emperador. Luego, aunque Constantino después diría que su conversión se debió a una visión celestial, y aunque sus biógrafos siempre trataron de subrayar el carácter repentino de esa conversión, no cabe duda de que muchos factores habían ido conduciendo al César de las Galias al punto en que estuvo preparado para su visión. (Si bien los dos escritores antiguos más dignos de crédito -Eusebio y Lactancio, ambos relacionados directamente con el Emperador- no concuerdan en todos los detalles de la conversión de Constantino, sí están de acuerdo en afirmar que, en vísperas de la batalla del Puente Milvio, Constantino tuvo una visión -ya sea en sueños, ya en el cielo- en la cual se le prometía que bajo el signo de Cristo sería vencedor. Al otro día, Constantino hizo confeccionar un estandarte adornado de piedras preciosas, y en el que resaltaba el monograma con la chi y la rho, representando las dos primeras letras del nombre de Cristo. Además, ordenó que sus soldados pintasen sobre sus escudos el mismo monograma. Como es sabido, las tropas de Constantino derrotaron decisivamente a las de Magencio, y éste murió ahogado al caer al río.) Historia de las misiones. Justo L. González 

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 B. EL IMPERIO CRISTIANO Y LA SUPRESION DEL PAGANISMO. PARTE 1. 

1. La  Conversión de Constantino.

La conversión de Constantino es uno de esos pocos grandes acontecimientos que parecen ser como hitos gigantescos que se alzan en medio del camino de la historia, señalando nuevos rumbos y abriendo nuevas posibilidades. Quizá por eso mismo es también uno de los acontecimientos más discutidos en la historia de la Iglesia. Para unos, fue el comienzo de esa perversión del carácter del cristianismo que a la postre requeriría la Reforma del siglo XVI. Para otros, fue el triunfo de la Iglesia perseguida sobre sus persecutores, la rendición de la resistencia pagana y la máxima expresión de la pujanza de la Iglesia de los primeros siglos. Ambas interpretaciones son parcialmente correctas, pues un acontecimiento del orden de la conversión de Constantino no podía sino tener grandes consecuencias para la vida de la Iglesia -consecuencias tanto positivas como negativas, así como consecuencias postivas con inmensas potencialidades negativas. Hay algo en lo que casi todos los historiadores más serios concuerdan: Constantino se convirtió -y se convirtió sinceramente- en el año 312. (J.  Burckhardt,   (Die Zeit  Konstantins  des Grossen, p.  334) juntamente con un buen número de historiadores del siglo XIX, pensaba que Constantino no se había convertido sino por razones de conveniencia política, y ponía en duda su sinceridad al proclamarse cristiano. Sin embargo, como afirma A. H. M. Jones, ( Constantine and the Conversion o/ Europe, p. 73), "Constantino hubiera tenido que ser un prodigio intelectual para haber sido un racionalista en la época en que vivió, y el hecho es que, hasta donde es posible penetrar en su intelecto, parece haber sido un hombre de mente sencilla".) La divergencia de opiniones gira alrededor del modo en que Constantino veía el cristianismo que había aceptado, y alrededor de las consecuencias que su conversión tuvo para la Iglesia. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 k) RESUMEN: LA ACTITUD DE LOS CRISTIANOS HACIA EL PAGANISMO. Podemos decir que el cristianismo avanzó a pasos agigantados por la cuenca del Mediterráneo gracias a los factores y métodos misioneros que acabamos de discutir. Pero todo esto de nada hubiera servido de no ser por el modo admirable en que la Iglesia y los cristianos combinaban una flexibilidad sorprendente con la más estricta rigidez. Si el cristianismo hubiese seguido el camino del sincretismo, acogiendo en su seno toda clase de doctrinas de diversos orígenes y con diversos sentidos, quizá hubiera parecido más atrayente a algunos -y en esto radicaba la gran atracción del gnosticismo cristiano- pero hubiera acabado por desaparecer como desaparecieron todos los sincretismos de la época: esfumado en la vaguedad de sus doctrinas. Si, por el contrario, el cristianismo se hubiese mostrado radicalmente inflexible, como si sólo la Iglesia y la tradición veterotestamentaria poseyesen la verdad, y como si toda verdad pagana tuviese que ser necesariamente falsedad, se le hubiera hecho imposible a un pagano helenista hacerse cristiano sin al mismo tiempo abandonar todo rasgo de helenismo y aprender a pensar como un hebreo. Al colocarse en el justo medio entre estos dos extremos, siendo inflexible en lo esencial y acomodándose en lo periférico a la cultura y las tradiciones del mundo grecorromano, la Iglesia tomó la actitud que mejor podía servir a la expansión del cristianismo, y al mismo tiempo reflejaba, siquiera imperfectamente, el amor del Señor que aún "siendo en forma de Dios" tomó "forma de siervo" por amor de los hombres. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 Ni el hombre vale más que la mujer, ni la mujer más que el hombre, por ambos murió Jesús de igual manera:

Gálatas 3:28 Biblia Palabra de Dios para Todos: No hay diferencia entre el judío y el que no es judío, ni entre el libre y el esclavo, ni entre el hombre y la mujer. Todos son iguales en Cristo Jesús.




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 EL PACTO MATRIMONIAL. 

Proverbios 2:16-17 Nueva Traducción Viviente: La sabiduría te librará de la mujer inmoral, de las palabras seductoras de la mujer promiscua. Ella abandonó a su marido y no hace caso del pacto que hizo ante Dios.

Malaquias 2:14 Biblia Palabra de Dios para Todos: Ustedes preguntan: «¿Por qué él no acepta nuestras ofrendas?» Porque el Señor es testigo del pacto matrimonial que cada uno de ustedes hizo con la mujer de su juventud. Pero ustedes la traicionaron aunque era su fiel compañera y esposa legítima.

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 j) Los MISI0NEROS. Algo semejante sucede con la práctica de enviar misioneros, aunque en este caso sí es cierto que la Iglesia de los primeros siglos tenía por costumbre enviar misioneros a otros sitios. Ya hemos mencionado el caso de la Iglesia de Antioquía, que envió a Pablo y sus acompañantes. En el período que estamos estudiando, merece la pena citarse el caso de Panteno, quien hizo un viaje hacia el Oriente  -¿hasta Arabia o hasta la India?-  como "heraldo del Evangelio de Cristo". Además, obras tales como la Didajé y el "Contra Celso" de Orígenes, dan a entender que había un buen número de personas dedicadas exclusiva o casi exclusivamentea ir de lugar en lugar predicando el Evangelio, como antes lo había hecho Pablo. Sin embargo, al parecer una buena parte del trabajo de estas personas consistía en visitar sitios en que ya existían iglesias, y ayudarlas y fortalecerlas en su trabajo -o a veces crearles problemas que antes no tenían, como resulta claro al leer la Didajé. La mayor parte de la expansión del cristianismo en los siglos que anteceden a Constantino tuvo lugar, no gracias a la obra de personas dedicadas exclusivamente a esa tarea, sino gracias al testimonio constante de cientos y miles de comerciantes, de esclavos y de cristianos condenados al exilio que iban dando testimonio de Jesucristo donde quiera que la vida les llevaba, y que iban creando así nuevas comunidades en sitios donde los misioneros "profesionales" no habían llegado aún. Y, una vez sembrada la semilla, el trabajo más digno de notarse no fue tampoco el de los predicadores que visitaban la comunidad para predicarle unos pocos días, sino el de hombres que, como Gregorio de Neocesarea, vivían junto a su pueblo y se sentían responsables, no sólo de su pequeña grey, sino también de toda la comunidad no cristiana en que ella había surgido. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 i) EL CULTO. Otro factor que es necesario mencionar, aunque por razón de su escasa importancia como instrumento directo para la expansión del cristianismo, es el culto divino. Como señala Bardy, los cultos orientales que invadían el Imperio a principios de nuestra era --el de Atis y Cibele, el de Isis y Osiris, el de Dionisio,etc.- ofrecían una liturgia fascinante y conmovedora. Frente a esto, la liturgia cristiana -a la que en todo caso no se permitía a los paganos asistir- era en extremo sencilla. Resulta claro que, a diferencia de lo que ha llegado a ser costumbre en muchas iglesias del siglo XX, en la Iglesia primitiva el culto no tenía el más mínimo propósito de servir de ocasión para  la conversión de los no cristianos. El trabajo que hoy llamamos "evangelístico" se realizaba fuera del culto, en los sitios donde la vida común llevaba a los cristianos a establecer contacto con los no creyentes. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 h) EL MARTIRIO. De todos los milagros, ninguno tan notable y tan fructífero en conversiones como el milagro del martirio, tan frecuente durante los siglos segundo y tercero. Niños y mujeres, ancianos cargados de años, y esclavos acostumbrados a doblegarse ante la voluntad de sus amos, ofrecían gozosos la vida descansando en la esperanza de una vida futura y regocijándose en la oportunidad de proclamar con sus actos su fe. Para un mundo en busca de realidades que diesen sentido a la vida y la muerte, como era el mundo grecorromano, tales actos eran una prueba de heroísmo -o de locura- que no podía explicarse fácilmente. Muchos son los textos antiguos que dan fe del sacudimiento de una conciencia pagana ante los sufrimientos de algún Mártir cristiano, y es por ello que Tertuliano podía decir que "mientras más se nos destruye más crecemos; la sangre de los cristianos es semilla". Historia de las misiones. Justo L. González 

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 g) LOS MILAGROS. Entre estas personas -y también entre muchas de las personas más cultas del Imperio- los milagros eran un factor importante. Si bien no sabemos cuántos de los hechos prodigiosos que se cuentan de Gregorio de Neocesarea son acontecimientos históricos, resulta claro que todos cuantos se dedicaron a narrar su vida veían en sus milagros uno de los instrumentos más poderosos para lograr la conversión de los paganos. Durante los últimos años de este período aparecen en la literatura cristiana numerosos evangelios y libros de hechos de uno u otro apóstol, y casi todos subrayan lo milagroso como si esto fuera una de las principales garantías de la veracidad del cristianismo. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 Jn 18:19-23 Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote?Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?

Hch 23:1-5 Entonces Pablo, mirando fijamente al concilio, dijo: Varones hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy. El sumo sacerdote Ananías ordenó entonces a los que estaban junto a él, que le golpeasen en la boca. Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y quebrantando la ley me mandas golpear? Los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios injurias? Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo.

En estas citas vemos dos sucesos parecidos, el juicio de Jesús y el del apóstol Pablo, notamos las diferencias en la reacción de ambos, aún Jesús al ser abofeteado no respondió de forma agresiva, el Apóstol sin ser golpeado reaccionó de manera fuerte, vemos la superioridad de nuestro gran Maestro y uno de sus mejores siervos ¿cómo habrías respondido tú? 

domingo, 18 de septiembre de 2022

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 f) EL TESTIMONIO DE LOS CRISTIANOS INCULTOS. Este tipo de testimonio directo y personal, en que la polémica se mezclaba con el ferviente deseo de ver la conversión del interlocutor, no siempre tenía lugar en el nivel elevado de los filósofos y rétores, sino que muchas veces -quizá las más- tenía lugar entre esclavos, mujeres y artesanos. Prueba de ello es el siguiente texto de Celso, quien veía en la pobreza e ignorancia de los cristianos un argumento en contra de la veracidad de su fe: "¿Qué hacen los feriantes, los saltimbanquis? ¿Se dirigen a los hombres sensatos para espetarles sus soflamas? No. Pero si divisan en alguna parte a un grupo de niños, de cargadores, de gentes groseras, allí es donde plantan sus tablados, exponen su industria y se hacen admirar. Lo mismo ocurre en el seno de las familias. Se ven pelaires, zapateros, bataneros, gentes de extrema ignorancia y desprovistas de toda educación que, en presencia de los maestros, se guardan muy bien de abrir la boca; pero si pillan privadamente a los hijos de la casa o mujeres que no tienen más inteligencia que ellos mismos, se ponen a decirles maravillas. Sólo a ellos hay que creer; los padres, los preceptores son unos locos que ignoran el verdadero bien y son incapaces de enseñar. Sólo ellos saben cómo hay que vivir; a los niños les irá bien si les siguen y por su medio la felicidad visitará a toda la familia. Si mientras están perorando, sobreviene alguna persona seria, uno de los preceptores o el padre mismo, los más tímidos se callan; los descarados no dejan de exhortar a los niños a que sacudan el yugo, insinuándoles calladamente que no quieren enseñarles nada ante el padre de ellos o ante el preceptor, para no exponerse a la brutalidad de esas gentes corrompidas que los harían castigar. Los que tienen interés en saber la verdad, abandonen a sus preceptores y a sus padres y vengan con las mujeres y la chiquillería al gineceo o al puesto del zapatero o a la tienda del batanero, para aprender allí la vida perfecta. Ved ahí cómo se las arreglan para ganar adeptos. No exagero y en mis acusaciones no salgo un ápice de la verdad." Es una verdadera desventura el que, dado su propio carácter, el trabajo de tales cristianos no nos sea mejor conocido, pues sin duda descubriríamos que su contribución a la expansión del cristianismo fue mucho mayor que lo que los textos parecen indicar, y hasta mayor que las de las escuelas y de los cristianos cultos. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 e) LAS ESCUELAS CRISTIANAS. Las más de las veces tales encuentros no se dejaban simplemente al azar, sino que los cristianos fundaban escuelas que tenían a menudo funciones catequéticas, pero a las que podían dirigirse los paganos cultos que querían saber más acerca del cristianismo, o que simplemente querían atacarlo disputando con sus más destacados portavoces. Como ejemplo de este tipo de escuela, que seguía el molde de la antigua Academia de Atenas tenemos la que fundó Justino en Roma y que luego dirigió su discípulo Taciano, y la famosísima de Alejandría, relacionada con los nombres de Panteno, Clemente, Orígenes, Heraclas y otros, y a la que acudía a veces lo más selecto de la nobleza y la intelectualidad paganas. Tales escuelas jugaron un papel importantísimo en la expansión del cristianismo, pues muchos paganos que acudían a ellas se convertían, además de que pronto se volvieron centros de donde salían cristianos preparados para llevar sobre sus hombros la responsabilidad de predicar y extender el conocimiento del Evangelio -de los cuales Gregorio de Neocesarea es un magnífico ejemplo. Por otra parte, la literatura que se producía en estas escuelas -y sobre todo en la de Alejandría- servía de fuente de conocimientos a cristianos menos ilustrados que debían enfrentarse con paganos que de otro modo hubieran podido vencerles en la controversia. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 d) EL CONTACTO PERSONAL ENTRE INTELECTUALES. Resulta interesante notar, sin embargo, que toda esta argumentación servía de canal para la propagación del Evangelio sólo cuando iba acompañada por el testimonio personal del cristiano. No tenemos noticias de personas que se hayan convertido al cristianismo leyendo el Diálogo con Trifón o las Apologias de Justino -y esto resulta mucho más notable si recordamos el hecho de que tenemos noticias de conversiones filosóficas mediante la lectura de los libros de los filósofos- pero sí sabemos de varias ocasiones en que discusiones personales de esta índole llevaron a alguien a convertirse al cristianismo. El propio Justino da fe de la importancia de este método de discusión y testimonio directo entre cristianos y paganos al afirmar que su conversión se debió a un encuentro de esta clase, cuando un anciano venerable, tras mostrarle la insuficiencia del platonismo, le mostró el camino de la "verdadera filosofía". Ya hemos visto el caso de Gregorio de Neocesarea y su hermano Atenodoro, cuya conversión tuvo lugar a través del contacto personal con Orígenes. Algo parecido parece haber sucedido en los casos de Clemente de Alejandría -gracias a la influencia personal de su maestro Panteno- y de Cipriano de Cartago -a través del sacerdote Ceciliano. Y, si el Octavio de Minucio Félix narra un acontecimiento histórico, también allí tenemos un ejemplo de intento de lograr una conversión a través de la discusión directa y personal de los valores y doctrinas del cristianismo frente al paganismo. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 c) EL ENCUENTRO CON LA FILOSOFÍA PAGANA. En cuanto a su posición frente a la filosofía pagana, los cristianos de este período -como los de todas las épocas- no estaban de acuerdo entre sí. Todos veían en el cristianismo una verdad superior, revelada por Dios, y a la que ningún filósofo, por muy acertado que fuese su pensamiento, hubiera podido llegar. El punto de desacuerdo estaba en el valor que debía atribuirse a la filosofía, pues unos veían en ella el ayo que conducía a Cristo. -Justino, Clemente, Orígenes- y otros veían sólo una oposición radical entre el pensamiento filosófico y la verdad cristiana -Taciano, Hermias, Tertuliano-; unos veían en la filosofía un instrumento necesario para la exégesis bíblica, y otros veían en ella el origen de toda herejía; unos afirmaban que Jesucristo era el Señor tanto de Atenas como de Jerusalén, y otros se preguntaban: "¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué la Academia con la Iglesia?" Quienes veían una oposición total entre la doctrina filosófica y la verdad revelada, tenían entre los propios filósofos el mejor medio de atacar la filosofía, pues ya los escépticos -especialmente los de la Academia- habían mostrado las contradicciones entre los diversos filósofos, y habían utilizado tales contradicciones como prueba de la imposibilidad de llegar a un conocimiento cierto. Siguiendo la pauta trazada por estos filósofos, algunos cristianos se dedicaron a desprestigiar la filosofía a base de sus contradicciones. Uno de éstos fue Hermias, quien en su Escarnio de los filósofos paganos, se burla de ellos como sigue: "Si han hallado la verdad, estén o pónganse de acuerdo y yo les creeré de mil amores; pero si me tiran del alma y me la arrastran unos a una naturaleza y otros a otra, unos a una sustancia y otros a otra, y me la transforman de materia en materia, confieso que me siento molesto por este fluctuar de las cosas. Hay un momento en que soy inmortal y me alegro; al poco rato me convierto en mortal y rompo en llanto; luego me disuelvo en átomos, me convierto en agua, me convierto en aire, me convierto en fuego. Sin embargo, la inmensa mayoría de los cristianos -o al menos de los cristianos cuyas opiniones nos son conocidas a través de sus obras- veía un valor positivo en la filosofía pagana. Como ejemplo de esta posición podemos tomar a Justino Mártir, autor cristiano de la segunda mitad del siglo II. A fin de mostrar a las personas cultas entre los gentiles que el cristianismo no se opone a la civilización y filosofía helénica, sino que las complementa y supera, Justino apela a la doctrina del logos o Verbo. Este término podía ser de gran valor, pues era uno de los temas fundamentales de la filosofía pagana, se aplicaba a Jesucristo en el Evangelio de Juan, y ya antes -con Filón de Alejandría- había servido de puente entre la filosofía griega y la religión judaica. Siguiendo la tradición de los filósofos griegos, Justino afirma que todo conocimiento que los hombres poseen es producto del logos o principio racional del universo. Pero -apelando ahora al Cuarto Evangelio, y a su uso del término logos- Justino afirma también que ese logos que es el principio racional del universo es el mismo que se encarnó en Jesucristo. Luego, la verdad que los filósofos conocieron no es otra que la verdad cristiana, con la sola salvedad que Platón y sus colegas sólo conocieron al Verbo "en parte", mientras que los cristianos conocen al Verbo "entero". Los filósofos conocían sólo las verdades que el Verbo les revelaba, mientras que los cristianos conocen al Verbo mismo. Luego, todo cuanto hay de bueno en la cultura y filosofía paganas pertenece a los cristianos: . . . quienes vivieron conforme al Verbo, son cristianos, aún cuando fueron tenidos por ateos, como sucedió entre los griegos con Sócrates, Heráclito y otros semejantes, y entre los bárbaros con Abrahán, Ananías, Azarías y Misael, y otros muchos cuyos hechos y nombres, que sería largo enumerar, omitimos por ahora. De suerte que también los que anteriormente vivieron sin razón, se hicieron inútiles y enemigos de Cristo y asesinos de quienes viven con razón; mas los que conforme a ésta han vivido y siguen viviendo son cristianos y no saben de miedo ni turbación. De este modo la polémica cristiana, tanto frente al judaísmo como frente al paganismo, busca rumbos que le permitan afirmar el señorío de Jesucristo sobre todo cuando existe -en estos casos, el Antiguo Testamento y la cultura helenista- sin abandonar la afirmación fundamental de que el mismo que es el Señor eterno se ha llegado a los hombres de manera única y particular en Jesucristo. Historia de las misiones. Justo L. González 

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 b) LA POLÉMICA CONTRA El CULTO PAGANO. Frente a los paganos, la polémica cristiana tenía que luchar en dos frentes: el del culto y el de la filosofía. Frente al culto pagano, los cristianos enseñaban un monoteísmo moral, y con ello se hacían eco de los ataques que los propios filósofos paganos venían haciendo a la pluralidad de los dioses, y sobre todo a las historias inmorales que de ellos se contaban. Al aparecer el cristianismo en el Imperio Romano, ya hacía siglos que los más refinados entre los filósofos griegos habían comenzado a expresar dudas acerca de los dioses del Olimpo, y sobre todo acerca de las cosas que de ellos se contaban. Así, por ejemplo, Jenófanes de Colofón había dicho que "Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses todo cuanto es vergonzoso y poco honesto entre los mortales, robos, adulterios y engaños", y que "si los bueyes y caballos o leones tuviesen manos, y pudieran pintar con sus manos, y producir obras de arte como los hombres, los caballos pintarían a sus dioses como caballos, y los bueyes como bueyes...". Sin embargo, este tipo de crítica, corriente entre los hombres cultos, no había llegado aún a las masas, y el culto a los dioses del Olimpo -y a otros de naturaleza semejante, pero de origen distinto- gozaba aún de suficiente arraigo para requerir su refutación por parte de los cristianos. De hecho, como veremos en la próxima sección de este capítulo, el culto pagano perduraba aún dentro del Imperio Romano cuando las invasiones de los bárbaros trajeron un nuevo influjo del paganismo. Al igual que los filósofos paganos, los cristianos atacaban a estos dioses, primero, por su impotencia y su carácter de creación humana; y, segundo, por los hechos inmorales que se les atribuían. Como ejemplo de esto podemos tomar a Arístides, quien, a mediados del siglo II, escribió las siguientes palabras acerca de la impotencia de los dioses: "Viendo a sus dioses aserrado por sus artífices, y desbastados, y acortados, y cortados, y quemados, y figurados, y por ello transformados en toda figura, y ora que envejecen consumidos por el largo tiempo, ora que se funden o se hacen pedazo ¿cómo no comprendieron de ellos que no son dioses? Y aquellos que no han podido proveer a la salvación de sí mismos, ¿cómo pueden tener cuidado de los hombres?" Y, señalando la inmoralidad de los dioses griegos, dice: "Mas he aquí que, habiendo los griegos establecido leyes, no han caído en la cuenta de que con sus leyes condenan a sus dioses. Si, en efecto, sus leyes son justas, son perversos sus dioses, los cuales han transgredido las leyes, porque matan unos a otros, y practican la magia, y cometen adulterio, y se dan a la rapiña y al robo y yacen con varones, con todas sus otras hazañas; que si sus dioses han hecho bien estas cosas, tal como lo escriben, son perversas las leyes de los griegos, porque no han sido establecidas según la voluntad de los dioses. Y en esto, todo el mundo ha errado." Historia de las misiones. Justo L. González 

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 a) LA POLÉMICA CONTRA EL JUDAÍSMO. El método que aparece una y otra vez en los documentos que han llegado hasta nosotros es el de la polémica y el argumento lógico. Este tipo de argumentación se empleaba ya en el período neotestamentario, sobre todo frente a los judíos, haciéndoles ver cómo Jesús era el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. Durante el período que se extiende entre el fin del siglo primero y la conversión de Constantino, continúa esta polémica antijudía, pero la polémica frente a la religión y la filosofía paganas viene a ocupar el primer lugar. Esto es señal de que la Iglesia, convencida ya de que los judíos no habrían de convertirse, vuelve su ímpetu misionero hacia los gentiles. La Iglesia del siglo VI es ya una Iglesia de gentiles, y buena parte de su polémica con los judíos no lleva ya el propósito de convencer, sino sólo de aplastar a una religión rival del cristianismo. Como testimonio de la polémica con los judíos, tenemos obras tales como el Diálogo con Trifón de Justino, el tratado Contra los judíos de Tertuliano, y el sermón del mismo título atribuido a Cipriano, además de la llamada Epístola de Bemabé. De todas estas obras, sólo el Diálogo de Trifón parece basarse en un verdadero encuentro entre un judío y un cristiano, y en un esfuerzo de éste último por convencer a aquél. Las otras son ataques al judaísmo como doctrina, y no diálogos con los judíos. En todo caso, el argumento fundamental de los cristianos frente a los judíos es el del cumplimiento de ciertas profecías en la persona de Jesús, especialmente en lo relativo a su nacirmento y su muerte. Además -también al igual que ciertos escritores del Nuevo Testamen- los polemistas cristianos de este período apelan a la tipología, afirmando que ciertos acontecimientos del Antiguo Testamento eran señales, "tipos" o figuras de lo que habría de ocurrir en el Nuevo. Por último, otros escritores cristianos, y muy especialmente los alejandrinos, apelan a la alegoría, negando a menudo el carácter histórico de las narraciones del Antiguo Testamento, y haciendo de ellas alegorías referentes a las enseñanzas del Nuevo. Algunos cristianos -como Marción- negaban la validez del Antiguo Testamento, y pretendían que el cristianismo era algo tan radicalmente nuevo que no podía ser el cumplimiento de las antiguas promesas hechas a los judíos. La inmensa mayoría de los cristianos rechazó tal posición, que pronto fue considerada herética. Historia de las misiones. Justo L. González. 

Escritos diversos

 LOS MÉTODOS EMPLEADOS DURANTE ESTE PERÍODO. Al estudiar los métodos empleados durante este período, tropezamos con la misma dificultad que ya hemos encontrado al tratar de descubrir los orígenes del cristianismo en las distintas regiones del Imperio: nuestros materiales son harto escasos, y los que tenemos representan sólo un sector de la vida total de la Iglesia. En efecto, de este período se conservan extensas apologías en pro del cristianismo, así como varias obras por las que podemos saber acerca de ciertas conversiones particulares; pero la casi totalidad de estos testimonios nos sirve sólo para saber cómo las personas más cultas y los espíritus más refinados llegaban al cristianismo, y nada nos dice acerca de la inmensa mayoría de los conversos -esclavos, artesanos y mujeres, de cuya conversión nada sabemos-. Por esta razón, nuestra exposición será necesariamente más extensa en lo que se refiere a la expansión del cristianismo y su propaganda por medios intelectuales. Esto no ha de tomarse como un reflejo de la realidad histórica, en la que la polémica culta y el argumento filosófico eran sólo una pequeña fracción del testimonio cristiano. Hecha esta aclaración, podemos discutir algunos de los métodos que los cristianos de este período empleaban para propagar su fe. Historia de las misiones. Justo L. González 

Escritos diversos

 e) LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO EN LOS TERRITORIOS EN QUE HABÍAN LABORADO LOS APÓSTOLES. Además, en las zonas en que los apóstoles y sus contemporáneos habían ya llevado el cristianismo en el siglo primero, la Iglesia continuó su labor misionera, dirigiéndose ahora sobre todo a ciertas ciudades y pueblos de menor importancia adonde el cristianismo no parece haber llegado antes. Así, por ejemplo, afirma Latourette que a mediados del siglo III parece haber habido en Italia unos cien obispos. En la península balcánica el progreso del cristianismo parece haber sido mucho más lento, y lo mismo puede decirse de la población semítica de Siria y Palestina. En Asia Menor, sin embargo, el progreso fue sorprendente, y pronto hubo, no sólo comunidades en sitios bastante apartados, sino también gran número de miembros en esas comunidades. Testimonio de ello es la correspondencia entre Plinio y Trajano, en la que aquél llega a afirmar que en Bitinia -adonde nunca llegó apóstol alguno- los templos paganos "estaban casi desiertos". Afortunadamente, sabemos algo más acerca de la labor misionera en Asia Menor debido a los datos y obras que se conservan de Gregorio de Neocesarea. Historia de las misiones. Justo L. González 

Escritos diversos

 d) LAS GALIAS. Desde LA segunda mitad del siglo II -y quizá desde antes- el cristianismo penetró en las Galias. En el año 177 se desató una persecución en las ciudades de Lyon y Vienne, lo cual prueba que ya en esa fecha existían comunidades cristianas en esas ciudades. Poco después, y en la ciudad de Lyon, el obispo lreneo, quizá el más grande teólogo de este período, es testimonio de la fuerza del cristianismo en esta región, no sólo numérica, sino también intelectualmente. El hecho de que la literatura procedente de las ciudades de Lyon y Vienne haya sido escrita en griego, los nombres griegos de los mártires de esas ciudades, y el origen del propio Ireneo, que era oriundo del Asia Menor, hacen suponer que el cristianismo llegó a esta región traído por inmigrantes cristianos procedentes del Asia Menor o al menos del Oriente, y que durante algún tiempo su fuerza mayor estuvo entre los habitantes de lengua griega. Sin embargo, el propio lreneo da a entender que los cristianos de Lyon -o al menos él mismo- se ocupaban también de evangelizar a los habitantes de origen celta. Cuando en el año 314 se reunió un sínodo en Arlés, al sur de Francia, acudieron a él obispos, no sólo de toda la Galia, sino hasta de las Islas Británicas. De este modo, antes de comenzar el siglo IV, ya el cristianismo había rodeado la cuenca del Mediterráneo, y se encontraba representado en todas las regiones principales del Imperio. Historia de las misiones. Justo L. González 

Escritos diversos

 c) ESPAÑA. Los orígenes del cristianismo en España, así como la historia de la Iglesia española en los primeros siglos, nos son totalmente desconocidos. Aparte de la posibilidad de que Pablo haya visitado la Península Ibérica, existen leyendas que afirman que el apóstol Santiago laboró en tierras de España, y que Pedro envió siete obispos a la misma región. El hecho es que la Iglesia española, si bien parece haber sido fundada por lo menos a fines del siglo II, no produjo durante todo este período monumento alguno -ya sea literario, artístico o de otra índole- que nos permita afirmar que haya existido en la Península Ibérica, y antes de la segunda mitad del siglo III, un cristianismo pujante. Sin embargo, el sínodo de Elvira -alrededor del año 300- muestra que el cristianismo se había extendido tan al norte como Asturias y tan al este como Zaragoza, aunque su fuerza mayor parece haberse concentrado en lo que hoy es Andalucía. Historia de las misiones. Justo L. González 

Escritos diversos

 b) AFRICA DEL NORTE. En la parte occidental del norte de Africa -lo que los Romanos llamaban Africa- y sobre todo en la ciudad de Cartago, aparece también el cristianismo a fines del siglo II. Cuando este cristianismo cartaginés asoma por primera vez a las páginas de la historia tiene ya tal madurez que resulta necesario suponer que había sido fundado por lo menos varias décadas antes. De hecho, es en Cartago, y no en Roma, que surge la primera literatura cristiana en lengua latina -con Tertuliano- y fue también Cartago, con Tertuliano y Cipriano, el centro del pensamiento teológico occidental durante todo el período que nos ocupa -y años después con la persona cimera de San Agustín-. ¿Cómo llegó el cristianismo al norte de África?¿Quiénes lo llevaron? ¿De dónde venían? No lo sabemos. Tradicionalmente se ha pensado que fue de Roma que el cristianismo fue llevado a Cartago. Sin embargo, un estudio más detenido de los datos que se hallan a nuestra disposición parece indicar que fue del Oriente -y quizá de Frigia. "Al parecer, fue más tarde que las circunstancias políticas y culturales llevaron a la Iglesia africana a establecer relaciones más estrechas con Roma, y a olvidar sus antiguos lazos con el mundo griego." Historia de las misiones. Justo L. González 

Escritos diversos

 Al terminar el período neotestarnentario, la Iglesia cristiana se extendía a allende Palestina y Siria hacia el Asia Menor y hasta Grecia y Roma. Más allá de la capital imperial no llegan nuestros datos pues, aunque hay noticias de un viaje de Pablo a España, nada se sabe acerca de sus resultados, y es posible que tal viaje nunca se haya realizado. Sin embargo, a fines del siglo II -y sobre todo a mediados del III- aparecen en la historia repetidas pruebas de que la nueva fe se había extendido por toda la cuenca del Mediterráneo, y que lograba adeptos sobre todo en las grandes ciudades, donde pronto surgieron comunidades cristianas de importancia. a)EGIPTO. En el Egipto, y sobre todo en la ciudad de Alejandría, pronto apareció una iglesia floreciente que algunos dicen fue fundada por San Marcos, aunque este dato carece por completo de confirmación histórica. En todo caso, a mediados del siglo II la comunidad cristiana de esa ciudad contaba ya con pensadores de la importancia de Panteno y, poco después, de Clemente y Orígenes. Además -y esto es señal de la pujanza del cristianismo en esa ciudad-fue en Alejandría que el gnosticismo hizo algunos de sus más serios esfuerzos por asimilar en su seno al cristianismo, sobre todo en los sistemas de Basilides y Valentín. Historia de las misiones. Justo L. González 

Escritos diversos

 Si bien es poco lo que sabemos acerca de la expansión misionera del cristianismo durante el período apostólico, es mucho menos lo que sabemos acerca de ella en el período que sigue inmediatamente a los últimos libros del Nuevo Testamento. Esto era de esperarse, pues éste es precisamente el período de las grandes persecuciones, y a una iglesia perseguida se le hace difícil conservar y transmitir la historia de sus orígenes en cada región. Además, buena parte de la expansión del cristianismo durante este período tuvo lugar, no sólo a través de la obra de misioneros dedicados exclusivamente a  la tarea de la evangelización, sino sobre todo a través del testimonio de comerciantes, soldados y esclavos que por una u otra razón viajaban entre las distintas regiones del Imperio. El cristianismo hacía su entrada en una nueva provincia de manera humilde y oscura, y cuando la Iglesia en esa provincia lograba suficiente madurez para producir literatura o algún otro monumento que pudiese quedar para la posteridad, ya sus orígenes habían sido olvidados. Además, la investigación de los orígenes del cristianismo se dificulta frecuentemente debido al modo en que las generaciones posteriores de cristianos, siguiendo la tendencia de la época a hacer de los apóstoles personajes ideales, buscaban  el medio de atribuir los orígenes del cristianismo en su ciudad a algún varón apostólico, lo cual sirvió de génesis a más de una tradición legendaria que resulta difícil separar de la verdad histórica. Historia de las misiones. Justo L. González 

martes, 6 de septiembre de 2022

Escritos diversos

 Los viajes del apóstol Pablo son de todos conocidos, y no hay razón alguna para ofrecer aquí una reseña de ellos. Baste decir que el apóstol Pablo llevó el Evangelio a Chipre, a varias de las ciudades del Asia Menor, a Macedonia, a las principales ciudades de Grecia, a Roma y 

quizá hasta a España. Acerca de sus métodos, lo más notable es que, aunque Pablo se consideraba apóstol a los gentiles, por lo general se acercaba primero a la sinagoga  de cada ciudad y allí enseñaba  y predicaba el Evangelio. En algunos casos, como en el de Atenas, trataba de encontrar puntos de contacto entre su mensaje y la cultura del lugar. Siempre se ocupaba de la edificación posterior de las iglesias que había fundado y muy especialmente de sanar las divisiones que en ellas aparecían... Sabemos que Pablo no fue el único misionero cristiano de los tiempos neotestamentarios porque el libro de los Hechos y las epístolas paulinas mencionan diversos episodios en los que aparecen otros misioneros. Bernabé y Marcos fueron a la isla de Chipre. La Primera Epístola de Pablo a los Corintios habla acerca del judío  alejandrino Apolos, quien laboraba en Corinto. Además,  antes de que Pablo llegase a Roma, ya existía una iglesia cristiana en esa ciudad. Aún  más, en el pequeño puerto italiano de Puteoli había ya cristianos que acudieron a recibir a Pablo cuando llegó de camino hacia Roma. Todo esto ha de recordarnos que el apóstol Pablo es sólo uno  -aunque quizá el más importante- de los muchos cristianos que durante el siglo 1 contribuyeron a hacer llegar su fe a distintas regiones del  mundo... Solamente en el caso del apóstol Pedro podemos decir que existen razones para  creer en la veracidad de la visita a Roma que la tradición le atribuye. De hecho, esta tradición es tan antigua que aparece reflejada ya en el Nuevo Testamento, y la mayor  parte de los antiguos escritores eclesiásticos se hace eco de ella. Como parte de la misma tradición, el martirio de Pedro  en Roma debe darse por cierto.  Esto no quiere decir, sin embargo, que Pedro haya fundado la iglesia de Roma, pues la Epístola de Pablo a los Romanos parece implicar que  hubo en Roma una iglesia cristiana aún antes de las visitas de Pedro y Pablo. En  todo caso, el hecho es que a fines del siglo 1 había cristianos en todas las principales regiones del  nordeste del Mediterráneo, y que esta expansión se había  llevado a cabo sin un plan o estrategia misionera prefijada. Historia de las Misiones. Justo L. González 

Escritos diversos

 Si bien el antiguo Israel no consideró la predicación a las naciones como parte de su misión histórica, los judíos de los últimos siglos antes de nuestra era sí comenzaron trabajo misionero en el sentido estricto. El principal factor histórico que llevó a los judíos a realizar este tipo de trabajo fue la diáspora. La dispersión del pueblo de Israel por distintas partes del mundo le llevaba a establecer contacto con otras 

naciones, y era de esperarse que se comenzase entonces el intento de convertir a los paganos. Aunque la principal razón que llevó a los judíos de Alejandría a traducir el Antiguo Testamento al griego parece 

haber sido el hecho de que el conocimiento del hebreo comenzaba a hacerse cada vez más escaso entre los propios judíos, esta versión griega 

del Antiguo Testamento pronto vino a ser un instrumento misionero formidable. El mundo grecorromano, ansioso de recibir del Oriente algo de su antigua sabiduría, especialmente en materias religiosas, era un campo fértil para este tipo de misiones. En los comienzos mismos de nuestra era, en la obra de Filón de Alejandría, tenemos un testimonio de cómo algunos judíos trataban de hacer su fe más fácilmente acep­table a las personas cultas del mundo grecorromano mediante ínterpretaciones alegóricas que servían para aproximar el mensaje del Antiguo Testamento a las enseñanzas de los viejos filósofos griegos. La labor proselitista del judaísmo se extendió aún después de los comienzos de 

la era cristiana, por espacio de cuatro o cinco siglos más, y hubo mo­mentos y lugares en que el proselitismo judío fue uno de los grandes rivales de la expansión cristiana. Empero es necesario señalar siempre que el judaísmo, aun en el período de su mayor avance misionero, no pensaba en las misiones 

como un aspecto fundamental de su propia esencia. En esto consiste una de las diferencias fundamentales entre el Israel del Viejo Testa­mento y la Iglesia cristiana, en la que el impulso misionero es parte 

de su misma esencia. Historia de las misiones. Justo L. González 

domingo, 21 de agosto de 2022

Escritos diversos

 ¿Podían los profetas en el Nuevo Testamento profetizar eventos futuros en aspectos no doctrinales?

Durante aquellos días, unos profetas viajaron de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Ágabo, se puso de pie en una de las reuniones y predijo por medio del Espíritu que iba a haber una gran hambre en todo el mundo romano. (Esto se cumplió durante el reinado de Claudio). Hechos 11:27-28 Versión Nueva Traducción Viviente 

Escritos diversos

 A nosotros la obligación de practicar la paciencia no nos viene de la soberbia humana... sino de la divina ordenación de una enseñanza viva y celestial, que nos muestra al mismo Dios como ejemplo de esta virtud. Pues desde el principio del mundo Él derrama por igual el rocío de su luz sobre justos y pecadores (Mt. 5:45). Estableció los beneficios de las estaciones, el servicio de los elementos y la rica fecundidad de la naturaleza tanto para los merecedores como para los indignos. Soporta a pueblos ingratísimos, adoradores de muñecos y de las obras de sus manos; y que persiguen su nombre y a su familia(cristianos)... Estas manifestaciones de la sabiduría divina podrían parecer como cosa tal vez demasiado alta y muy de arriba. Pero, ¿qué decir de aquella paciencia que tan claramente se manifestó entre los hombres, en la tierra, como para ser tocada con la mano? Pues siendo Dios sufrió el encarnarse en el seno de una mujer y allí esperó; nacido,

no se apresuró en crecer; y adulto, no buscó ser conocido;

más bien vivió en condición despreciable. Por su siervo fue bautizado, y rechaza los ataques del tentador con sólo palabras. De rey se hace maestro para enseñar a los hombres cómo se alcanza la salvación; buen conocedor de la paciencia, enseña por ella el perdón de las culpas. “No clamará, ni alzará, ni hará oír su voz en las plazas. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; sacará el juicio a verdad” (Is. 42:2, 3). No había mentido el profeta, antes bien testimoniaba que Dios coloca su Espíritu en el Hijo con la plenitud de la paciencia. Porque recibió a todos cuantos lo buscaron; de ninguno rechazó ni la mesa ni la casa. Él mismo sirvió el agua para lavar los pies de sus discípulos. No despreció a los pecadores ni a los publicanos. Ni siquiera se disgustó contra aquel pueblo que no quiso recibirlo, aun cuando los discípulos quisieron hacer sentir a gente tan incrédula el fuego del cielo (Lc. 9:52-56). Sanó a los ingratos y toleró a los insidiosos. Y si todo esto pudiera parecer poco, todavía aguantó consigo el traidor sin jamás delatarlo. Y cuando fue entregado, lo condujeron como oveja al sacrificio sin quejarse, como cordero abandonado a la voluntad del esquilador (Is. 53:7; Hch. 8:32). Y Él, que si hubiese querido, con una sola palabra hubiera podido hacer venir legiones de ángeles, ni siquiera toleró la espada vengadora de uno solo de sus discípulos (Mt. 26:51-53). Allí precisamente no fue herido Malco, sino la paciencia del Señor. Por cuyo motivo maldijo para siempre el uso de la espada, y le dio satisfacción a quien Él no había injuriado,

restituyéndole la salud por medio de la paciencia, madre de la misericordia. No insistiré en que fue crucificado porque para eso había venido; pero acaso, ¿era necesario que su muerte fuese afrentada con tantos ultrajes? No;

pero se le escupió, se le flageló, se le escarneció, le cubrieron de sucias vestiduras y fue coronado de las más horrorosas espinas. ¡Oh maravillosa y fiel equidad! Él, que había propuesto ocultar su divinidad bajo la condición humana, absolutamente nada quiso de la impaciencia humana. ¡Esto es sin duda lo más grande! Por esto sólo, ¡oh fariseos!, deberíais haber reconocido al Señor, porque nadie jamás practicó una paciencia semejante. La magnitud de tal y tanta paciencia es una excusa para que la gente rehúse la fe; pero para nosotros es precisamente su fundamento y su razón; y tan suficientemente clara que no sólo creemos movidos por las enseñanzas del Señor, sino también por los padecimientos que soportó. Para los que gozamos del don de la fe, estos padecimientos prueban que la paciencia es algo natural de Dios, efecto y excelencia de alguna cualidad divina. La virtud de la paciencia, cap 2 y 3, Tertuliano, siglo II. 

Escritos diversos

 Escogidos y dichosos mártires, entre los alimentos que para el cuerpo os envía a la cárcel la señora Iglesia, nuestra madre, sacados de sus pechos y del trabajo de cada uno de los fieles, recibid también de mí algo que nutra vuestro espíritu; porque no es de provecho la satisfacción del cuerpo cuando el espíritu padece hambre. (En tiempo de persecución, la Iglesia por medio de sus obispos sostenía en sus necesidades materiales a los confesores de la fe: encarcelados, perseguidos, a los que habían huido dejándolo todo ante el temor de apostatar y a los que se les habían confiscado sus bienes por ser cristianos. En una obra antiquísima, la Didascalia de los Apóstoles, escrita probablemente en Siria, antes del año 250 se lee: “Si alguno de los fieles por el nombre de Dios o por la Fe o por la Caridad fuese enviado al fuego, a las fieras o a las minas, no queráis apartar de él los ojos…

procurad suministrarle, por medio de vuestro obispo, socorros, alivios y alimento… el que sea pobre ayune y dé a los mártires lo que ahorre con su ayuno… si abunda en bienes proporcióneles de sus haberes para que puedan verse libres… porque son dignos de Dios; han cumplido en absoluto con aquello del Señor: ‘A todo el que confesare mi nombre delante de los hombres, lo confesaré yo delante de mi Padre’’’ (V, I).) Exhortación a los mártires, de Tertuliano, año 197. El comentario es de Alfonso Ropero. 

Escritos diversos

 A continuación te presento la manera en que un apologista defendía la resurrección de los muertos ante un no creyente en el segundo siglo:

Pero, puesto que el motivo de la resurrección apunta hacia un juicio, necesariamente se presentará ante el juez la misma persona que había existido, para recibir de Dios el juicio sobre sus méritos o sus deméritos. Y por tanto se harán presentes también los cuerpos, porque no puede sufrir nada el alma sola sin materia estable —es decir, la carne—; y porque lo que —según el juicio de Dios— deben sufrir las almas, lo merecieron no sin la carne, en la que lo han hecho todo. Pero «¿De qué forma» —dices— «puede la materia disgregada presentarse a juicio?». Reflexiona sobre ti mismo, hombre, y encontrarás motivo para creerlo: piensa qué has sido antes de existir; ciertamente, nada: te acordarías, si hubieras sido algo. Por tanto, tú que no habías sido nada antes de existir, que volverás a la nada al dejar de existir, ¿por qué no podrías existir de nuevo a partir de la nada, por voluntad del mismo Creador, que quiso hacerte de la nada? ¿Qué novedad te acontecerá? Tú, que no existías, has sido hecho; así una segunda vez, cuando no seas, serás hecho de nuevo. Explica, si puedes, cómo has sido creado, y entonces pregunta cómo serás hecho de nuevo. Y sin embargo, más fácilmente te convertirás en lo que fuiste alguna vez, puesto que con la misma facilidad te has convertido en lo que nunca fuiste. ¿Puede dudarse, acaso, de las fuerzas de Dios, que hizo esta mole del mundo a partir de lo que no era, del mismo modo que si lo sacara de la muerte del vacío y de la nada; que le ha dado vida por medio del soplo con el que ha dado vida a todo; y que lo ha marcado por sí mismo, como ejemplo de la resurrección del hombre, para que nos sirva de testimonio? Cada día la luz se extingue y vuelve a resplandecer y las tinieblas se retiran y avanzan alternativamente; los astros que declinan, renacen; las estaciones recomienzan cuando se acaban; los frutos se marchitan y vuelven a brotar; y lo que es más: las semillas no renacen con toda fecundidad más que después de corrompidas y descompuestas. Todo se conserva pereciendo; todo renace de la muerte. Y tú, hombre, un nombre tan importante, si te conocieras a ti mismo —aunque sea aprendiendo de la inscripción pítica — como señor de todo lo que muere y renace, ¿vas a ser el único que mueras irremisiblemente? Renacerás dondequiera que te hayas descompuesto; cualquiera que sea la materia que te haya destruido, tragado, absorbido, reducido a la nada, te devolverá. La nada misma pertenece a Aquel a quien pertenece todo. «Entonces», —preguntáis— «¿habrá que estar siempre muriendo y siempre resucitando?» Si así lo hubiera decidido el Señor de todo, a pesar tuyo sabrías por experiencia la ley de tu condición. Pero de hecho no ha decidido nada distinto de lo que ha predicho. La inteligencia que ha compuesto una unidad formada a partir de la diversidad, de forma que todo constara de sustancias contrarias formando una unidad -—de lo vacío y lo lleno, de lo animado y lo inanimado, de lo comprensible y lo incomprensible, de la luz y las tinieblas, de la vida misma y de la muerte -—, esa misma inteligencia combinó también la duración total, sometiéndola a condiciones distintas; de manera que esta primera parte, la que vivimos desde el comienzo del mundo, fluye hacia su fin con una duración temporal; en cambio la siguiente, la que esperamos, se prolongará en una eternidad sin fin. Por tanto, cuando llegue el fin y el límite que separa los dos períodos, de forma que incluso se cambiará la apariencia de este mundo temporal que se ha extendido como una cortina que oculta el designio de eternidad, entonces resucitará todo el género humano para dar cuenta de lo bueno o lo malo que hizo en este mundo, y a partir de entonces se le retribuirá por una eternidad perpetua y sin medida. Y, por tanto, no habrá ya muerte de nuevo, ni resurrección de nuevo, sino que seremos los mismos que ahora, y no otros después: los adoradores de Dios, siempre ante Dios, revestidos de la naturaleza propia de la eternidad; en cambio los impíos y los que no fueron honrados ante Dios, sufrirán el castigo de un fuego igualmente perenne, con una incorruptibilidad proporcionada por la naturaleza misma de ese fuego, que es divina. También los filósofos conocieron la diferencia entre el fuego arcano y el común. Así pues, es muy distinto el que se enciende para uso del hombre del que aparece por juicio de Dios, ya sea desatando rayos desde el cielo, ya lo vomite la tierra por los vértices de los montes; pues no consume lo que quema, sino que renueva lo que toca. Apologético capítulo 48. Tertuliano, año 197.

Nota: cuando el autor dice que la persona al morir vuelve a la nada, hace referencia al cuerpo más no al espíritu, ya que en otro lugar habla del paraíso al que llegaban los espíritus en Cristo. 

lunes, 8 de agosto de 2022

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 Claramente indicamos a los que falsean nuestra doctrina que la regla de la verdad es la que procede de Cristo y ha sido transmitida por quienes le acompañaron: se puede demostrar que estas innovaciones son ciertamente posteriores a ellos. Todo lo que se opone a la verdad ha sido construido a partir de la propia verdad, y son los espíritus del error quienes han operado esta transformación. Ellos han construido semejantes falsificaciones sobre la doctrina de salvación; ellos han introducido incluso fábulas para debilitar la fe en la verdad por su parecido con ella, o incluso para atribuirse ellas mismas la fe. Consiguen con ello que se piense que no debe creerse a los cristianos, como tampoco a los poetas ni a los filósofos, o incluso que se llegue a pensar que son más dignos de crédito los poetas y los filósofos porque no son cristianos. Así pues, somos objeto de burla porque anunciamos que Dios va a juzgar. También los filósofos y los poetas sitúan un tribunal en los infiernos. Y si amenazamos con la gehenna, que es un depósito subterráneo de fuego misterioso puesto para castigo, por esta razón se carcajean de nosotros; pues también el Piriflegetonte es un rio en la morada de los muertos. Y si hablamos del paraíso, lugar de gozo divino destinado a recibir los espíritus de los santos, separado del contacto con el orbe común por una especie de muralla de fuego, los Campos Elíseos han ocupado su lugar en la creencia generalizada. Apologético capítulo 47. Tertuliano, año 197.

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 Pero aún se nos acusa por otro capítulo de daños: se dice que también somos improductivos para los negocios. ¿Cómo así, unos hombres que viven con vosotros, con el mismo alimento, vestido, género de vida y las mismas necesidades vitales? Porque no somos brahmanes o gimnosofistas de la India, salvajes, ni proscritos de la vida. Recordamos que debemos agradecimiento a Dios, Señor Creador; no rechazamos ningún fruto de sus obras; sencillamente, nos moderamos para no usar de ellos sin medida o equivocadamente. Así pues, cohabitamos en este mundo sin prescindir del foro, ni del mercado, ni de los baños, ni de las tiendas, talleres, posadas, ferias y demás formas de intercambio. Navegamos también nosotros con vosotros, y con vosotros hacemos la milicia y cultivamos el campo y comerciamos. Por tanto, compartimos los oficios y ponemos nuestros productos a vuestro servicio. No sé de qué forma podemos parecer improductivos para vuestros negocios, con los que y de los que vivimos. Y, aunque no frecuente tus ceremonias festivas, también en aquel día soy un hombre. No me lavo al alba en las Saturnales para no perder la noche a la vez que el día, pero me lavo a una hora normal y sana, que me conserva el calor y el color; cuando me muera ya puedo enfriarme y palidecer tras el baño. No ceno en público en las Liberales, porque es costumbre de bestiarios que toman su última cena; pero dondequiera que cene, ceno de los recursos que tú proporcionas. No compro una corona para ceñirme la cabeza: ¿Qué te importa a ti, una vez que compro flores, cómo las uso? Me parecen más agradables sueltas, sin atar, diseminadas aquí y allá: pero también si están apretadas en una corona, aspiramos la fragancia por la nariz; ¡Allá se las arreglen los que quieran perfumarse la cabellera! No acudimos a los espectáculos, pero, si deseo las cosas que se venden en esas reuniones, las tomo con más libertad en sus lugares propios. Incienso, ciertamente, no compramos; si se quejan las Arabias, sepan los sabeos que sus mercancías sirven más, y más caras, para sepultar a los cristianos que para ahumar a los dioses. Apologético capítulo 42. Tertuliano, año 197.

Escritos diversos

 consideran que todos los desastres públicos, todas las desgracias del pueblo, desde el comienzo de los tiempos, tienen como causa a los cristianos. Si el Tíber inunda las murallas, si el Nilo no inunda los campos, si el cielo se para, si la tierra tiembla; si hay hambre, si hay epidemias, enseguida: «¡Cristianos al león!» ¿Tantos para uno sólo?. Os pregunto: antes de Tiberio, es decir, antes de la venida de Cristo, ¿cuántas calamidades cayeron sobre el orbe y la urbe? Leemos que las islas de Hiera, Anafe y Délos, y Rodas y Cos, se hundieron con muchos miles de hombres. Dice también Platón que un territorio mayor que Asia o África desapareció en el mar Atlántico; y un terremoto se tragó el mar de Corinto y la fuerza de las olas separó una parte de Lucarna, convirtiéndola en Sicilia. Cierto que estas cosas no pudieron acontecer sin daño de los habitantes. Pero ¿dónde estaban entonces, no diré ya los cristianos que desprecian a vuestros dioses, sino los mismos dioses vuestros, cuando un cataclismo destruyó el orbe entero, o —como pensó Platón— solamente las llanuras?. Son, en efecto, posteriores ellos a la calamidad del diluvio, como lo atestiguan las propias ciudades en las que han nacido y vivido, y también las que fundaron, pues no permanecerían hasta el día de hoy si no fueran posteriores a aquella calamidad. Todavía no había recibido Palestina a la multitud de los judíos a la vuelta de Egipto, ni tampoco se había establecido ya allí el que iba a ser origen del pueblo cristiano, cuando una lluvia de fuego abrasó Sodoma y Gomorra, regiones limítrofes. Todavía huele la tierra a humo, y si algún ñuto de los árboles hay allí, se ofrecen sólo a la vista, porque al tocarlos se convierten en ceniza. Tampoco la Toscana y Campania se quejaban todavía de los cristianos, cuando un fuego del cielo cubrió Bolsena, y el procedente de su propio monte a Pompeya. Todavía nadie adoraba en Roma al verdadero Dios, cuando Aníbal junto a Cannas, medía por moyos los anillos de los romanos, después de hacer una carnicería. Todos vuestros dioses eran adorados por todos, cuando los sénones ocuparon el mismo Capitolio. Y felizmente, si alguna adversidad aconteció a las ciudades, el desastre lo sufrieron tanto los templos como las murallas, de forma que tendré que concluir de ello que las desgracias no procedían de los dioses, cuando a ellos mismos les ocurrió también algo semejante. Siempre el género humano se portó mal con Dios: primero, al no cumplir sus deberes para con Él; aunque lo conocía parcialmente, no sólo no lo buscó para reverenciarle, sino que pronto se inventó otros a quienes dar culto; en segundo término, porque al no buscar un maestro para la buena conducta, ni un juez fiscalizador de la mala, creció en todo tipo de vicios y crímenes. Por lo demás, si lo hubiera buscado, hubiera llegado a conocer lo buscado, y —conociéndolo— se hubiera sometido a Él, y después de someterse, hubiera experimentado su benevolencia en vez de su cólera. Así pues, ahora debe saber que el que está ofendido es el mismo que siempre lo estuvo, antes de que existiera el nombre de cristiano. Gozaba de sus beneficios, que le concedía antes de que él se inventara dioses. ¿Por qué no va a entender que los males vienen igualmente de Aquel a quien no quiso reconocer como benefactor? El género humano es deudor de Aquel con quien ha sido también ingrato. Y sin embargo, si comparáramos con las calamidades antiguas, son más leves las que ahora acontecen, desde que el mundo ha recibido a los cristianos, que vienen de Dios. Pues desde entonces, la integridad ha atemperado las iniquidades del siglo y ha empezado a haber intercesores ante Dios. Y, por último, cuando unos inviernos estivales hacen cesar las lluvias y sobreviene la preocupación por la cosecha, vosotros, diariamente bien alimentados y dispuestos a comer, llenando constantemente los baños, tabernas y buréeles, ofrecéis sacrificios impetratorios a Júpiter, ordenáis al pueblo procesiones a pie descalzo, buscáis el cielo en el Capitolio, esperáis las nubes mirando a los artesonados, vueltos de espaldas a Dios y al cielo. En cambio nosotros, secos por los ajamos y exprimidos por todo tipo de continencia, apartados de todo goce, revoleándonos en saco y ceniza, importunamos al cielo, conmovemos a Dios, y, cuando le hemos arrancado misericordia, ¡vosotros honráis a Júpiter y dejáis de lado a Dios!. Apologético capítulo 40. Tertuliano, año 197.

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 Ahora ya, voy a exponer yo mismo las actividades de la «facción» cristiana de manera que después de haber refutado las cosas malas que se nos imputan ponga de manifiesto las buenas, una vez descubierta la verdad: somos un cuerpo, porque compartimos una doctrina, por la unidad del modo de vivir y por el vínculo de la esperanza. Formamos una unión y una comunidad para asediar a Dios con ruegos, como por asalto. Esta violencia es grata a Dios. Rogamos también por los emperadores, por sus ministros y autoridades, por la situación del mundo, por la paz, por la demora del fin. Nos reunimos para comentar las Sagradas Escrituras, siempre que las circunstancias presentes nos ayudan a anunciar algo de antemano o a interpretar el pasado. Sin duda, alimentamos la fe con las santas palabras, construimos la esperanza, modelamos la confianza e igualmente damos solidez a la disciplina al inculcar los preceptos. Hay allí también exhortaciones, reprensiones, censuras hechas en nombre de Dios. Efectivamente, se juzga también con gran ponderación, como quienes están seguros de estar en presencia de Dios, y de que es éste el fallo supremo anticipado del juicio futuro, cuando alguien comete un delito tal que queda privado de la comunión de oraciones y de asambleas y de toda ceremonia sagrada. Presiden ancianos que gozan de consideración, y que han conseguido ese honor no por dinero sino por su ejemplo, porque las cosas de Dios no tienen precio, E incluso si existe una especie de caja común, no se reúne ese dinero mediante el pago de una suma honoraria, como si la religión se comprara. Cada uno aporta una contribución en la medida de sus posibilidades: un día al mes, o cuando quiere, si es que quiere y si es que puede; porque a nadie se obliga, sino que se entrega voluntariamente. Estas cajas son como depósitos de misericordia, puesto que no se gasta en banquetes, ni en bebidas, ni en inútiles tabernas, sino en alimentar y enterrar a los necesitados, y ayudar a los niños y niñas huérfanos y sin hacienda, y también a los sirvientes ancianos, e igualmente a los náufragos, y a los que son maltratados en las minas, en las islas o en prisión, con tal de que eso ocurra por causa del seguimiento de Dios; se convierten en protegidos de la religión que confiesan. Pero es precisamente la práctica de la caridad hecha así lo que ante algunos nos imprime una mancha de oprobio. «Mirad —dicen— cómo se aman», porque ellos en cambio odian; y «cómo están dispuestos a morir unos por otros», porque ellos están más dispuestos a matarse unos a otros. En cuanto al hecho de que se nos designe con el nombre de hermanos, no desbarran a mi parecer más que por razón de que, entre ellos, todo nombre de parentesco es una ficción de afecto. Por lo demás, hermanos vuestros somos también por derecho de naturaleza, madre única de todos, aunque vosotros sois poco hombres, porque sois poco hermanos. Pues ¿cuánto más adecuado es que se llamen o sean tenidos por hermanos quienes reconocen a un mismo Dios como Padre, quienes bebieron un mismo espíritu de santidad, quienes procedentes del mismo seno de idéntica ignorancia, se asombraron ante la misma luz de la verdad? Pero quizá se nos considere menos legítimos porque ninguna tragedia declama nuestra fraternidad o porque somos hermanos apoyados en bienes de familia, cosa que entre vosotros rompe la fraternidad. Así pues, quienes compartimos lo espiritual no titubeamos en tener comunidad de bienes materiales; todo entre nosotros es común, excepto las esposas. Hemos roto la comunidad en el único punto en el que los demás hombres la practican: porque no sólo toman como propias las mujeres de los amigos, sino que también dejan tranquilamente las suyas a los amigos, al parecer, según la enseñanza de sus antepasados y de sus sabios: del griego Sócrates y del romano Catón, que prestaron a sus amigos las mujeres que habían tomado en matrimonio para que también les dieran hijos a ellos. No sé ciertamente si contra la voluntad de ellas; pues, ¿qué cuidado iban a tener de una castidad que sus maridos tan fácilmente habían regalado? ¡Qué ejemplo de sabiduría ática y de gravedad romana!, lenones son el filósofo y el censor. ¿Qué tiene entonces de extraño el que tan gran caridad se manifieste en los convites? Pues también ultrajáis nuestras frugales cenas acusándolas de infame crimen y además de derroche. Así que se aplica a nosotros el dicho de Diógenes: «Los megarenses comen como si fueran a morir al día siguiente, pero construyen como si nunca fueran a morir». Pero «más fácilmente ve uno la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio»... Nuestra cena da razón de sí por su nombre: se llama lo mismo que el amor entre los griegos(ágape). Sea cual fuere el gasto que produce, es mí ganancia hacer un gasto por motivos de piedad, ya que los pobres y los que se benefician de este refrigerio no se asemejan a los parásitos de vuestra sociedad, que aspiran a la gloria de esclavizar su libertad a instancias del vientre, en medio de gracias groseras, sino porque ante Dios tiene más valor la consideración de los que tienen pocos medios. Si es honroso el motivo del banquete, valorad, ateniéndoos a la causa, el modo en que se desarrolla: lo que se hace por obligación religiosa no admite ni vileza ni inmoderación. No se sientan a la mesa antes de gustar previamente la oración a Dios; se come lo que toman los que tienen hambre; se bebe en la medida en que es beneficioso a los de buenas costumbres. Se sacian como quienes tienen presente que también a lo largo de la noche deben adorar a Dios; charlan como quienes saben que Dios oye. Después de lavarse las manos y encender las velas, cada cual según sus posibilidades, tomando inspiración en la Sagrada Escritura o en su propio talento, se pone en medio para cantar a Dios: de ahí puede deducirse de qué modo había bebido. Igualmente, la oración pone fin al banquete. Entonces se marchan agrupados, no en catervas de malhechores, ni en pandillas de libertinos, sino con tenor modesto e intachable, como es propio no de quienes han tomado un banquete, sino una enseñanza... ¿Cuándo nos hemos reunido para la perdición de alguien? Somos lo mismo congregados que dispersos: lo mismo todos juntos que cada uno por separado a nadie hacemos daño, a nadie contristamos. Apologético. Capítulo 39. Tertuliano 

jueves, 4 de agosto de 2022

Escritos diversos

 ¿Sabías que los cristianos de los primeros siglos creían que el fin del mundo tendría lugar con la caída del imperio romano?

Pero tenemos otro motivo mayor para orar por los emperadores e incluso por la estabilidad de todo el imperio, y por los intereses romanos: sabemos que la catástrofe que se cierne sobre todo el universo y el fin mismo de los tiempos, que amenaza con horribles calamidades, se retrasan por la permanencia del Imperio romano. Así es que no queremos pasar por esa experiencia, y, en tanto rogamos que se dilate, favorecemos la continuidad de Roma. Apologético capítulo 32. Tertuliano, año 197.

Escritos diversos

 Hola mis hermanos bendiciones, les comparto este texto del siglo segundo donde muestra la comprensión que tenían en ese tiempo acerca de los demonios y su relación con los ídolos y dioses: 

En efecto, afirmamos que existen ciertas sustancias espirituales. Y no es nuevo el nombre: los filósofos saben de daemones, ya que el propio Sócrates contaba con el parecer de su daemon. ¿Y cómo no, si se dice que desde su infancia se le había adherido un demonio que le desviaba del bien?. Los conocen todos los poetas y hasta el vulgo ignorante los emplea a menudo cuando maldice. Pues también, como por una intuición inmediata de su alma, nombra a Satanás, príncipe de este maldito linaje, con acento de execración. Tampoco Platón negó que existieran los ángeles. Hasta los magos atestiguan la realidad de ambos. Pero el modo en que, de algunos ángeles corrompidos por su propia voluntad, surgió el linaje más corrompido de los demonios, condenado por Dios juntamente con sus promotores y con aquel a quien hemos llamado príncipe, se conoce por el relato de la Sagrada Escritura. Ahora bastará con exponer su forma de actuar. Su actividad consiste en destruir al hombre; así, la maldad de sus espíritus desde el comienzo se propuso la perdición del hombre. Y así, ciertamente, infligen a los cuerpos enfermedades y algunos accidentes desgraciados, y además violentan al alma con extravíos repentinos y extraordinarios. Su asombrosa penetración y sutileza les capacita para alcanzar las dos sustancias del hombre. Mucho pueden las fuerzas de los espíritus, de manera que —siendo invisibles e imperceptibles— se hacen presentes por sus efectos más que por sus acciones: cuando no sé qué oculto soplo arruina las frutas y frutos en flor, o los hace morir en germen, o los daña al crecer; o cuando el aire, viciado de modo inexplicable, expande sus emanaciones pestilente. No de otro modo el mismo respirar de los demonios y de los ángeles produce por un oscuro contagio la corrupción de la mente con locuras, vergonzosas insensateces o crueles pasiones y variados errores; entre ellos principalmente aquel que recomiendan esos dioses a unas mentes cautivadas y embaucadas para que les proporcionen los alimentos que necesitan: el olor del humo y la sangre de las víctimas ofrecidas a sus estatuas e imágenes. ¿Y qué pasto más codiciado por ellos que el apartar al hombre de la meditación sobre la verdadera divinidad mediante los engaños de la falsa adivinación? Voy a explicar cómo son éstos y cómo actúan. Todo espíritu tiene alas, tanto los ángeles como los demonios; por tanto, en un mismo momento están en todas partes. El orbe entero es para ellos un solo lugar. Con la misma facilidad que saben dónde se hace algo, lo anuncian. Su agilidad se tiene por divinidad porque no se conoce su naturaleza. A veces quieren parecer autores de aquellas cosas que anuncian; y lo son ciertamente algunas veces, cuando se trata de males; de bienes, nunca. Los decretos de Dios los conocieron en otro tiempo al proclamarlos los profetas, y ahora los captan cuando se leen en voz alta. Así, tomando de ahí algunas profecías, emulan a la divinidad robándole el don de profecía. Cuál es su talento para adecuar las ambigüedades de los oráculos a tenor de los acontecimientos, lo saben los Cresos, lo saben los Pirros. Por lo demás, el oráculo pitio anunció que se cocía una tortuga con carne de cordero y lo hizo del modo como he dicho más arriba: en un momento se había desplazado a Lidia. Por habitar en el aire y estar cercanos a los astros y en contacto con las nubes, alcanzan un saber acerca de los fenómenos celestes que van a ocurrir, de manera que incluso anuncian las lluvias que ellos ya perciben. Sin duda son benéficos con respecto a los remedios para las enfermedades; primero, en efecto, las provocan y, después, prescriben remedios novedosos o antitéticos para que se crea el milagro; así que cuando cesan de producir daño dan la impresión de que han curado. Pero ¿a qué voy a extenderme acerca de los demás ardides o incluso acerca del poder de engañar que tienen los espíritus, cuando pronuncian oráculos, cuando realizan prodigios tales como las apariciones de los Cástores y el agua llevada en una criba y la nave arrastrada por un cinturón y la barba que se enrojece al tocarla, consiguiendo, así, que se tome a las piedras por dioses y no se busque al verdadero Dios? Y bien, si también los magos producen apariciones de fantasmas, evocando las almas de los difuntos; si se somete a encanto a los niños para que profeticen; si simulan muchos prodigios a base de engaños propios de charlatanes, si también envían sueños, contando con la ayuda del poder de ángeles y demonios a los que invocan, y consiguen que profeticen hasta las cabras y las mesas, ¿cuánto más este poder se afanará en actuar según su iniciativa y en interés propio, cuando así ayuda al interés ajeno? Pero, si los ángeles y los demonios actúan lo mismo que los dioses vuestros, ¿dónde está entonces la primacía de la divinidad, a la que debe considerarse superior a todo poder? ¿No será más adecuado pensar que son ellos los que se hacen pasar por dioses, al producir efectos que obligan a que se les considere dioses, en vez de pensar que los dioses son iguales a los ángeles y a los demonios? O a lo mejor los distingue la diferencia de lugares, de manera que en los templos consideráis dioses a los mismos a quienes en otros lugares no los llamáis así; como si fuesen locuras distintas la del que sobrevuela las torres sagradas y la del que salta por encima de los tejados de la vecindad, y como si se considerase violencia distinta la del que se corta las venas de los brazos y la del que se corta la garganta. Comparable es el resultado de la locura y uno solo es el principio que provoca el atentado. Pero hasta aquí las palabras; a partir de ahora demostraremos con hechos que es una sola la naturaleza que corresponde a ambos nombres. Que se presente aquí mismo ante vuestro tribunal alguien de quien conste que está poseído por el demonio; si cualquier cristiano le ordena hablar, aquel espíritu se confesará demonio, cosa que corresponde a la realidad; del mismo modo que, en otro lugar, se confesará dios, cosa que es falsa. De igual modo, que se haga venir a alguno de los que se considera que son poseídos por un dios, uno de esos que aspirando sobre los altares absorben el poder divino por el olor, que se curan eructando, y que, jadeando, profetizan. Si esa misma virgen Celeste prometedora de lluvias, si este mismo Esculapio, inventor de fármacos que devolvió la vida a Socordio, Tanacio y Asclepiódoto, que iban a morir al día siguiente, si ellos no confiesan que son demonios, no atreviéndose a mentir a un cristiano, derramad allí mismo la sangre de aquel insolente cristiano. ¿Qué más patente que este hecho? ¿Qué más seguro que esta prueba? La sencillez propia de la verdad está por medio; su poder le asiste; no habrá lugar para la sospecha. Diríais que sucede algo mágico o alguna otra ilusión si vuestros ojos y oídos os lo permitieran. Pero ¿qué puede objetarse frente a lo que se manifiesta con desnuda sinceridad? Y si son verdaderamente dioses, ¿por qué fingen ser demonios? ¿Acaso para obedecemos? Luego entonces, vuestros dioses están sometidos a los cristianos; y de ningún modo puede considerarse como divinidad la que está sometida a un hombre; y, lo que es más deshonroso, a uno que es su enemigo. Si, en caso contrario, son demonios o ángeles, ¿por qué se atribuyen en otro lugar una actuación que corresponde a los dioses? Pues, del mismo modo que los que son tenidos por dioses no querrían llamarse a sí mismos demonios, si fueran verdaderamente dioses, es decir, no se degradarían, asimismo también, aquellos a quienes claramente conocéis como demonios no se atreverían a actuar en otro lugar como si fueran dioses, si es que existieran de verdad los dioses cuyos nombres usurpáis; porque, sin duda, temerían abusar de la majestad de quienes son superiores y temibles. Por tanto, no existe esa divinidad que sostenéis; porque, si existiera, ni sería fingida por los demonios, ni sería negada por los dioses y, puesto que coinciden una y otra parte en negar que sean dioses, reconoced que no hay más que un linaje: el de los demonios, de una y otra parte. Buscad ahora nuevos dioses, porque los que teníais por tales sabéis ya que son demonios. Pero, también gracias a nosotros, no sólo los mismos dioses vuestros os descubren que ni existen ellos ni otros semejantes, sino que también conoceréis inmediatamente quién es verdaderamente Dios; y que aquel es el iónico al que confesamos los cristianos, a quien se debe creer y adorar como está dispuesto en la fe y en el culto de los cristianos. Os dirán asimismo quién es aquel «Cristo con su leyenda»: si un hombre de común condición, si un mago, si después de la crucifixión fue robado dél sepulcro por los discípulos; si ahora, en fin, está en los infiernos, o si más bien en los cielos, de donde vendrá acompañado de un terremoto universal, con horror del orbe y con el llanto de todos, pero no de los cristianos. Poder de Dios, espíritu de Dios, inteligencia de Dios, Hijo de Dios y sustancia de Dios. Que ellos se rían con vosotros de todo lo que vosotros os reís; que nieguen que Cristo juzgará a todas las almas desde el comienzo del mundo después de resucitar sus cuerpos; que digan, si quieren, que este tribunal ha tocado en suerte, según la opinión de Platón y de los poetas, a Minos y a Radamanto. Que refuten por lo menos el oprobio de su ignominia y su condena; que nieguen que son espíritus inmundos, cosa que debió deducirse ya hasta de sus alimentos, de la sangre y el humo de las malolientes piras de animales y de las impurísimas lenguas de sus vates; que nieguen que por su malicia están ya condenados antes del día del juicio con todos sus adoradores y sus servidores. Todo este dominio y poder nuestros sobre ellos toman su fuerza del nombre de Dios que pronunciamos, y de recordarles qué castigos les va a mandar Dios por medio de Cristo, juez: porque temen a Cristo en Dios y a Dios en Cristo, se someten a los que sirven a Dios y a Cristo. Así, al tocarlos nosotros o al soplar sobre ellos, prendidos por la visión y la representación de aquel fuego, obedeciendo nuestro mandato, salen, contra su voluntad, de los cuerpos, sufriendo y enrojeciendo ante vuestra presencia. Creedles cuando dicen la verdad sobre sí mismos, ya que los creéis cuando mienten. Nadie miente para su deshonra, sino más bien para conseguir estima. Más dignos de crédito son cuando confiesan en contra suya que cuando niegan en favor suyo. Por último, estos testimonios de vuestros dioses con frecuencia han promovido nuevos cristianos: ¡cuántas veces, al creerles a ellos, hemos creído también por Cristo en Dios! Ellos mismos encienden la fe en nuestras Escrituras, ellos mismos edifican la confianza en nuestra esperanza, Les ofrecéis, según creo, la sangre de los cristianos. No querrían perderos a vosotros que les sois tan provechosos, tan serviciales, aunque no fuera más que para que no los abandonéis una vez hechos cristianos, si les fuera posible mentir ante un cristiano que quiere probaros la verdad. Apologético capítulo 22 - 23. Tertuliano, año 197.

Escritos diversos

 Sabían también los judíos que iba a venir Cristo, porque a ellos les hablaron los profetas. Pues todavía ahora esperan su venida, y no existe entre ellos y nosotros mayor diferencia que el no creer ellos que ya ha venido. Pues estaban anunciadas dos venidas suyas: una primera, que ya se ha cumplido, en la humildad de la condición humana; y una segunda, que se aguarda al fin del mundo, en la majestad del poder recibido del Padre, en la que la divinidad se manifiesta totalmente; al no comprender la primera, consideraron la segunda —en la que esperaban como más claramente anunciada— como la única. Consecuencia de sus pecados fue que no entendieran la primera quienes hubieran creído en ella si la hubieran entendido y se hubieran salvado si la hubieran creído. Apologético capítulo 21. Tertuliano, año 197.

Escritos diversos

 Ya hemos dicho que Dios creó la totalidad del mundo con su palabra, su entendimiento y su poder. También entre vuestros sabios se dice que el lógos — es decir la palabra y el pensamiento— muestra ser el artífice del Universo. Zenón lo señala como hacedor que lo ha formado todo, dándole un orden: a él se le dan los nombres de fatalidad, dios, mente de Júpiter, destino inflexible de todas las cosas. Cleantes lo atribuye todo a un espíritu del que afirma que penetra el Universo. Nosotros en cambio, a la palabra, al pensamiento y al poder por medio de los cuales afirmamos que Dios lo ha creado todo, le atribuimos una sustancia propia espiritual en la que reside la palabra cuando pronuncia, el pensamiento cuando ordena, y el poder cuando realiza. Decimos que éste procede de Dios y que ha sido engendrado por procedencia, y por tanto se llama Hijo de Dios, y Dios, por la unidad de sustancia; pues Dios también es espíritu. También cuando el rayo sale del sol es una parte del todo; pero el sol estará en el rayo porque es un rayo de sol, y no separado de la sustancia sino que se extiende, como la luz que se prende de la luz. Permanece íntegra y sin perder nada la materia matriz, aunque se tomen de ella muchos mugrones que tienen su misma cualidad. Así también lo que ha salido de Dios es Dios, e Hijo de Dios, y los dos son Uno. Así, espíritu nacido del espíritu, Dios de Dios, distinto por la medida, numéricamente distinto por el grado, no por la esencia, que procede de la matriz, sin separarse de ella. Así pues, este rayo de Dios, como antes siempre se anunciaba, descendiendo hacia una Virgen y encarnándose en su seno, nace hombre y al mismo tiempo Dios. La carne unida al espíritu se alimenta, crece, habla, enseña, actúa, y es Cristo. Apologético capítulo 21. Tertuliano, año 197.

Escritos diversos

 ... hasta el vulgo sabe ya que Cristo fue un hombre, tal y como pensaron los judíos: por lo que fácilmente se nos puede tener por adoradores de un hombre. La verdad es que no nos avergonzamos de Cristo, ya que nos agrada que se nos considere y se nos castigue en nombre suyo; pero tampoco tenemos acerca de Dios una idea diferente de la judaica. Se hace preciso, por tanto, decir algunas cosas acerca de Cristo como Dios. Esencialmente los judíos tenían una situación de privilegio ante Dios, por razón de la insigne santidad y fe de sus antepasados: de ahí que florecieran su extenso linaje y la grandeza de su reino y la gran suerte de oír la voz de Dios, con la que eran instruidos acerca del modo de agradarle y advertidos de cómo no ofenderle. Pero, cuánta ha sido la enormidad de sus culpas, ensoberbecidos por la confianza en sus padres hasta llegar al abandono de sus enseñanzas, cayendo en la idolatría, lo probaría su situación actual, aunque ellos no lo confesaran: dispersos, errantes, desterrados de su suelo y de su cielo, andan por el mundo sin rey humano ni divino, sin que se les permita poner el pie en su tierra patria, ni siquiera como extranjeros. Apologético capítulo 21. Tertuliano, año 197.

viernes, 29 de julio de 2022

Escritos diversos


 ¿Sabías que en el siglo segundo una forma que tenían los romanos de burlarse de los cristianos era representando a Cristo con una cabeza de asno? Te comparto el siguiente texto donde lo explican:

Pues, como algún otro, habéis soñado que una cabeza de asno es nuestro dios. La sospecha de este culto la sembró Comelio Tácito. Éste, en el cuarto libro de sus Historias, al tratar de la guerra judaica, comenzando desde el origen de este pueblo y argumentando como quiso, tanto acerca del origen mismo como de su nombre y religión, cuenta que los judíos, liberados de Egipto, o —como él creía— desterrados, al ser atormentados por la sed en los vastos desiertos de Arabia, utilizaron asnos salvajes —que, según ellos pensaban, irían a beber después de pastar—, como indicio de la existencia de una fuente, y que por este favor habían divinizado la parte superior de semejante animal. Así que de ahí supongo que surgió la idea de que también a nosotros, como afínes a la religión judaica, se nos inicia en el culto del mismo ídolo... Pero una nueva representación de nuestro Dios se ha presentado públicamente hace poco en esta ciudad, cuando un canalla mercenario, pagado para provocar a las fieras, expuso al público una pintura con la siguiente inscripción: «El dios de los cristianos, raza de asno». Tenía orejas de burro, una pezuña, y —revestido de toga—llevaba consigo un libro. Apologético capítulo 16. Tertuliano, año 197.

Pocas personas saben que una de las representaciones más antiguas que conocemos de la crucifixión de Cristo no es una hermosa imagen del Señor, ni siquiera un intento piadoso de los primeros cristianos por recordar a Jesús en su Pasión. Es, por el contrario, una burla: un crucificado con cabeza de asno. Se encuentra en Roma, y fue dibujada por algún desconocido para burlarse de Alexámenos –un joven cristiano– por su fe en Cristo. Debajo del dibujo aún se puede leer la siguiente inscripción en griego: “Alexámenos adorando a su Dios”. Tomado de https://www.primeroscristianos.com/alexamenos-adorando-a-su-dios-graffiti-del-siglo-i-en-roma/amp/

jueves, 28 de julio de 2022

Escritos diversos

 Estas son algunas acusaciones que se les hacía a los cristianos en el siglo segundo, narrado por el apologista tertuliano:

si es verdad que somos tan dañosos, ¿por qué razón vosotros mismos nos tratáis de modo distinto que a nuestros semejantes -los demás delincuentes- siendo así que debería darse el mismo tratamiento a quienes son igualmente culpables?. Cuando otros son acusados de los crímenes de los que se nos acusa a los cristianos, pueden defenderse personalmente o pagando a un defensor para probar su inocencia; se les ofrece la oportunidad de replicar, de impugnar, ya que no es en absoluto licito condenar a nadie sin oir su defensa. Solamente a los cristianos se les impide dar a conocer lo que podría refutar la acusación, defender la verdad e impedir que la actuación del juez sea injusta; lo único que se pretende es satisfacer un odio público: conseguir la confesión de un nombre, no investigar un crimen. Cuando procesáis a algún delincuente, no estáis dispuestos a pronunciar sentencia inmediatamente después de que el acusado se confiese homicida, o sacrilego, o culpable de incesto, o enemigo público (por no citar más que los delitos de los que se nos inculpa), sino que averiguáis las circunstancias, el carácter del hecho, el número, el lugar, el modo, el tiempo, quiénes son los testigos y los cómplices. Cuando se trata de nosotros no hay nada de esto, y eso que sería muy interesante conseguir por medio de torturas la confesión de aquello de lo que falsamente se nos acusa: saber cuántos infanticidios ha saboreado cada uno, cuántos incestos ha cometido aprovechando la oscuridad, qué cocineros, qué perros han estado presentes. ¡Qué gloria la del gobernador que descubriera a alguno que ya se hubiera comido cien niños! Pero en cambio, tenemos pruebas de que incluso se ha prohibido que se nos busque. Pues Plinio Segundo, cuando era gobernador, después de condenar a algunos cristianos y de haber hecho renegar a otros, desconcertado sin embargo por lo crecido del número, consultó al emperador Trajano la conducta a seguir en adelante, diciendo que —aparte de la obstinación en no ofrecer sacrificios— no había descubierto nada de su actividad religiosa, sino solamente que se reunían antes del amanecer para cantar alabanzas a Cristo como a Dios y vincularse a unos principios que les prohibían el homicidio, el adulterio, el fraude, la traición y los demás crímenes. Entonces Trajano respondió por escrito que no se les buscara, pero que (si se les llevaba al tribunal) había que castigarlos. ¡Extraña decisión, forzosamente perturbadora! Dice que no se les debe buscar, como inocentes que son, y ordena que se les castigue como a culpables. Perdona, y se ensaña; pasa por alto, y castiga. ¿Por qué te contradices a ti mismo en tu dictamen? Si los castigas, ¿por qué no los buscas también? Si no los buscas, ¿por qué no los perdonas?... ¿Qué decir del hecho de que a la mayoría les ciega el odio? Hasta tal punto que, al hablar bien de algún cristiano, añaden al reproche del nombre: «buena persona Gayo Seyo, sólo que es cristiano». Y otro: «me admira que Lucio Ticio, un hombre prudente, de pronto se haya hecho cristiano». Nadie piensa en cambio que la razón de que sea bueno Gayo y prudente Lucio es el ser cristiano; o que es cristiano porque es prudente y porque es bueno... Otros llenan de infamia a quienes tenían por frívolos, despreciables o malvados antes de su conversión, cuando los alaban: la ceguera de su odio les obliga a dar contra su voluntad una opinión favorable. «Aquella mujer tan lasciva, tan ligera; aquel muchacho tan amante del juego, tan enamoradizo: ahora se han hecho cristianos». Así se atribuye al nombre de cristiano la enmienda. Algunos sacrifican incluso sus propios intereses a este odio; soportan un daño con tal de no tener en casa lo que odian. A la mujer que ya es honrada, el marido, que ya no tiene celos, la arroja de su casa; al hijo que ya es dócil, el padre, que antes lo había soportado, lo deshereda; al esclavo que se vuelve fiel, su señor, en otro tiempo afable, lo hace apartar de su vista. Todo el que se enmienda por esta causa incurre en culpa. ¡El bien no pesa tanto como el odio hacia los cristianos!. Capítulos 2 y 3 Apologético. Tertuliano año 197. 

sábado, 23 de julio de 2022

Escritos diversos

 Uno de los testimonios más impresionantes de Ireneo en cuanto a la vigencia de los dones del Espíritu y sus manifestaciones poderosas en la iglesia de sus días es aquel en el que rebate el argumento de los herejes haciendo referencia al ministerio poderoso de la Iglesia: "Por lo tanto, también, aquellos que en verdad son sus discípulos, recibiendo gracia de parte de Él, de veras llevan a cabo [milagros] en su nombre, de modo de promover el bienestar de otros hombres, conforme al don que cada uno ha recibido de Él. Porque algunos de cierto y verdaderamente echan fuera demonios, de modo que aquellos que han sido limpiados así de espíritus malos frecuentemente creen [en Cristo] y se unen a la Iglesia. Otros tienen preconocimiento de cosas venideras: ven visiones, y declaran expresiones proféticas. Aun otros sanan a los enfermos imponiendo sus manos sobre ellos, y son sanados. Sí, todavía más, como he dicho, incluso los muertos han sido resucitados, y permanecen entre nosotros por muchos años. ¿y qué más diré? No es posible nombrar el número de los dones que la Iglesia, [esparcida] a lo largo de todo el mundo, ha recibido de Dios, en el nombre de Jesucristo, quien fue crucificado bajo Poncio Pilato, y que ella ejerce día por día para el beneficio de los gentiles, sin practicar engaño sobre nadie, ni tomar ninguna recompensa de ellos (en razón de tales interposiciones milagrosas]. Porque así como ella ha recibido gratuitamente de parte de Dios, también gratuitamente ministra [a los demás". Comentando este pasaje de Ireneo, W.W. Harvey nota:

"El lector no dejará de notar este testimonio sumamente interesante, de que los charismata divinos concedidos sobre la joven Iglesia no estaban del todo extinguidos en los días de Ireneo. Posiblemente el venerable Padre está hablando desde su propio recuerdo personal de algunos que habían sido resucitados de los muertos, y habían continuado por un tiempo siendo testigos vivientes de la eficacia de la fe cristiana" Sin embargo, Ireneo no está hablando solamente del pasado en este pasaje. Con la larga lista de dones espirituales que presenta, es claro que él está hablando de las maneras en las que Cristo ministra a la humanidad a través de su Iglesia en el presente. La lista de dones y operaciones del Espíritu que presenta Ireneo como vigentes en la Iglesia es impresionante. Incluye dones como la capacidad de echar fuera demonios, el conocimiento del furturo, visiones y profecías, y todo esto junto con sanidades y milagros, como la resucitación de muertos. Tomado del libro La acción del Espíritu Santo en la historia. Pablo Deiros