LA FE DE UN SOLDADO
Lucas 7:1-10
El personaje central de este historia es un centurión romano. No era un hombre cualquiera.
(i) El mero hecho de que fuera un centurión indica que no era un cualquiera. El centurión equivalía entonces al coronel de ahora; los centuriones eran la columna vertebral del ejército romano. Todos los centuriones que aparecen en el Nuevo Testamento eran personas respetables (cp. Lc 23:47 ; Hch 10:22 ; Hch 22:26 ; Hch 23:17; Hch 23:23-24 ; Hch 24:23 ; Hch 27:43 (refs7) ). El historiador Polibio nos describe las cualidades de un centurión: «Debe ser, más que un militar temerario, uno que es capaz de mandar a la tropa, firme en la acción y de confianza; no demasiado dispuesto a entrar en combate, pero cuando es necesario debe estarlo a defender su posición y a morir en su puesto.» El centurión tenía que ser un hombre especial, o no habría podido conservar su puesto.
(ii) Tenía una actitud muy poco corriente con su esclavo. Amaba a su esclavo, y habría hecho lo que fuera necesario para salvarle la vida. La ley romana definía al esclavo como una herramienta viva; no tenía derechos; su amo le podía maltratar y matar si quería. Un escritor romano recomienda a los terratenientes que pasen revista a sus aperos todos los años, y que tiren los que ya están, rotos o inservibles, y que hagan lo mismo con los esclavos. Era corriente abandonar a los esclavos para que se murieran cuando ya no rendían en el trabajo. Pero la actitud de este centurión era fuera de lo corriente.
(iii) Era un hombre profundamente religioso. Tiene que haber tenido más que un interés superficial para construir una sinagoga. Es verdad que los Romanos consideraban que la religión era buena para mantener a la gente en orden; la consideraban como el opio del pueblo. Augusto recomendaba que se construyeran sinagogas por esa razón. El historiador Gibbon dice en una frase famosa: "Todas las formas de religión que existían en el Imperio Romano, la gente las consideraba como igualmente verdaderas; los filósofos, como igualmente falsas, y los magistrados como igualmente útiles.» Pero este centurión no era un administrador cínico, sino un hombre sinceramente religioso.
(iv) Tenía una actitud muy poco corriente hacia los judíos.
Si los judíos despreciaban a los gentiles, los gentiles odiaban a los judíos. El antisemitismo no es nada nuevo. Los Romanos decían que los judíos eran una raza asquerosa, y consideraban su religión como una superstición bárbara; hablaban del odio que tenían los judíos a toda la raza humana; acusaban a los judíos de adorar a una cabeza de burro y de sacrificarle todos los años a un gentil. Es verdad que muchos gentiles, cansados de los muchos dioses y de la baja moralidad del paganismo, habían aceptado la doctrina judía de un solo Dios y la ética judía austera; pero el trasfondo de este relato implica un sincero lazo de amistad entre el centurión y los judíos.
(v) Era un hombre humilde. Sabía muy bien que a un judío estricto le prohibía su ley entrar en la casa de un gentil (Hch 10:28 ), de la misma manera que le estaba prohibido dejar entrar a un gentil en su casa o tener ningún trato con él. Por eso no fue directamente a Jesús, sino que les pidió ese favor a sus amigos judíos. Este hombre tan acostumbrado a mandar era sorprendentemente humilde en presencia de la verdadera grandeza.
(vi) Era un hombre de fe. Y su fe estaba basada en los argumentos más sanos. Razonaba del aquí y ahora al allí y entonces, de su propia experiencia a Dios. Si su autoridad producía resultados, ¡cuánto más los produciría la de Jesús! Tenía la perfecta confianza del que mira hacia arriba y dice: «Señor, yo sé que puedes hacerlo.» Si tuviéramos una fe así, nos sucederían milagros y la vida sería nueva. Tomado del comentario de William Barclay